OPINION

Nadia Calviño, la superministra de Economía frente al “poder repartido”

Nadia Calviño y Román Escolano
Nadia Calviño y Román Escolano
EFE

Parece que a un Gobierno sin oficina propia que coordine todo el área de economía, empresas y finanzas de un país le falta algo. Después de lo bien que todo el mundo parece haber recibido al nuevo gabinete de mujeres de Sánchez (salvo escasas excepciones), las dudas que genera la falta de una oficina económica en la que el presidente se apoye para poner orden en los desequilibrios que puedan producirse en las decisiones de entre cinco y siete de sus ministerios, se ha saldado con el nombramiento de Nadia Calviño como la superministra de Economía y presidenta de la poderosa Comisión Delegada de Asuntos Económicos.

Hasta conocerse esta decisión, que no supo resolver la ministra portavoz Isabel Celaà en la rueda de prensa tras el primer Consejo de Ministras y Ministros, la tesis era la del “poder repartido” y el “aquí nadie manda sobre nadie”, algo que nunca ha funcionado bien a la hora de ejercer el poder económico desde una engranaje como el del Estado. Ya hay quien manda y, como siempre, también habrá quien se queje por la merma de funciones que para su nuevo estatus de ministras y/o ministros va a suponer el poder de Calviño.

El Presupuesto que ha dejado hecho el PP, por más que quiera enmendarlo ahora, es para ejecutarlo, sin más discusión. Pero deberá ser la ‘doctora’ andaluza María Jesús Montero quien defina las partidas de ingresos y gastos de las próximas cuentas públicas del Estado, que luego debe defender ante Bruselas con las suficientes garantías de estabilidad económica y control del gasto la europeísta Nadia Calviño, a quien van a exigir los socios comunitarios las mismas dosis de disciplina y rigor que ella les ha estado exigiendo hasta ahora. Para que eso vaya bien, la ministra de Hacienda no solo deberá tener bien atadas las bases para un nuevo modelo de financiación, sin opciones al más mínimo despilfarro. También deberá atender a lo que la ministra de Economía le ‘sugiera’ recortar o ampliar, según sea necesario para que Europa no nos saque los colores. El genio y la beligerancia que Montero mostraba en los Consejo de Política Fiscal y Financiera contra Montoro, deberá dejar paso ahora a la máxima cooperación con las directrices que marque Economía. Y hasta ahí puedo leer… como se suele decir.

Esa nueva financiación, por otro lado, no se podrá desbloquear si Meritxell Batet no ha logrado convencer a nacionalistas y separatistas de que les conviene un nuevo orden territorial federalista, en el que todos van a tener más autogobierno para decidir cuánto y en qué se gastan el dinero que los ciudadanos les confían vía impuestos. Estado, nación, referéndum, independencia… Todos los grandes conceptos soberanistas están muy bien sobre el papel y se pueden discutir durante siglos, pero sin reparto financiero, no hay orden territorial que valga. Seguro que por esto también le preguntarán a Nadia Calviño cuando vaya a Europa a exponer la estabilidad política y el rigor presupuestario español, a pesar de Cataluña y de un tal Puigdemont que anda suelto muy cerca de Bruselas. Para ‘tranquilizar’, Batet ya ha lanzado este sábado un aviso a navegantes: lo más urgente es reformar la Constitución, casi nada para apenas año y medio de legislatura.

No hay que olvidar que el engranaje para que todo eso funciones son las empresas y los trabajadores, cuyo entendimiento para subir o bajar sueldos es autónomo, pero en el que van a influir en gran medida los cambios que Magdalena Valerio vaya a hacer en la reforma laboral, con la intención de reducir la precariedad y hacer que la recuperación de la economía se note de verdad en los hogares de los españoles. No es reto fácil, sobre todo si va a acompañado de resucitar el Pacto de Toledo y tranquilizar a la población en lo posible con una reforma de las pensiones que no sea un continuo jarro de agua fría para los asalariados. Eso sí que es gasto público, casi el mayor de todos los que Hacienda debe consignar en sus cuentas y de lo que cueste la reforma territorial, y de nuevo será Calviño quien tenga que ir ante la Comisión Europea a convencer a sus homólogos que la subida de las pensiones ahora y la reforma posterior no van a dar al traste con el déficit público en España, ni van a evitar que deje de ser uno de los socios incumplidores.

Aunque dejemos fuera por ahora a Fomento y Agricultura, e incluso Industria, con sus opciones de gestión más acotadas que los demás, a estas alturas de la reflexión queda claro el tremendo papel que la nueva ministra de Economía debe jugar en el nuevo Gobierno de Sánchez como eje de toda la estructura económica del Estado: pelear cada día con los ministros (proveedores), tener contento al ‘jefe’ (presidente) y cumplir con los clientes con al excelencia que merecen (Bruselas).

Cierto es que el mejor coordinador de toda esa estructura macroeconómica puede ser el propio presidente, que para eso tiene una gran formación en economía. Y es seguro que, además de contar con el prestigio ganado de Nadia Calviño, va a tener en consideración siempre la experiencia y la visión a medio y largo plazo de baluartes como Manu Escudero y Jordi Sevilla, entre otros. Pero confiar en que la coordinación, el entendimiento y la comunicación permanente entre todas las áreas económicas va a surgir por sí sola, es más que una temeridad. Y para muestra un botón: tras el primer Consejo de Ministras y Ministros, no solo no se tenía claro que iba a ser de la oficina económica, es que nadie sabía que el 155 financiero llevaba una semana derogado. Ese tipo de errores de comunicación, inaceptables en la gestión política, solo sirven para una cosa: aprender y que no vuelvan a ocurrir.

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