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La larga hoja de ruta de los partidos de la España vacía

Soria ¡Ya!
La larga hoja de ruta de los partidos de la España vacía.
Soria ¡Ya!

La aparición electoral de formaciones regionales y locales ha disparado las expectativas sobre unos partidos que nacen de la injusticia social que sufre la España vacía, pero a los que les queda un largo recorrido para llegar siquiera a heroicidades como la de Teruel Existe y su diputado en el Congreso. Castilla y León va a ser el punto de partida de un verdadero test para este tipo de formaciones regionalistas de diferentes ideologías que deben demostrar su capacidad de aguantar en el tiempo, rellenar con propuestas sensatas y factibles sus programas y ser algo más que la flor de un día marchitada por el populismo local. La pandemia ha puesto de manifiesto el valor de la vida en el campo y algunas de las ventajas del mundo rural, duro todavía para vivir con las mismas comodidades y servicios que en la gran ciudad, pero que a medida que el progreso y la tecnología llevan la información hasta los últimos rincones de España, tiene más opciones de organizarse y hacer valer su existencia.

Si alguien sabe de verdad que sólo el que aguanta gana, es la gente de la España vacía y rural. De la misma forma que son conscientes de que esta moda por irse a vivir al campo que se ha desatado con la pandemia no es más que eso, una moda. El mercado de la vivienda ya está de vuelta a las grandes urbes, que es donde la gente opta en su mayoría por vivir en busca de un bienestar más a su medida. Nadie le va a regalar nada al campo, pero es de justicia que reclame un nivel mínimo de servicios que no tiene o sobre los que existe un tremendo riesgo de desaparición. La exclusión financiera es el mejor ejemplo de como las frías decisiones empresariales a veces no están acordes con las necesidades sociales si no media una rentabilidad tras ellas. Pero no es esa la mayor carencia que frena el desarrollo rural, hay cuestiones más graves desde el punto de vista del acceso a la tecnología (internet), la atención sanitaria, la falta de ventajas fiscales o el embrollo administrativo.

Corría el año 1760, cuando Carlos III encargó a su cartógrafo Thomás López un ‘Mapa de las Cercanías de Madrid’, hecho a plumilla, con los municipios cercanos a la Corte en un radio de unos cien kilómetros a la redonda, cuando no había provincias, las carreteras eran “caminos de dos ruedas” y los pueblos se agolpaban en la cuenca de los ríos, que eran lo que armaba el verdadero esqueleto del documento. Resulta sangrante mirar ese documento 262 años después y ver que en algunos de esos municipios (con su nombre antiguo) todavía te mueres si te da un infarto o tienes un accidente grave porque el centro de salud más cercano está a más de 20 kilómetros y la ambulancia, si esta disponible, no llegará antes de una o dos horas. Dicho todo esto con el mayor reconocimiento para los médicos rurales, que se dejan la salud en esas carreteras para cuidar la de los demás, y que son los que más sufren la falta de medios y de centros de atención primaria más cercanos a la gente.

Llevamos ya varios procesos electorales en los que a la España vacía se le promete la llegada de internet, un cauce que haría crecer de forma exponencial el desarrollo y el progreso de estas zonas rurales perdidas e idílicas (mientras no se sufran). Ahora hay hasta fondos europeos para ello, pero la cobertura sigue sin llegar, no tanto para hablar con el móvil, como para tener las mismas opciones de capacidad y rapidez en la conectividad que en las ciudades más cercanas. Internet es para la España vacía una ventana imprescindible para estar más informados y ser más libres frente a los populismos engañabobos, y también una puerta de entrada para que la gente, al menos, opte por pasar más tiempo en el campo, a la vista de la quimera que es convencer a los jóvenes para que se queden.

De poco sirve ‘vender’ las ventajas de la vida natural en las aldeas y pueblos de España, si hay que vivir un calvario administrativo para completar un sinfín de trámites legales o no se cuenta con algún tipo de ventaja fiscal o económica para incentivar la implantación de familias y/o empresas. Es un escándalo el sablazo que los pueblos más pequeños y vacíos han recibido en el IBI, no por culpa de sus ayuntamientos, sino por el catastrazo que cada año prepara el Gobierno y que hace que las casas de pueblo mínimamente reformadas, los establecimientos rurales (los únicos que dinamizan estas zonas) o las simples instalaciones agrarias, paguen impuestos como si fueran urbanizaciones de lujo o polígonos industriales psicodélicos.

No hay una discriminación positiva eficaz ni racional para el desarrollo rural, solo detalles a los que llegan segmentos muy localizados de población y que de nada sirven para que las zonas más despobladas se levanten. El fomento de la segunda vivienda puede ser un revulsivo muy importante para municipios menores en los que es impensable tener algo más que eso, pero su desarrollo se penaliza más que se fomenta desde el ámbito fiscal y administrativo. Y la opción de desarrollo que dan las energías renovables, sobre todo la fotovoltaica, está en mantillas a la espera de que una mayor información a los implicados les haga ver sus ventajas con más claridad, frente a viejos prejuicios como los de estropear el paisaje que solo buscan ponerle puertas al campo, cuando lo que necesita es abrirse de par y par y exigir la parte que le corresponde del progreso de toda la sociedad.

Como decía al inicio, va a ser difícil saber si los partidos regionales, locales o rurales, como se les quiera llamar, han venido para quedarse, pero un cosa es evidente: razones no les faltan para existir y luchar con más razón que muchos de los que se sientan a los mandos del país en el centro de las grandes capitales y opinan sobre la España vacía con menos conocimiento de su realidad que la de cualquier dominguero. 

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