Artzaia

Hablamos de impuestos y nos olvidamos de Putin

María Jesús Montero
María Jesús Montero, ministra de Hacienda.
EFE

Habría que prohibir a los políticos hablar de rebajas fiscales -ni siquiera de reformas impositivas- en época electoral, porque luego o no se cumplen, o quedan en agua de borrajas en la mayoría de los casos. Ya comentaba la semana pasada en este mismo espacio la tremenda demagogia que utilizan a la hora de ‘vender’ cambios de tributos como si no hubiera un mañana y con verdades absolutas indemostrables por uno y otro bando. Pero clama al cielo oír que las grandes empresas y los 'afortunados ricos' son el mal de todas las cosas, cuando es una evidencia que, primero, son la minoría que más impuestos paga en este país en términos absolutos (eso se le olvida siempre) y gracias a que invierten gran parte de ese dinero funciona todo lo demás aguas abajo, incluidas las sufridas pymes y los autónomos. 

Se nos olvida que la economía es una máquina engarzada, mal o bien, pero que hace dependientes a unos de otros, y crear bandos de buenos y malos en virtud de donde se maneja la mayor parte del dinero es un argumento de hace un siglo, que niega los avances sociales de los que la izquierda tanto presume y que, mal que bien, han hecho que todos vivamos mejor. Hay que saber alegrarse del bien ajeno sin matarlo por lo que ha conseguido poner en marcha, legalmente y pagando sus impuestos. Pero eso no es ‘populista’ ni da votos.

Hasta que dentro de un par de años -con suerte- el Tribunal Constitucional nos diga la tremenda ‘burrada’ que es grabar dos veces la misma riqueza o negar a las comunidades autónomas la opción de bonificar su parte de los tributos, nos acordaremos (o no) de la larga precampaña que sufrimos en 2022 y 2023 y las incongruencias que se dijeron. Mientras eso ocurre, la vida continua y el Gobierno tiene delante un reto mucho mayor que el de las promesas electorales, que es presentar unos Presupuestos Generales del Estado para el año que viene creíbles, en uno de los mayores momentos de incertidumbre económica desde que llegó la democracia a España. Por suerte, con los Presupuestos no se pueden crear impuestos, pero en sus números estará reflejado lo que el Gobierno espera de un año convulso, con dos grandes citas electorales, una presidencia europea de seis meses y los precios del gas y la energía eléctrica, que marcan gran parte de esas cuentas, dando tumbos arriba y abajo.

Momentáneamente, es como si la guerrilla de los impuestos hubiera eclipsado la verdadera batalla que hay que librar en Europa frente al poder de Putin y bajo la amenaza de sus armas nucleares. De la misma manera que toda la palabrería fiscal en España va a quedar anulada si, algún día, se logra reformar el sistema de financiación autonómica y se estabiliza la estructura territorial del país, el reto energético pasa por hacer una reforma en Europa que permita salir del gas ruso cuanto antes y establecer un nuevo equilibrio de fuerzas entre grandes empresas energéticas y estados que no genere más problemas que los que pretende solventar. Lo que está claro es que de nada van a servir las exiguas rebajas de impuestos que unos y otros ponen sobre la mesa si la gente pasa frío en invierno porque no puede pagar la factura eléctrica o pierde calidad de vida porque no llega a fin de mes con la misma cesta de la compra que antes. 

El golpe que va a dar el Euríbor a las familias españolas de hasta 21.000 euros de renta y de mucho más que ese nivel medio que Montero marcaba la semana pasada, va convertir en ceniza cualquier promesa de rebaja fiscal. Uno de los grandes economistas de este país vinculado al sector energético me decía recientemente que tal vez lo peor haya pasado ya y la inflación tienda a la baja durante todo el año que viene, siempre que a Putin no le de por saltar la barrera nuclear o el rechazo global a la anexión ilegal que se ha hecho en Ucrania provoque otra nueva invasión. Aún así, será largo y duro volver a los niveles del 2% y aligerar la carga de los tipos de interés en las economías domésticas y las empresas.

Con este balance de situación apenas quedan un par de cuestiones básicas que reconocer para no perderse en el laberinto fiscal electoral: la primera, que hacer unos Presupuestos Generales del Estado creíbles y que den confianza a los ciudadanos para el año que viene es un ejercicio voluntarista de elevada dificultad que puede quedar en nada de la noche a la mañana; y segundo, que la refriega fiscal ideológica en la que se han metido PSOE y PP a lo loco, sin tener en cuenta las bases reales de nuestra economía y la distribución de la riqueza en España autonómica, es lo peor que le podía pasar a esos Presupuestos en la semana anterior a su presentación. 

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