OPINION

Más inversión en industria y menos gasto en renta mínima

Reyes Maroto
Reyes Maroto
Europa Press

Hace apenas quince años, el listado de hitos de las empresas españolas por el mundo podía superar al centenar, desde su presencia en todas las grandes obras de infraestructuras del mundo hasta las primeras energías verdes, con logros importantes en mercados tan complicados como el norteamericano en el ámbito de la biotecnología -“drogas y bacterias” lo llamaban en EEUU-, la tecnología médica y hasta los videojuegos, sin entrar en el aceite, el vino o la huerta que siempre han sido punteras en todo el mundo. Son logros que perduran a duras penas, después de librar batallas de todo tipo contra aranceles arbitrarios, competencia desleal, redes comerciales monopolizadas o copias de todo tipo allende los mares.

Ese buen momento del ‘Foods from Spain’ o el ‘España, technology for life’ ha pasado desde entonces por dos crisis arrolladoras, una financiera e inmobiliaria que ha sido hasta ahora la más larga de nuestra historia, y otra que se avecina tras el coronavirus que ha tocado la débil médula productiva de la industria del país, a la que no le ha dado tiempo a asegurarse los pasos más importantes de la cadena productiva, aquellos en los que la transformación de una materia prima o semielaborada a un producto final aporta todo el valor añadido. Cuando España intentaba crear una buena base de empresas exportadoras y competitivas en cualquier mercado global, ya pensaba en que había que amarrar esas innovaciones productivas basadas en la investigación y la tecnología que debían apuntalar el futuro de cualquier sector. No eran la marca de moda ni la parte más vistosa de los negocios, era el control de la cadena de valor como fórmula de amarrar la producción y ser capaces de apuntalar la continuidad de la actividad con garantías de futuro. 

Entre una crisis y otra, la inversión en investigación, desarrollo e innovación española ha perdido mucho fuelle y se ha dejado llevar por una globalización que reparte los centros de decisión sobre la actividad empresarial en las capitales más poderosas del mundo, las que apostaron a tiempo por las tecnologías de la información y tuvieron a su favor políticas de “patriotismo industrial” para amarrar esos procesos y, con ellos, el valor de verdad que hay en la generación de productos y servicios en un mundo digitalizado. En España lo llegamos a llamar la estrategia de los “campeones nacionales”, pensando en tener una base de multinacionales propias que nos permitieran amarrar el talento y aspirar a estar lo menos lejos posible de los mejores. Pero nos llegamos a reír de esa estrategia y la Gran Crisis lo arrollo todo.

Nissan y Alcoa son los primeros ejemplos de lo que pasa, no solo por no tener amarrada la tecnología y la formación adecuada que generan el valor añadido, sino por haber trasladado los núcleos de decisión de lo que ocurre en sus plantas fuera de su entorno local, el que les da la vida, pero no el que les trae el negocio. La crisis de la Covid-19 ha sacado a la luz el flanco más débil de nuestra industria y ha dejado muy claro que solo van a quedar en pie los más sanos. La automoción es el 10% de la economía española, casi como el turismo, y aunque esté abocada a una crisis interna grave desde antes de la pandemia, no todo está tan mal como parece. Pese a que ya no haya grandes marcas propias en España, como Seat o Pegaso, el sector auxiliar de los componentes goza de un prestigio internacional bien ganado. Eso se ha conseguido a base de innovar y exportar, un camino acertado para no dejarse azotar por el parón económico, y que corrobora que en sin el control de la cadena de valor no hay nada que hacer en la industria. 

El problema de la falta de foco y de medios de la industria es evidente en pleno parón por el virus, pero las empresas españolas ya demostraron en la anterior crisis que saben buscar medios y mercados donde haga falta para salir adelante. La base exportadora es ahora más amplia que en la anterior crisis y el endeudamiento de las empresas es menor. Aunque la innovación escasee todavía, cuando acabe la crisis del virus y la desescalada económica empiece a mover el consumo y las demandas internas de los países, cualquier facilidad que se ofrezca a las empresas para invertir, investigar e incorporarse a la economía 4.0, es una forma de crecer y recuperar bienestar. Si conocemos el problema, lo que hay que hacer es buscarle soluciones, no lamentarse de lo que se veía venir y no se supo evitar a tiempo.

No es una cuestión de ideología liberal o progresismo de izquierdas, es cuestión de recuperar las bases económicas de una sociedad que ha demostrado que sabe aguantar y luchar. No se trata de derogar la reforma laboral ni de dejarla como está ocho años más, sino de buscar la mejor manera de que la gente trabaje en paz y con los condicionantes de la nueva economía. Es loable tener una renta mínima para que nadie pase hambre en España, pero también lo es tener una inversión mínima decente dedicada a I+D+i, a formación dual para los jóvenes o al fomento de las nuevas tecnologías. El caso Nissan y otros similares que van a saltar por los aires mientras no sepamos amarrar el talento y apostar por la industria, van a demostrar que no es una cuestión de motores diésel o coche eléctrico, sino de aprovechar lo más eficiente que le quede al primero y lo más innovador que pueda aportar el segundo. Y si no entendemos eso y nos perdemos en el sectarismo ideológico y productivo, y las declaraciones políticas sin base, no habremos entendido nada y crisis como la de la automoción nos obligarán a pagar muchas más rentas mínimas que becas de investigación.

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