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La 'Ley de vida' de la España vacía se camufla en año electoral

España vacía
La 'Ley de vida' de la España rural se camufla en año electoral.
La Informacion

A poco más de seis meses para las autonómicas y municipales, ya empezamos a ver fuego cruzado entre la clase política de todo tipo, tamaño y color que pulula en los más de 8.000 ayuntamientos de España con los lamentos de la despoblación y el recurso a la España vacía a modo de soflama electoral. Lanzó el debate a mediados del mes pasado el propio Pedro Sánchez, al anunciar en el Congreso medida de apoyo a la contratación avaladas desde la UE para Soria, Teruel y Cuenca, pero ya vemos como en comunidades donde la soledad de los pequeños pueblos es un drama, como Castilla-La Mancha, se anuncian incluso “ferias” para la repoblación de la España rural con anuncios de grandes inversiones del “presupuesto efectivo” de la comunidad para tomar medidas. 

Al igual que a Sánchez se le ha olvidado que hay muchas más provincias en España que esas tres anunciadas para dar bonificaciones fiscales, en el feudo de García Paje habría que saber qué es un presupuesto efectivo y qué no lo es para deslindar lo que de verdad se va a hacer en las comarcas sin gente ni futuro y, lo que es más grave: por qué no se ha hecho hasta ahora, porque el problema de la despoblación en el caso castellanomanchego no es precisamente de este año ni ha coincidido milagrosamente con una campaña electoral.

Dudo mucho que las ventajas fiscales sirvan para atraer a las empresas y a la gente a los pequeños pueblos, igual que dudo de que las administraciones autonómicas y locales (gobiernos, juntas y diputaciones de turno) sean capaces de desenmarañar la montaña de burocracia, incompetencia y trabas administrativas a las que se tiene que enfrentar cualquier persona o empresa que apueste por comprarse una segunda residencia en un pueblo o establecer un pequeño negocio. Es sangrante ver la realidad que cada día viven los desvalidos alcaldes y corporaciones de pequeños pueblos para poder solventar los problemas que la gente les plantea, que van a pedir consejo a sus secretarios o a las diputaciones y se encuentran con más pegas que otra cosa, para llenarse de rabia e impotencia.

Eso es lo que pasa de verdad. Vallar una finca propia es un drama de seis meses, abrir un pozo casi una proeza y hasta cualquier reforma o mejora que se quiera aplicar en tu vivienda, nave o negocio, tamizada por el trabajo administrativo a reglamento de los funcionarios autonómicos y locales, se convierte en un suplicio. Es más fácil abrir una farmacia en la Gran Vía de Madrid que en la calle Mayor de cualquier municipio pequeño, y eso es el mundo al revés que maltrata la España vacía. Escuchar anuncios de ayudas a la contratación a bombo platillo, con ese día a día rural, es insultante.

No hace falta se tan sofisticados. La gente de los pequeños pueblos es la que mejor entiende el problema de la despoblación, porque ha visto cómo los jóvenes se van poco a poco en busca de oportunidades a la ciudad o a los municipios cercanos más grandes. Y son conscientes en muchos casos de que deben tener el centro de salud, el autoservicio o los colegios en esas zonas con más vida, porque no se puede pagar el coste de sostenerlo en un pequeño pueblo. Como también saben que nadie tiene la culpa de que la gente elija ir a vivir a la ciudad, sobre todo porque es poco lo que les puede ofrecer el campo o el pueblo. 

Es ley de vida, una de las más duras que existe, pero cuyos efectos se pueden ir mitigando poco a poco si se cumpliera alguna de las promesas de las que se llevan más de una década hablando los políticos regionales y locales: cobertura de internet para todos al mismo coste, carreteras adecuadas, promoción de suelo barato para viviendas (aunque sean para segunda ocupación), desbloqueo y control de planes urbanísticos que duermen en los cajones desde hace décadas, empleo municipal subvencionado (en limpieza de montes, por ejemplo), planes de asistencia para la tercera edad, residencias de ancianos con ayudas y bien dotadas…

La lista de peticiones lógicas, sensatas y más que necesarias para que el mundo rural no muera de inanición no es complicada de ver. Luego si una industria o un empleador apuesta por poner una empresita y se le ofrecen ventajas, bienvenidas sean, pero sabemos que eso no es precisamente lo que ocurre cada día, es lo otro. Este tipo de actividades industriales, ya sea al calor de las cooperativas agrarias como del desarrollo de las energías renovables, van surgiendo y son una esperanza buena para afianzar población, pero en municipios de 2.000 a 20.000 habitantes. 

La España que languidece es otra, no nos equivoquemos. El drama está en los miles de pueblos de menos de 200 empadronados, que justo ahora, cuando llega el frío y las nieblas, se quedan con 40 personas solas y mayores. Pocos votos para el oportunismo político. Muchos de esos pequeños pueblos caerán (también lo saben), pero a otros muchos se les puede salvar si se apuesta de verdad por ello, y no solo cuando llegan unas elecciones, que ya estaremos en primavera, de romería, y nos habremos olvidado de los que cayeron en invierno. 

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