OPINION

Sánchez e Iglesias dan pábulo al 'todo vale' por una foto

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias se reúnen en la Moncloa
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias se reúnen en la Moncloa
RICARDO RUBIO/ EUROPA PRESS - Archivo

Resultaba cuando menos curioso ver a la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, explicar el pasado viernes tras el Consejo de Ministros los cambios que se iban a producir en cuestiones como la contratación de profesores (Educación), la ley mordaza (Justicia e Interior), la reforma laboral y la dependencia (Trabajo), la vivienda (Fomento), la despoblación rural, la programación musical en la televisión pública y hasta la ley electoral, entre otras muchas áreas de gobierno. De todos es sabido que Hacienda funciona como un segundo Ejecutivo, porque nada se puede hacer si no tiene la partida presupuestaria correspondiente, pero de ahí a lo que vimos el jueves, hay un trecho. La ministra trató de explicar un acuerdo sobre los presupuestos, que en realidad era un Pacto de Estado alcanzado directamente entre el presidente del Gobierno y el líder de Podemos, Pablo Iglesias, con Montero y Echenique como peones negociadores, y del que casi nadie sabía nada, ni en el PSOE ni en el propio Ejecutivo.

Un anuncio a toda prisa y sin ningún tipo de preparación, todo por sacar una foto que, sin reconocerlo de forma explícita, demostraba el poder y la influencia que desde Podemos se ejerce sobre el gabinete de Sánchez. Lo primero la foto, en exclusiva y directamente entre un partido y el Gobierno, por primera vez en democracia. Una especie de solemnidad sobrevenida para demostrar quien manda de verdad, y ya se cumplirá con el protocolo o los cauces parlamentarios al uso más adelante. De hecho, el acuerdo presupuestario del jueves obliga a convocar un Consejo de Ministros extraordinario este lunes para aprobar el plan que hay que enviar a Bruselas porque el plazo vence ese mismo día. Es decir, primero Iglesias y Podemos, luego Bruselas y, en tercer lugar, se presentará todo ya cocinado en el Congreso (donde están los que nos representan a todos los españoles) para recabar el resto de los apoyos, si es que quieren hacerlo.

Si le damos la vuelta a la tortilla y ponemos al Parlamento por delante, la secuencia cambia: primero PSOE y Podemos (o sus grupos parlamentarios) llegan a un acuerdo (presupuestario, de Gobierno o de lo que quieran y puedan); se firma el acuerdo en la sede de la soberanía nacional, léase el Congreso con foto, luz y taquígrafos; se envía el mandato al Gobierno para que lo ejecute; y, finalmente, se aprueba un plan con esa base para mandarlo a Bruselas, con el agradecimiento a todas las partes por los servicios prestados que, por otra parte, no habrían hecho más que su trabajo. Claro que esta opción, lógica y utilizada en otras grandes ocasiones en el modelo parlamentario que rige en España, no habría permitido la foto y la gloria de los retratados. Lástima.

“Que Podemos esté en esa posición de fuerza ahora no es una cuestión de ideología, es porque los demás se lo hemos permitido, porque nadie ha sabido poner sobre la mesa una alternativa mejor”, advertía esta semana un viejo político que ha vivido el franquismo, la transición y la democracia, atónito ante la deriva que llevan las cosas. Y es que la derecha personalizada en Casado y Rivera se ha colocado en posturas maximalistas para evitar una guerra fratricida y ha dejado el camino abierto a una izquierda ávida de poder. Las elecciones andaluzas van a ser una prueba de fuego para Ciudadanos y PP, y ambos los saben. Será el preámbulo que va a medir la fuerza con la que llegarán a las autonómicas del año que viene y que amenaza con dejar toda su artillería al descubierto para unos comicios generales que ahora Sánchez puede convocar cuando más le convenga.

En ese contexto, no queda más remedio que reconocer que Podemos es la mejor alternativa que tiene Moncloa para mantenerse en el poder aunque sea gobernando a base de anuncios, pendiente en todo momento de recabar apoyos parlamentarios donde pueda para sacar adelante lo que le dejen. Una mayoría simple le sirve para aprobar los Presupuestos en segunda vuelta, aunque sea fuera de cualquier plazo sensato. No es de extrañar que el presidente diga ahora que no tiene prisa por empezar a negociar las cuentas públicas con los nacionalistas vascos y catalanes, de izquierdas y de derechas. La situación para ellos es la misma que había ante la moción de censura: seguir su propio camino sobre la base de un acuerdo estatal de izquierdas donde la ideología es lo de menos, y sacar lo que se pueda en la negociación para ‘vender’ en sus respectivos territorios. Claro que también pueden enmendar la plana a Sánchez y a Iglesias, afrontar la vuelta de la derecha y cerrarse la puerta a unos pactos que pueden serles muy necesarios tras sus elecciones, aunque esa opción es menos que probable. Unos ‘venderán’ su apoyo a cambio de dinero o más competencias propias; otros lo harán con los presos y el referédum sobre la mesa.

En esa tesitura y pendientes de lo que pueda ocurrir en el hervidero social que se vive en las calles de Cataluña, el acuerdo entre el Gobierno y Podemos puede ser bueno o malo, según el prisma desde el que se mire o la medida que se aplique, pero está claro que es lo que hasta ahora nos hemos buscado.

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