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Macron pasó por Barcelona preocupado por Alemania... no por Aragonès

Emmanuel Macron y Pedro Sánchez
Emmanuel Macron y Pedro Sánchez en la cumbre de Barcelona.
CONTACTO vía Europa Press

No hay que ser muy avezado en política internacional para darse cuenta de que la verdadera cumbre que se ha dado esta semana de cara al futuro económico y energético de la Unión Europea no fue precisamente el encuentro de Barcelona, sino el que el presidente francés, Emmanuel Macron, ha celebrado este fin de semana en París con su homólogo alemán, Olaf Scholz, en un alarde de entendimiento que, hasta ahora, siempre ha estado en entredicho. Barcelona, París, Meloni en Argelia… todos los líderes europeos están moviendo ficha en el tablero energético, que está llamado a ser ahora el gran punto de unión de la Eurozona.

Hace apenas un año, con los tanques y los misiles rusos azotando Ucrania y el precio del gas por las nubes, en esta misma tribuna se apuntaba como solución obligada a la crisis europea a medio y largo plazo la creación de una verdadera Unión Energética Europea. Ha habido muchas vueltas, encuentros y desencuentros, desde la excepción ibérica y el deterioro nuclear francés, hasta la carrera alemana por levantar plantas regasificadoras o la apuesta italiana por Argelia, pero ese proceso parece del todo inevitable ahora y la reforma del mercado europeo, embrionaria aún, no debería quedarse corta en apuntar a ese logro. Si la mejor arma de Putin sobre Europa es el mercado energético, ahí es donde hay que tapar la vía de agua.

El problema es que estas grandes disquisiciones estratégicas se nos escapan al común de los mortales, quedan lejos del día a día del trabajador y el contribuyente, más allá de las fotos, las grandes palabras y las noticias en los informativos. Por más que el líder germano ratificara este domingo su adhesión al gasoducto para hidrógeno verde entre Barcelona y Marsella, junto a España, Portugal y Francia, nadie sabe si dentro de diez años estará hecho o no. Lo que sí está claro es que por los Pirineos no hace falta que pase más gas, porque no le interesa a Francia, pero sí electricidad ya generada y limpia de costes, que es lo que le estamos mandando al mercado galo, dominado por un parque de nucleares en reconstrucción.

Una de las claves que sí sirve para bajar el balón al terreno de juego y que todo el mundo lo entienda es el desarrollo industrial y la inversión que se va a mover con la implantación del llamado ‘Net Zero’, es decir, sin emisiones contaminantes en 2050, que han ratificado 139 países, con la UE por delante. La industria es la culpable de un tercio de todas las emisiones del planeta y su eliminación es una oportunidad para renovar sistemas y reordenar producciones en países que, como España, habían dado ya la espalda a la inversión industrial. Ese proceso es empleo, son rentas, es consumo y es motor económico de las sociedades, una oportunidad que se presenta inseparable de la estrategia para salir del conflicto energético provocado por Rusia, para la que a los políticos se les pide una amplitud de miras que, por el momento escasea.

Un documento recién salido del World Económic Forum, elaborado en colaboración con la multinacional Accenture y el prestigioso Electric Power Research Institute de Estados Unidos (EPRI), analiza once casos internacionales de éxito para reindustrializar zonas y países con el objetivo ‘Net Zero’ y deja muy claro el camino a seguir, que sin ser un todo, sí es una parte importante de los deberes que la UE debe hacer para tener una verdadera unión energética que haga frente a Putin y no convierta en eternas las subidas del recibo de la luz, los alimentos, etc... A través del análisis de esos ‘cluster’ estratégicos repartidos por el mundo y de las disquisiciones de los expertos recién reunidos en Davos, el informe remarca tres claves a tener en cuenta: impulsar la iniciativa privada y la competencia, y no limitarla desde el lado público; apostar por la tecnología, pero tener en cuenta su aplicación compartida para llegar a toda la cadena de valor y a todos los sectores y países, sin generar privilegios que retrasen el desarrollo conjunto; y diseñar modelos sostenibles y financiables desde el principio, de forma que las iniciativas público-privadas o el reparto de grandes fondos de ayuda, como el Next Generation, no se queden en iniciativas cortas, poco escalables y mal aprovechadas.

Aunque parezca mentira, la guerra de Ucrania y las tensiones energéticas en Europa han hecho que los grandes procesos transnacionales estén cada día más cerca del bienestar de los ciudadanos, y con ello, del voto que vayan a depositar en las urnas. La reforma energética en ciernes y el desbloqueo de los fondos UE en España son un pasadizo inevitable a superar si queremos dejar de ser el vagón de cola de Europa y, en lugar de preocuparnos por lo más importante para las generaciones futuras, nos entretengamos en hacer desaires políticos absurdos en la calle a un Macron que pasaba por Barcelona pero estaba pensando en su encuentro con Scholz. El problema es distinguir ahora, en pleno año electoral y con un Gobierno echado a la izquierda y enfrentado a los grandes líderes empresariales del sector (que son los que se la juegan en la partida europea), si los dirigentes políticos que tenemos están a la altura de las decisiones que hay que tomar o solo buscan una ampliación hasta fin de año del tope al gas para no perder votos.   

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