OPINION

La solución catalana: ponerse en el lugar del otro... y trabajar mucho

Antes de que todo el movimiento independentista catalán removiera sus bases y provocara la situación en

la que hoy no encontramos, uno de los grandes estadistas de este país advirtió con certeza que despreciar la fuerza del nacionalismo catalán podía ser un gran error. Acababa de celebrarse la Diada, con menos éxito que otros años, pero con un hecho claro: no hay en España un movimiento que saque, al menos, a 400.000 personas a la vez a manifestarse en la calle, salvo aquellas convocatorias antiterroristas felizmente pasadas. Ni siquiera el fútbol mueve tantas voluntades a la vez. Pensar que las equivocaciones o el salto ilegal que desde las formaciones secesionistas catalanas pretendían dar puede hacer de menos el problema porque todo se ha desbaratado con el artículo 155, es equivocarse en el diagnóstico de la enfermedad. Y la realidad es tozuda, sobre todo cuando votan más catalanes que nunca de forma legítima y legal, y el escenario sigue siendo el mismo.

¡Qué mala suerte señores políticos! Ahora hay que ponerse a trabajar como verdaderos leones si no queremos que el paciente se nos vaya al otro lado. Supuestamente quedan dos años de legislatura, y lejos de pensar, como parece, que el Gobierno está muy cansado y no puede más que improvisar, hay que ponerse manos a la obra para hacer que desde Cataluña y desde toda España, los ciudadanos vean que algo se mueve. Buscar un nuevo modelo de financiación que reparta menor el dinero de todos y reformar la Constitución, para que pueden encontrar acomodo dentro de ella todas las nacionalidades y pluralidades que conviven en España, es más que urgente. Y si no abordamos estos temas con verdadera decisión, mejor será apartarse y que vengan otros a mandar y a hacerlo, sean de la formación política que sean.

De un lado, es lógico pensar que la propia ciudadanía catalana se haya dado cuenta de que no valen atajos antidemocráticos en un Estado de Derecho como el nuestro, sobre todo después de ver que hay más de un

millón de personas que han dado su confianza a una formación constitucionalista como Ciudadanos. Volver erre que erre con aquello de “República o muerte” nos retrotrae a primeros del siglo pasado y puede convertir a la que siempre ha sido una de las regiones más prósperas de España (y de Europa) a los niveles de un país en vías de desarrollo.

De otro lado, nacionalistas e independentistas (que no son lo mismo) se habrán dado cuenta de que el camino anterior al que les llevaba una alianza política contra natura, como la de ERC, la CUP y el PdeCattiene más inconvenientes que ventajas para garantizar el progreso de la sociedad catalana. Si ahondamos en las posiciones radicales (las grandes perdedoras de las elecciones), el golpe siguiente que nos dará la dura realidad es que, no sólo las empresas cambiarán su sede social o fiscal, es que las grandes corporaciones sacarán de Cataluña tanto las cúpulas en las que se toman las decisiones, como los propios

centros productivos y generadores de mano de obra. Algunas firmas emblemáticas que mantienen miles de puestos de trabajo en suelo catalán ya han advertido off the record que eso puede ocurrir, algo que hace

apenas tres meses les parecía impensable, pero que ahora no pueden dejar de contemplar en un plan de contingencia.

Las empresas, el dinero, la inversión y, con ello, el empleo, no entienden de siglas políticas, van por su cuenta y buscan estabilidad política y social mucho más que incentivos fiscales o favores de un Gobierno de turno. Eso ya no vale. Y no dudarán en irse de Cataluña, o en el mejor de los casos, congelar sus planes de inversión en la zona, si los políticos no tienen las suficientes entendederas para sentarse a hablar y comprender las posturas de unos y otros. No todo es siempre la unidad de España, ni tampoco lo es romper con ella. Hay un término medio inteligente que se puede buscar, si se tiene voluntad de hacerlo.

Una de las claves de futuro para llegar a una solución es ver con claridad y sin mentiras las consecuencias que para la gente, para las familias y las empresas que son las base del sistema, tiene cada una de las opciones que ahora hay sobre la mesa. Ni sirve escudarse en un victimismo cobarde desde Bruselas o con demagogia sentimentalista desde la cárcel; ni sirve tampoco volver a olvidarse durante siete años más de las aspiraciones legítimas de un nacionalismo catalán que el Estado dejó en 'stand by' desde la sentencia del Estatut. Eso es algo que las grandes familias de la burguesía catalana, que encarnan el 'seny' y la esencia de esa comunidad, y son la clave de cualquier solución para Cataluña, no van a volver a

perdonar.

Lo que las urnas han dicho no es ni república ni centralismo, es una orden clara a los políticos de todos los signos e ideologías, en Madrid o en Barcelona, para que se pongan a trabajar de una vez y dejen de jugar a la política de declaraciones y soflamas. Ese axioma católico de ponerse siempre en el lugar del otro puede ser una buena forma de empezar, si es que son capaces de hacerlo.

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