OPINION

Más democracia es tener más y mejor autogobierno, no rebelión

Era muy difícil quitar la vista de la pantalla de televisión el

pasado viernes por la tarde con la imagen de la Plaza de San

Jaume en Barcelona repleta de gente que miraba a la fachada de la Generalitat esperando el milagro de la República de Cataluña. Pero la emoción que se podía ver en las caras de la gente allí reunida no era algo compartido por la mayoría de los españoles, ni siquiera por la mayoría de los catalanes, me atrevo a decir. La sensación más allá de ese pequeño enclave de la Ciudad Condal era de incomprensión, casi de lástima por un grupo de personas que estaban más cerca del autoengaño y la frustración que de una euforia legitimada.

Con esa especie de doble legalidad que desde la parte independentista se quiere hacer ver en Cataluña, al menos hasta que la toma de posesión de todas las instituciones y órganos del Govern por parte del Ejecutivo central sea del todo efectiva, entramos en la antesala de una elecciones

autonómicas todavía en entredicho por la parte ‘rebelde’ y en un periodo de transición donde las decisiones y la actitud de una parte y de otra están bajo la lupa social nacional y, sobre todo, internacional. Cualquier presión injustificada, coacción o incitación a la violencia se puede pagar muy caro ante la opinión pública. Y quien debe llevar más cuidado en ello es quien tiene más que perder, es decir, quienes defendemos la Constitución y el Estado de Derecho frente a la intentona

secesionista e ilegal. La hábil campaña de comunicación y estrategia política que desde la Generalitat se viene realizando ha caído ahora hasta las catacumbas, ante la dura realidad del rechazo internacional sin fisuras que ha sufrido la supuesta proclamación de la república catalana, un jarro de agua fría que la “perseverancia”, la “perspectiva” o la oposición “ghandiana” que el president Puigdemont y sus adláteres piden, no van a poder levantar.

Es un buen momento para que quienes defienden la rebelión relean a uno de sus grandes teóricos desde hace más de dos siglos, Thomas Jefferson, el factótum de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos. Las ideas que repetía en sus famosas cartas sobre la necesidad de mantenerse siempre en rebelión para mejorar la democracia y darle sentido a la Constitución, como norma suprema adaptada a las necesidades de la sociedad, está ahora más vigente que nunca. Jefferson analizaba la necesaria transición que había que realizar para pasar desde la rebelión a la democracia, pero defendía que la única forma de que ese proceso fuera positivo para la sociedad era hacerlo siempre con más democracia. Es decir, apostaba por rebelarse en todo momento para mejorar en la gestión de los asuntos públicos y la atención a los ciudadanos, no para dar pasos atrás en el progreso social y el autogobierno, y la forma de hacerlo era que nunca los medios se antepusieran a los fines. Ese ha sido uno de los grandes errores de la “rebelión” que ahora sufrimos en Cataluña, que se pretende llegar a un fin de mejora del autogobierno, pero con unos medios fuera de la Ley y de la Constitución, y eso no es defendible ni hoy, ni hace doscientos años, ni nunca. El camino que marcó Jefferson ha dado lugar a la primera potencia del mundo; el que marcan desde la CUP y ERC, lleva al ámbito de la anarquía y a modelos de dictadura más cercanos a Lenin que a otro líder histórico.

Como señalaba esta misma semana el ministro de Energía en la presentación de La Información, mantenerse en posturas demagógicas y fuera de la realidad y de la Ley, como hacen los independentistas, nos puede llevar a perder el progreso social que dos generaciones de españoles (catalanes y no catalanes) han puesto a nuestra disposición con mucha sangre, sudor y lágrimas. No creo que los jóvenes universitarios que jalean la separación de España en la puerta de la Generalitat sean conscientes del coste social y económico que eso supone. Ni de lo mucho que les costó a su antecesores que ellos mismos

tengan la libertad y el estatus social del que ahora se aprovechan. Como estudiantes, una mera vuelta a los libros básicos sobre el sistema constitucional de derechos y libertades que tenemos en España les llevaría, más que a criticar sin saber el denostado artículo 155 de la CE, a valorar en toda su esencia el artículo 10.1, el que consagra la dignidad de la persona como el eje que fundamenta todos los demás derechos inherentes al ciudadano, legitima el orden político al servicio de la convivencia social y la creación de condiciones de libertad para el desarrollo de la independencia del ser humano. Justo ahí es donde está esa independencia que tanto jalean, pero eso sí, dentro de la legalidad, la Constitución y el respeto a los derechos de los demás.

Frente a ello, la dura realidad del momento nos lleva a cosas como que, esta misma semana, una de las grandes operadoras de telecomunicaciones del país admitiera off the récord el tremendo parón del negocio que se sufre en Cataluña. La incertidumbre genera un miedo a invertir y a avanzar que puede dar al traste con muchos negocios de pymes catalanas que no tienen claro donde pagar impuestos o dónde poner su sede social. O se preguntan cómo en un mundo donde la economía es global y el cliente está a golpe de click, pueden llegar a sufrir un efecto fronterizo y una devaluación de su moneda y de sus ahorros por una decisión política, no mayoritaria e ilegal, que les saca del mercado europeo. Ya se han ido más de 1.500 empresas de Cataluña y el goteo seguirá mientras no se zanje la doble legalidad virtual que se ha generado. ¿Cuántas se deben ir para que Puigdemont y Junqueras admitan lo hechos y se den cuenta de que la “perspectiva” y la “perseverancia” que piden a los demás, se la deben aplicar ellos primero?

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