Artzaia

Nadie podrá hacer 'lo que le dé la gana' cuando pase el 4-M

Isabel Díaz Ayuso
Isabel Díaz Ayuso
Agencia EFE

"Da igual quien gane, que pasen cuanto antes y volvamos a la normalidad". Cada vez es una sensación más cierta que el grado de radicalización y polarización que se ha generado con las elecciones madrileñas de este martes ha provocado un hartazgo en toda España que amenaza con convertirse en puro rechazo a unos candidatos y un plebiscito que en ese momento solo quería Isabel Díaz Ayuso. Sin haber ganado todavía los comicios, la presidenta madrileña nunca pudo imaginar que iba a llegar tan lejos con su mensaje básico y populista de vivir a la madrileña y hacer "lo que me da la gana". Lo grave es que el resto de candidatos, por más halo intelectual que les rodee, se han apuntado a ese simplismo y nos encontramos ante una tergiversación de la realidad tan brutal como descorazonadora. Solo un detalle: en la última semana nadie habla de los muertos de la pandemia, ya no existen. Debe ser que da mala imagen. La guerra de cifras de la primera parte del primer y único debate chusco, que lo enmarañó todo, ha dejado paso a una guerra de soflamas maximalistas que poco tienen que ver con lo que ocurre cada día en la comunidad capitalina y en el resto del país.

No entrar a debatir lo más complicado en materia de impuestos, inversiones, educación, ayudas a las empresas azotadas por la Covid -una vez que nos hemos olvidado de las que sufrieron el caos de Filomena en Madrid a las que nadie echó una mano-, ha convertido la campaña en una cruzada ‘trumpista’, donde pontificar con medias verdades en busca de adeptos cansados de tanto paripé es la más rentable de las estrategias. Sin profundizar ni debatir, la presidenta actual tiene el camino abierto para convencer a los que menos quieren complicarse la vida analizándolo todo. Vuelve la vieja teoría del PP de Aznar -no anda lejos de Ayuso alguno de sus exasesores- en la negociación con los nacionalistas y radicales vascos sobre el conflicto terrorista de hace más dos décadas: o estas a este lado de la orilla, o estas al otro, pero no hay medias tintas ni matices ni grises ni nada más que tratar, al menos de cara al público. Aquel PP ganó muchos adeptos con ese planteamiento básico, pero el problema no se redujo, al contrario. Fue después el siguiente gobierno socialista y, sobre todo, el gran trabajo de las fuerzas de seguridad del Estado, quien acabó con aquel problema complejo.

La situación ahora no es tan grave, aunque apunta maneras. Hay amenazas, pero no hay sangre, aunque la cuestión estratégica es la misma: todos los candidatos se apuntan a los mensajes populistas (comunismo o libertad, democracia o fascismo, etc…), unos porque vivir a la madrileña es hacer por las tardes lo que se quiera; otros por la eterna lucha de clases entre ricos y pobres. Y la realidad es distinta y tozuda: hay una pandemia todavía sobre la gente, la vacunación va lenta, miles de empresas están en insolvencia esperando una ayuda para no tener que cerrar ya, la incidencia sigue siendo muy alta, las fiestas nocturnas son un insulto a la convivencia, los ERTE pueden ser ERE dentro de muy poco y casi el 40% de los jóvenes no encuentra un trabajo que le permita vivir. Es decir, si algo no se va a poder hacer en Madrid a partir del 4-M, gane quien gane las elecciones, es lo que nos dé la gana o echar a los grandes patrimonios al Manzanares, como nos quieren hacer creer antes de depositar el voto unos y otros.

Esa tremenda falacia es la que tiene confundidos a la mayor parte de los ciudadanos madrileños a falta de dos días para meter su papeleta en la urna. Una vez que las cartas amenazantes dieron un vuelco a la campaña, el radicalismo de los mensajes ha dejado fuera de sitio el debate y el análisis de propuestas, hasta el punto de que destacan candidatas como Mónica García, desconocida hasta hace un mes para el común de los mortales, porque habla de cosas que se entienden sin chulería y sin denigrar a nadie más allá de lo lógico de unas elecciones, simplemente por eso.

Cuando pasen estas malditas elecciones, tendremos sobre la mesa una España dopada con los fondos europeos, aunque no vayan a llegar hasta 2022, y pendiente de que los tipos de interés no nos ahoguen. La recuperación en V asimétrica de Calviño es ya un espejismo, la tercera ola ha hecho decrecer a la economía otro trimestre más y los economistas más avezados tienen las miras puestas en la primavera que viene, que será cuando todo el bacalao comunitario esté vendido y adjudicado, y el país tendrá que volver a caminar solo, con dos generaciones de jóvenes perdidas y las deudas de la crisis en sangre viva

Entonces nos acordaremos de todo el tiempo que perdimos discutiendo tonterías como lo de socialismo o libertad para vivir como nos dé la gana o todos contra el fascismo porque la democracia está en peligro; o de cómo el presidente del Gobierno entró al trapo de una campaña autonómica en lugar de ocuparse de dirigir la desescalada definitiva, ordenar de forma progresiva y sensata el fin de la alarma y facilitar la remontada económica con todas las comunidades autónomas. Pensar que solo existen los dos lados de un río como opciones de vida, es negar la realidad, pero tirarse de cualquier manera a cruzarlo sin buscar los puentes primero, es un suicidio. ¿Alguien ha pensado que en el momento actual de la pandemia, las elecciones de Madrid pueden ser lo de menos? 

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