OPINION

Uno para todos y todos para uno: las lecciones aprendidas del tirón de la exportación

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ace apenas cinco años, en plena crisis, un exportador español que buscaba en los mercados exteriores el negocio que no encontraba en su casa, se lamentaba de todas las explicaciones que tenía que dar a sus potenciales clientes para venderles algo tan simple y típico de nuestro país como la cecina de León. “No sólo tengo que contarles con todo detalle a los restaurantes extranjeros qué es la cecina y por qué la nuestra es la mejor -decía-, sino que además me preguntan si es de España o de Castilla y León, o si pertenezco a la Cámara de Comercio que les visitó la semana anterior, o voy con la misión comercial que avala el Gobierno de mi nación, y si hay problemas entre unos y otros, porque si no los hay, no entienden cómo viene tanta gente desde distintos sitios a venderle lo mismo”.

Afortunadamente, esto pasa ya menos en España y todo el mundo se ha dado cuenta en esta crisis del gran valor que tiene la exportación y la internacionalización de las empresas españolas para sostener la economía de un país. Cuando la demanda interna estaba derrumbada y sin visos de mejorar, los empresarios españoles supieron buscar otros mercados para sus productos y el número de exportadores españoles se ha colocado en cotas que hace una década no estaban ni siquiera previstas. Dicen que “a la fuerza ahorcan” y que la necesidad ha hecho que la exportación se haya convertido en los últimos años en la gran palanca de la recuperación, aunque a ello también ha colaborado de forma importante el apoyo que desde los diferentes ámbitos de la Administración se ha dado siempre a la salida al exterior de las empresas.

En la actualidad, cerca de 150.000 empresas españolas venden algo en el exterior en un año y, lo que es más importante desde el punto de vista estructural, casi la tercera parte (unas 50.000) lo hacen durante cuatro años consecutivos, es decir, son exportadores regulares, en el argot técnico del este mundillo. Eso supone que en los últimos cinco años, se han atrevido a vender fuera o han nacido como empresas globales más de 20.000 pymes (en su mayoría), de las que nada menos que 10.000, la mitad, han logrado consolidarse en esa práctica internacional, un ratio de conversión impensable, después de haber pasado muchos años anteriores estancados en el número de exportadores regulares (en el entorno de los 40.000, cuando más).

La exportación está en máximos y la aportación del sector exterior al PIB lleva varios años “salvando” las cifras macroeconómicas del Gobierno. Esto es un hecho y se debe sobre todo al tremendo esfuerzo que, en plena crisis, ha hecho el tejido empresarial español, del más emprendedor al que menos lo sea, por saber hacer de la necesidad, virtud. Pero la recuperación de la economía española y ritmos de crecimiento de entre el 2,5% y el 3% han levantado de nuevo una demanda interna doméstica, que amenaza el saldo de la balanza comercial y, por ende, el de la balanza por cuenta corriente, es decir, la cuenta que calcula lo que la economía española depende o no del exterior.

Estamos en el momento clave para que ese avance de los exportadores españoles no quede en saco roto y se mantenga el ritmo de avance de los productos nacionales fuera de nuestros mercados. Y lo que no debe volver a ocurrir de nuevo es que haya empresarios que se lamenten como el productor de cecina de León, de la falta de coordinación en todos los apoyos que esa clase empresarial merece ahora, después de todo el esfuerzo y el sacrificio realizado. Resulta gratificante saber que una de las grandes líneas de actuación (la última, aunque espero que no por ello la menos importante) de la nueva Estrategia de Internacionalización de la Economía Española 2017-2027, es precisamente eso, el “refuerzo de la coordinación y complementariedad de las actuaciones de todos los actores públicos y privados relevantes”.

En España hay instrumentos de sobra para apoyar a las empresas exportadoras o interesadas en internacionalizarse de alguna manera. Y la forma de apoyarles ya no es tanto dar dinero y que se gaste, como enseñar a innovar, informar o poner las bases de una cultura empresarial global. Hay que reconocer que algo (no poco) habrá tenido que ver en todos esos logros de la exportación española el apoyo que las empresas, sobre todo las más pequeñas, han recibido del ICEX en sus 35 años de historia. Ahora, ademas de este ente público público estatal, existe prácticamente otro organismo paralelo en cada Comunidad Autónoma, en su mayor parte coordinados en sus actuaciones. En época de bonanza, cuando las arcas públicas autonómicas estaban llenas por el boom inmobiliario, entre otras cosas, la promoción exterior de los organismos territoriales campaba a sus anchas, pero los ajustes presupuestarios de la crisis volvieron a actuar a favor de la coordinación y obligaron a muchas de ellas a evitar excesos, cerrar oficinas en cualquier parte del mundo y acogerse al amparo del ICEX y de la promoción exterior estatal.

Han sido muchas las lecciones aprendidas en la crisis con el comercio exterior, tanto por los empresarios exportadores, como por la Administración. Y tenemos delante un plan estatal, nada menos que a diez años, que pretende coordinar todo mejor. Las bases están, la idea es buena y el Comité Interterritorial de Internacionalización (CII) debe servir para que todos se vean las caras y pongan las cartas sobre la mesa, en busca de tener un mayor impacto y apoyo juntos. Es decir, en ayudarse y aprovechar los escasos fondos públicos para la internacionalización, en lugar de vigilarse unos a otros para ver a quien le quito el negocio, quien se pone la medalla o quien abre la oficina más lejos. Si además de todo ello, se consigue aunar esfuerzos con las cámaras de comercio regionales y la Cámara de Comercio de España (anterior Consejo Superior de Cámaras), muchos empresarios estarán agradecidos de salir acompañados y bien aconsejados a buscar un futuro sin fronteras ni límites. Si no, estaremos como siempre, en más de lo mismo.

Los grandes estadistas del comercio exterior calculan que una economía bien desarrollada debiera tener a no menos del 10% de sus empresas internacionalizadas. En España hay algo más de 2,5 millones de empresas. Eso quiere decir que la cota a alcanzar está en tener 250.000 exportadores al año. Hay camino por recorrer y margen para mejorar, seguro.

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