OPINION

No se puede "desescalar" sin haber hecho cima por el camino correcto

El ministro de Sanidad, Salvador Illa
El ministro de Sanidad, Salvador Illa

A estas alturas de la pandemia y el confinamiento, todo el mundo tiene claro que los gestores de la crisis, con Sánchez a la cabeza, hacen cada día lo que pueden, ni más ni menos. Cada día es más evidente también que los mayores fallos se pudieron cometer al principio, tanto por no tomar medidas a tiempo como por basar la lucha contra el virus en un Ministerio de Sanidad recién partido en tres cachos y con un neófito a la cabeza, parte del cupo socialista catalán al nuevo Ejecutivo, que solo puede hacer, como hasta ahora, lo que le digan. Salvador Illa es la cara visible de todas las críticas hasta el punto de haber puesto ya su credibilidad personal al límite, en el momento en el que más falta le hace, cuando hay que empezar a levantar la mano y se le pueden ver todas las vergüenzas pasadas.

No sabemos si hay suficientes mascarillas o no (aunque sean de las malas) para repartir en el metro y las estaciones este lunes, como quiere Illa. Pero lo que sí sabemos es que la incapacidad de Sanidad para centralizar y coordinar las compras en todo el país desde el primer momento, es ahora evidente. Se tardaron más de dos semanas para entender que ese tipo de operaciones hay que dejarlas en manos de quienes saben hacerlas, como los técnicos de comercio exterior (que en Sanidad no había) o los propios empresarios y operadores internacionales, únicos capaces de asegurar la fiabilidad de los contactos, la calidad del producto y el funcionamiento de los pasillos de transporte entre China y España, aunque solo sea porque lo hacen cada día. La falta de mascarillas en ese periodo incial de mando único sin orientación alguna generó muchos contagios, y la falta de respiradores, muchos muertos.

Desde el inicio de la crisis se intentó justificar la elevada tasa de letalidad en España, comparada con el resto de países de nuestro entorno también contagiados, con el hecho de tener la segunda población más envejecida del mundo y el azote que el virus estaba suponiendo en las residencias de ancianos. Pero un mes de calvario después y con cientos de muertos sobre la mesa cada día, las cifras de Illa saltan ahora en pedazos porque no se han añadido del todo a su cifra oficial de fallecidos los “sospechosos” de virus que murieron fuera del hospital y sin prueba fehaciente de que murieron por ello. Es decir, que pueden estar sin contar (al menos no en su momento) los miles de muertos de las residencias que servían de excusa para la comparativa al principio, ni los que han muerto en casa o fuera de un hospital que certificara la causa.

Los enterramientos y los datos de los registros civiles no mienten y, si no se aclaran estos números y esta situación cuanto antes, podemos estar ante una de las acciones más indecentes y desaprensivas que cualquier político (estatal o autonómico) puede cometer. La gente tiene derecho a saber qué ha pasado, y el Ministerio ya ha obligado a todas las autonomías y a su homólogo de Justicia a poner sobre la mesa todos los datos. Es un tema de pura humanidad, sin ideologías, imperdonable si se confirma que ha ocurrido. Mayores que mueren solos, sin medios sanitarios, sin la familia al lado y olvidados hasta en las estadísticas oficiales. Cuanto más se tarde en aclararlo, mayor será la indignación social que se genere y el coste político de tamaño descalabro.

Para explicar la vuelta gradual a una nueva normalidad que nadie sabe cómo va a ser, el Gobierno ha escogido 'un palabro' que no está en la RAE ni en los grandes diccionarios de uso del español: “desescalaje”. Ese proceso va a ir parejo al de una lenta y sufrida recuperación económica, en la que la letra pequeña de las medidas que se han puesto sobre la mesa también dejan ver, un mes después, las vergüenzas de quienes las tomaron y anunciaron. No hay funcionarios en Trabajo para poner en marcha los ajustes temporales de empleo y a los que quedan se les está matando a trabajar. No hay inspección que lo revise todo a tiempo. Los créditos avalados por el Gobierno se dan con cuentagotas y la Seguridad Social, que fue la primera en anunciar medidas para quienes tenían que quedarse en casa cuidando de los suyos, cambia cada día los detalles y las condiciones de sus iniciativas. Y hasta este martes, a falta de seis días para que cumplan el plazo fiscal, no se confirmará que las pymes van a poder retrasar sus tributos un mes (y habrá que leer de nuevo la letra pequeña). 

Llevamos un mes de pandemia en el que la improvisación (ellos lo llaman "gestión dinámica") de los políticos de todas las clases y colores, a favor y en contra del supuesto mando único, ha sido la pauta general. Las salidas de tono de los líderes autonómicos y su ‘falsa’ colaboración total con el Gobierno central es tan grave como las verdades políticas a medias que se hacen más evidentes a medida que pasa el tiempo. Sin superar las grietas más graves y haber 'escalado' a la cumbre por el camino correcto, nos enfrentamos a un reto nuevo que se llama “desescalaje”, y los políticos están empezando a poner en modo campaña, más que en modo pandemia, porque no saben que bajar de la cumbre suele ser más peligroso y mortal que subir. Unos convocando un pacto a ciegas difícil de entender y otros a Dios rogando y con el mazo dando, hasta el punto de que entre todos (Gobierno, socios y oposición) van a convertir a los muertos en solo una cifra deshumanizada. Si eso ocurre, habremos perdido todos, los vivos y los muertos, y se habrá cerrado la puerta a que de esta crisis salgamos más fuertes. No se pueden cometer más errores, la montaña no perdona a quien no le escucha. 

Mostrar comentarios