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La ceguera electoral ante la sequía lleva el verde de primavera a ‘números rojos’

Pedro Sánchez
La ceguera electoral ante la sequía lleva el verde de primavera a ‘números rojos’.
Agencia EFE

“Cuando el campo se quema, algo tuyo se quema”, ese fue uno de los eslóganes mas exitosos de las campañas contra incendios que lanzó el Gobierno hace más de una década, pero trasladado a nuestros días bien podríamos decir ahora que “cuando el campo se seca, algo tuyo se seca”, hasta la cuenta corriente y la hipoteca. Por más noticias que salen cada día, da la impresión de que en plena campaña electoral no conviene dar idea del tamaño de la crisis que se viene encima si las cosechas de cereal, fruta y hortaliza se quedan bajo mínimos este año, más allá del conflicto mediático de Doñana que, por más reserva de la biosfera que sea y que haya que cuidar, no es precisamente el reflejo del sector agroalimentario español. Eso sí, da más titulares y es más efectivo como arma electoral arrojadiza.

Después de dos años irregulares y perversos para el sector primario, donde la elevación de los costes hasta niveles insospechados se ha podido salvar 'in extremis' con la subida de los precios de los cereales en los mercados, sobre los agricultores y ganaderos se cierne ahora una tormenta perfecta, con los mismos costes, precios más bajos y sin agua, es decir, con la producción mermada. Aunque lloviera a menudo en lo que queda de abril y todo el mes de mayo, ya no se recuperará una parte importante de las producciones, lo que aboca a muchas explotaciones a la bancarrota o a entrar en una estrechez financiera asfixiante, pero cuyas consecuencias vamos a pagar todos, porque los precios de los alimentos no solo no van a bajar, ni siquiera van a mantenerse, sino que van a convertirse, en muchos casos, en artículos de lujo.

Antes de declarase la sequía, el consenso de los analistas económicos sabía que iba a ser muy difícil echar para atrás las subidas de precios de la agricultura en origen, dado que en muchas ocasiones se ha aprovechado ese fenómeno para poner orden en el valor de los productos del campo y hacer realidad (de hecho) lo que dice la ley: está prohibido vender (y comprar) a pérdidas. Pero como admitía el propio ministro Planas esta semana, el problema sigue siendo el mismo y la sequía va a venir a complicarlo más todavía: nadie sabe como se forman de verdad los precios de los alimentos en España y hacer previsiones sobre producciones que fluctúan cada día, almacenamientos que manejan oferta y demanda, y márgenes que nadie conoce y que se pueden tapar con subidas de costes de todo tipo, era imposible antes y va a seguir siéndolo a partir de ahora. Intentar ver en ese contexto el impacto en precio de una bajada mínima del IVA es absurdo, dicho sea de paso.

La cuestión que se echa en falta en el análisis político de la sequía en estos momentos es que no se trata solo de que hayamos pasado tres meses sin apenas lluvias, a la espera de que los cuatro chaparrones de mayo lo arreglen todo, si llegan, porque mayo de 2022 ya fue el más cálido del siglo y el segundo más seco de su serie histórica. Lo grave es que las consecuencias de esta sequía se dan sobre una inflación del 16% en los productos del campo que no va a ceder y que es la culpable de que, entre otras cosas, no bajen los tipos y nos suba la hipoteca. También a la gente del campo, que verá parcelas con menos verde intenso este año desde sus ventanas y muchos números rojos en sus cuentas.

En ese contexto tan duro, resulta grotesco escuchar promesas electorales al mundo rural, viejas y manidas para calmar a la España vacía, como la de que no haya nunca un colegio ni un hospital a menos de media hora que lanzó Sánchez este sábado. Curiosamente, el presidente le ‘roba’ el argumento en esta ocasión a García Page, el castellanomanchego que no es precisamente santo de su devoción. Y mete la pata de la misma manera. Si se llega en media hora, es porque los medios de transporte son mejores, no porque haya mejor servicio. Una cosa es la distancia y otra que cuando a alguien le da un infarto en la España vacía, tiene muchas posibilidades de morirse, porque la ambulancia llegará tarde y el médico intentará atenderle por teléfono porque no tiene tiempo para nada, aunque la distancia teórica se pueda recorrer en media hora, o menos.

Las zonas rurales despobladas que sobreviven del campo cuando no les mata la sequía, están hartas de que los políticos les cuenten milongas, cuando saben que esos gestores públicos cuentan estudios que demuestran que muchos de esos municipios pequeños y sus explotaciones desparecerán sin contemplaciones a medio plazo. Otros sobrevivirán a duras penas y serán ejemplos de heroicidades sociales y bucólicas. Pero si delante de un problema grave de sequía agravada con precios altos y con despoblación crónica, no han saltado todas las alarmas en los gestores públicos autonómicos y nacionales, enfrascados en salvar su trasero en la campaña electoral, más allá del 28-M será demasiado tarde. Muchos cantarán victoria, pero habremos perdido todos.     

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