OPINION

Un Presupuesto de emergencia para superar una crisis "bestial"

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, preside por videoconferencia la reunión interministerial para el seguimiento de medidas por el coronavirus, en la Moncloa, en Madrid (España), a 13 de marzo de 2020.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, preside por videoconferencia la reunión interministerial para el seguimiento de medidas por el coronavirus, en la Moncloa, en Madrid (España), a 13 de marzo de 2020.
Moncloa

El parón económico de consecuencias “bestiales” que el Gobierno impuso la semana pasada tiene visos de empezar a remitir, una vez que los datos sanitarios, dentro del drama y de los miles de muertos que hay sobre la mesa, empiezan a ceder y a dar opciones para retomar la actividad de forma gradual. Dice el presidente que ya hay un equipo de técnicos viendo cómo se puede llegar a un acuerdo económico básico que permita reconstruir una economía a la que se ha dejado prácticamente inerte en menos de un mes, que se saldará con más de tres millones de personas con sus puestos de trabajo en entredicho y otras tantas empresas y autónomos con las manos atadas y la única opción de ‘mendigar’ las ayudas públicas que puedan.

La tarea no es baladí. Sin ánimo de entrar en la demagogia sentimentalista de acudir a unos nuevos ‘pactos de la Moncloa’, porque ni es el momento ni la situación, la racionalidad económica (y la necesidad de llamar a las cosas por su nombre) apuntan a que lo necesario antes de que llegue el verano, si la situación sanitaria lo permite, es la elaboración de unos Presupuestos de emergencia que marquen prioridades a partir de cero y con el máximo apoyo político posible, por utópico que parezca a priori.

No es necesario acudir a la demagogia ni a la ideología política para saber que una presupuestación eficiente y de pura necesidad debe hacer una revisión completa del gasto de un país y orientarlo en todo lo posible a la inversión y a la generación de una demanda agregada suficiente como para garantizar que la capacidad de producción crece y, lo que es más importante, se genera empleo. Es decir, más allá de lo sanitario y de la extensión del ‘escudo social’ hacia los más vulnerables en estado de alarma, la mejor manera de defender a quienes están en peores condiciones es asegurarse de que todas las decisiones presupuestarias están dirigidas a la eficiencia, y no al derroche en busca de medallas políticas. Es decir, que el dinero público que se logrará vía impuestos y endeudamiento de las próximas generaciones sirva, en lo posible, para orientar las decisiones de gasto de los consumidores y la estrategia inversora de los directivos, financieros y empresarios que pueden dar trabajo y generar rentas.

Una vez que tengamos el modelo sanitario fuerte y a los colectivos más vulnerables rescatados por las ayudas extraordinarias de la alarma, lo lógico es potenciar la actividad, y para eso hay que hacer borrón y cuenta nueva en las prioridades públicas y ponerse de acuerdo en lo importante, generar empleo. La vuelta gradual a la actividad es una buena noticia, pero el escenario político del que venimos y hacia el que vamos, no alimenta la posibilidad de tener ese Presupuesto de prioridades partiendo de cero en los próximos tres meses, a no ser que nos olvidemos de quien es el liberal y quien el progresista, porque la necesidad obliga y lo que hay que hacer cabe en ambas parcelas. Será difícil bajar impuestos, pues hacen falta fondos incluso de algunos de los nuevos tributos, pero también habrá que revisar de arriba a abajo la factura millonaria de los beneficios fiscales, para orientarlos a unas necesidades nuevas. 

Lo que se necesita ahora es una mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados que permita aprobar esa base económica de emergencia, a sabiendas de que supone siempre más Estado y menos autonomías. Así es como se salió de la crisis económica de 2008. El hecho de tener un gobierno de coalición en minoría virado a la izquierda, apoyado en el nacionalismo y el separatismo regional, no es una buena base, a no ser que en el Hemiciclo se aparten las ansias populistas y se opte por marcar una cuentas públicas a partir de cero y al servicio de la eficiencia, en las que cada partida de gasto se ordene de acuerdo con su importancia y cada dirigente o gestor público justifique la necesidad de los fondos que maneja; y se compruebe que realmente han servido para algo.

Un pacto en el que la derecha del PP y Ciudadanos estuviera de acuerdo con la coalición de Gobierno en lo básico para salir del parón en el que estamos, sería algo que daría votos y altitud de miras a todos los políticos que lo defendieran, que ahora más que nunca deben olvidar su afán de poder y poner en la mesa su obligación de servicio. Para unos, sería un ejercicio de humildad política necesario frente a ideologías demasiado varadas a la izquierda propias del siglo pasado; para otros, la oportunidad de ganar un espacio al centro y liderar la oposición de una vez por todas. Para todos ellos, es la oportunidad de estar a la altura del sacrificio que toda la sociedad está haciendo para salir más fuertes de tanto sufrimiento.

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