Tribuna Global

¿Y si la inflación permitiera reducir la desigualdad?

El alza del coste de la vida, provocada entre otras cosas por las políticas monetarias y presupuestarias expansivas, genera las condiciones para un posible bucle precio-salarios por primera vez en décadas. 

Un cliente señala la pieza de fruta que quiere en una frutería del Mercado Central de Valencia después de que el Ministerio de Sanidad autorizara a que la totalidad de la Comunidad Valenciana pasase en su conjunto a la fase 1 de la desescalada, en Valencia/Comunidad Valenciana (España) a 18 de mayo de 2020. 18 MAYO 2020 COVID-19;DESESCALADA;CORONAVIRUS;PANDEMIA;ENFERMEDAD Iván Terrón / Europa Press (Foto de ARCHIVO) 15/3/2020
¿Y si la inflación permitiera reducir la desigualdad?
Europa Press

Desde “El capital en el siglo XXI” de Thomas Piketty, parece casi un hecho que el capitalismo es una máquina de generar desigualdades que no hacen más que crecer con el paso del tiempo. La solución a esta «deriva» sería un aumento de los impuestos dirigido a los más ricos. Esta es la conclusión a la que llega el Conseil d'Analyse Economique en su reciente nota sobre el impuesto de sucesiones, basándose en la concentración continuada de la riqueza de los hogares en los últimos treinta años. Dado que las disparidades salariales no aumentan, el capital es el principal factor en el surgimiento de las desigualdades. Por tanto, sería conveniente gravar más la transmisión de los mayores patrimonios (incluso si estos son los que incluyen las empresas familiares, nota del editor). La concentración de la riqueza parece tan ineludible para algunos que les lleva a plantear la cuestión del final del capitalismo.

El capitalismo ha generado mucha riqueza y, en las últimas décadas, mucha desinflación. Al igual que el crecimiento o los niveles de endeudamiento, la inflación es un fenómeno cíclico. La desinflación de la que hablamos comenzó a principios de la década de 1980, cuando los precios subían casi un 15 % anual. El catalizador de la desinflación fue una fuerte subida de los tipos de interés por parte de la Reserva Federal estadounidense, que se hizo inevitable ante una inflación galopante. Varias fuerzas estructurales alimentaron entonces la moderación progresiva de la inflación: la estructura demográfica que proporcionaba una mano de obra pletórica y aumentaba el ahorro disponible para la inversión y sus ganancias de productividad inducidas; la competencia de la mano de obra de los países emergentes, que legitimó el rigor salarial en los países desarrollados, y posteriormente la amazonificación de la economía, que lastró los precios de los productos minoristas, por citar solo algunas de estas fuerzas desinflacionistas.

La desinflación conlleva una bajada de los tipos de interés. Unos tipos de interés más bajos contribuyen al encarecimiento del precio de los activos por su efecto positivo en el valor de los dividendos y cupones futuros descontados y facilitan el recurso al apalancamiento financiero para aquellos que pueden proporcionar al prestamista una garantía que avale sus nuevas deudas: en un ciclo desinflacionista, el poseedor de capital se ve doblemente favorecido. Para el trabajador, la desinflación es una pesadilla: si no posee activos, no se beneficia de su revalorización, al tiempo que su salario se ve mermado por la dinámica desinflacionista de la competencia internacional. En este punto del ciclo, el capitalismo parece no tener una salida prometedora porque es excesivamente desigual. Sin embargo, ¿no es más bien la desinflación —más cíclica que capitalista— la que acentúa las desigualdades?

En lugar de abordar actualmente las desigualdades aumentando los impuestos a sus principales beneficiarios, ¿no sería más adecuado considerar que el ciclo de la inflación se ha invertido en 2021 y que el mero regreso del alza de los precios permitiría por sí solo reducir las desigualdades? En efecto, la hipótesis del retorno de la inflación tiene cierta base. En primer lugar, su catalizador habrían sido las políticas monetarias y presupuestarias expansivas aplicadas para contrarrestar los efectos de la pandemia. Esto habría generado las condiciones para un posible bucle precio-salarios por primera vez en décadas. En segundo lugar, respecto de la dinámica inflacionista, cabe observar la posible persistencia de las recientes inflexiones económicas, políticas y sociológicas. Estas adoptan la forma de un abandono progresivo del imperativo de la eficiencia económica en favor de una lógica más inclusiva: energía verde, pero cara, en lugar de energía barata; consideraciones ISR que están más presentes en las políticas de inversión de las finanzas mundiales en lugar de la búsqueda de la rentabilidad inmediata; políticas económicas que ya no dudan en agujerear las cuentas públicas por el bien general; relocalizaciones de la producción; hogares en busca de un modo de vida diferente...

Todos estos cambios tienen un potencial inflacionista estructural debido a una limitación duradera de la oferta de energía, productos o mano de obra disponible. Hacen posible la venganza de 'Main Street' contra Wall Street, del empleado contra el accionista. El primero ve aumentada su remuneración ante la escasa disponibilidad de mano de obra. Y el segundo sufre una pérdida de valor en sus activos como consecuencia de la subida de los tipos de interés, lo que tiene un efecto multiplicador en las acciones de las empresas con valoraciones más abultadas. Dejemos pues al ciclo la posibilidad de reducir las desigualdades que él mismo ha generado. Esperemos un poco antes de declarar el final del capitalismo. A menudo, cuando más tentador es proyectar de forma lineal las tendencias pasadas es precisamente cuando estas se invierten. Y después de cuarenta años de desinflación...

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