OPINION

SOS por el 10-N: alguien tiene que perderlo todo para que ganemos algo

El presidente de la formación naranja, Albert Rivera, durante el acto de cierre de campaña que han celebrado esta tarde el parque Alfredo Kraus en Madrid. EFE / Paolo Aguilar.
El presidente de la formación naranja, Albert Rivera, durante el acto de cierre de campaña que han celebrado esta tarde el parque Alfredo Kraus en Madrid. EFE / Paolo Aguilar.

Va a ser muy complicado a partir de ahora tomar cualquier decisión por parte del Gobierno en funciones que no se mire bajo la lupa electoral y con un sesgo negativo a priori, por una doble razón: primero por el hartazgo con que todos los ciudadanos llegamos a estas elecciones no deseadas, fruto de la incapacidad de unos líderes políticos que prefieren ser ‘caudillos’ y mandar solos antes que presidentes y compartir el poder; y segundo, porque después de cinco meses en funciones y ocho anteriores de una gestión en minoría ahogada por la falta de Presupuestos, quedan muy pocas cosas que la legislación permita hacer sin caer en la sospecha de que se manipula. El día a día de lo urgente se ha agotado más allá de repartir fondos para la gota fría.

La veda esta abierta para ir a la caza de votos, al paso que marquen las encuestas de cada partido que, en esta ocasión, lo tienen más difícil que nunca para acertar. Sólo hay un dato en el que coinciden todos los analistas demoscópicos: la abstención va a ser tremenda, del orden del 40% o más, y con esa base, hacer predicciones es muy complicado, salvo el socorrido argumento de que, en el reparto de escaños, cuantos menos votos haya mejor para los más grandes (léase PP y PSOE). Pero sería ingenuo pensar que el modelo nos devuelve al bipartidismo, eso no va a ocurrir cuando hay cinco opciones políticas que juegan en el tablero de las mayorías y las minorías.

Lo difícil es saber si vamos camino de la opción más temida, es decir, que todo quede como está; o hay algún candidato claro para perder todo o buena parte de lo que sacó el 28-A, y dejar espacio para el resto. Pero la reflexión a que nos lleva esa encrucijada y que se evita en el seno de los partidos es muy dura y difícil de reconocer: algún partido tiene que perder su posición de forma clamorosa, o no recuperarse de la caída que sufrió en abril, para que haya alguien que gane con cierta claridad y se pueda apuntar hacia un Gobierno estable, aunque sea en minoría. Es necesario que al menos uno pierda para que ganemos todos, si no queremos desesperarnos el 10-N próximo con un reparto de escaños como el actual y los mismos cinco líderes 'caudillistas' echándose la culpa unos a otros de todo.

Si hacemos caso a la teoría política contable, cuando la abstención es alta el escaño se pone más caro (se necesitan más votos para cada sillón) y sufren los partidos de los extremos. Eso no le pone las cosas fáciles a Vox, una vez agotado el efecto rompedor de su argumentario extremista; ni a Unidas Podemos, penalizado porque, de una forma u otra y sea culpa de quien sea, al final lo que queda es que no ha sabido ceder para sentarse a mandar al lado de Sánchez. Esta vez, además, sus posicionamientos efectistas más radicales hacia la izquierda se pueden ver tamizados por la marea moderada y amable de Íñigo Errejón, si finalmente se decide a entrar en el tablero nacional, con Carmena o sin ella. El gran problema de la derecha el 28-A fue que se diluyó su voto entre tres partidos, que no encajan entre sí. Y ese puede ser dentro de muy poco el gran problema de la izquierda también, sobre todo por la dispersión que en sí misma tiene con las llamadas confluencias regionales, que ahora podrían tener donde elegir más allá de Iglesias.

Si bien en los extremos parecen claros los riesgos, más complicado es saber que va a pasar con Albert Rivera y su grupo de ‘rebeldes’ volcados a ganar la partida por la derecha y en plena ola de deserciones notorias que, como buena parte de los votantes, no entienden bien a que juega la formación. Los datos del CIS dejaban su base electoral para el 10-N en la mitad que hace cinco meses, y las encuestas de algunos grandes medios de comunicación advertían que, cuando menos, una cuarta parte de su voto estaba en el filo de la navaja. Las encuestas internas que el lugarteniente Villegas le llevó a Rivera el fin de semana pasado debieron corroborar la peor de las conjeturas, a la vista del doble salto mortal hacia la abstención que su líder intentó dar, con el que recibió unas dobles ‘calabazas’: de Casado primero, y de Sánchez después. Muy poca gente, incluso dentro del partido, entendió ese movimiento para evitar las elecciones, a no ser que la cosa esté muy negra para ellos. En abril subió dos puntos y medio y pasó de 32 a 57 escaños, y hay quien estima que puede llegar a perder tres puntos ahora, con lo que su techo para el 10-N sería el suelo del que partió el 28-A. Pero claro, con una abstención que puede llegar a la mitad de los votantes nunca se sabe como quedará el reparto y tres puntos puede que ahora no sean 20 escaños menos. O sí. Por lo pronto, los de Rivera ya comentan desde dentro que lo tienen muy complicado para quedar como primer o segundo partido más votado en la mayor parte de las circunscripciones (serán el tercero o el cuarto), algo que complica que lleguen al Senado con más de diez sillones y deja en el aire que puedan formar grupo parlamentario.

Por si acaso el cuento se convierte en realidad, a la mesa están sentados PP y PSOE, uno por cada lado, para comerse todo lo que Cs se deje en el tapete. Dicen en España que “al perro flaco todo se le hacen pulgas” y los dos partidos que más se juegan en este 10-N y que necesitan reafirmar su posición no van a tener piedad con nadie. Casado sale con la ventaja que le da la mayor abstención en el reparto de escaños, para recuperar el tremendo batacazo que se dio el 28-A y rebotar al alza desde casi los peores resultados de la historia del partido. Y Sánchez se juega, más que escaños, su credibilidad. También saldrá beneficiado del juego de la abstención, pero en su caso, no mejorar los 123 sillones que le supieron a poco en abril sería un golpe en la línea de flotación de su pretendida política social, feminista e igualitaria. No es descartable ver en sus postulados un giro al centro-derecha, en busca de lo que quede de Ciudadanos o para frenar la subida del PP. En ello está, pero le queda solo este movimiento para afianzar su mensaje o las peores tormentas sobre su falta de consistencia volverán a final de año con más virulencia que nunca.

Mostrar comentarios