OPINION

El gran robo en la casa de papel

Q

uince capítulos ha durado la tensión de una de las mini series con más éxito para Atresmedia. Una emocionante historia en la que se han cruzado sentimientos y juicios morales encontrados La casa de papel no ha sido sólo, o al menos para mi, una serie más para pasar el rato sino una herramienta más para poder sacar alguna reflexión extra sobre el mundo que nos rodea. De todos los dilemas contemplados, hay uno que no es nombrado ni una sola vez y es en realidad el más relevante.

En alguno de los diálogos de la serie en el que descubrimos de quien originó el plan de atracar la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre, antiguamente conocida como Real Casa de la Moneda, el icónico ‘Profesor’, cabecilla de la banda para los que no estén al tanto de la trama afirma: “No le estaríamos robando a nadie, imprimiéramos nuestro propio dinero”. La idea de hacerse rico de una forma tan veloz y con unos mínimos daños materiales y/o colaterales debe haber sido uno de los elementos clave para cautivar a tantos espectadores. ¿Podemos fabricar dinero, sin generar malestar a nadie? Una idea ampliamente extendida, aunque también discutida, es que la creación de nueva moneda genera inflación y por tanto pérdida del valor adquisitivo de la propia divisa, ¿es eso cierto?

Para responder esa pregunta es imprescindible encontrarse con uno de los conceptos económicos más malentendidos, la inflación. Los precios en la economía han sido repetido motivo de estudio por parte de economistas, consejeros de política monetaria y otros expertos. Y no por un simple capricho, los precios son la señal última y más visible de la actividad y estructura económica y su evolución es una muestra del deseo último de demanda por parte del consumidor. Todos nosotros, consumidores o empresarios usamos los precios como señal para la toma de decisiones, y un ajuste rápido y flexible de los mismos es un elemento indispensable para el buen funcionamiento de la economía. Es por eso que una intervención directa del nivel de precios puede generar sobre abundancia o escasez de productos y/o factores productivos.

Siendo conscientes de que los precios son algo tan importante, la forma de medirlos se convierte en un asunto crucial. Actualmente, se produce un error conceptual y se asimila el IPC,o Índice de Precios al Consumo a la inflación. Aunque esta conceptualización es útil para que tertulianos y otros comentaristas puedan meter baza en el asunto, no deja de ser una simplificación de la realidad especialmente peligrosa. Mientras que el IPC es una cesta de productos al consumo cuyo cálculo se va ajustando con el tiempo y está centrado, tal y como su nombre indica, en la actividad que realizan los consumidores un estudio de la inflación debería contener otros elementos como los costes de producción empresariales, normalmente separados en otro índice, y la evolución de los precios y valoraciones de los activos financieros, aspecto totalmente olvidado en la metodología aplicada en la actualidad. Para poner tan sólo un ejemplo, en Estados Unidos, el índice de precios al consumo muestra una alza del 6% o del 2%, con un diferencial de más de 4 puntos porcentuales según si se aplica la metodología usada en los años ochenta o la usada a partir de mediados de los noventa. La evolución del diferencial estos últimos años puede verse en Shadow Stats.

Si la medición de la inflación ya es de por sí un asunto espinoso, decidir cuando el aumento generalizado de los precios es o no perjudicial es aún más complicado. El doctor en economía Juan Ramón Rallo recurre a la ecuación cuantitativa dinero para explicar en qué supuestos la impresión de dinero genera inflación. La idea que expresa el profesor Rallo es que no toda la acción dedicada a la creación de nuevo dinero da origen a un aumento generalizado de los precios, si se crea dinero pero este se atesora y no se gasta en la economía no generará inflación en productos al consumo, pero puede elevar la valoración de los activos financieros si quién ha recibido el dinero de nueva creación se dedica a adquirirlos, tal y como está pasando con todo el proceso de monetización de deuda pública por parte de los bancos centrales, esto se conoce como ‘inflación de activos’.

Así pues, ¿si el carismático Profesor y su banda ejecutaran su plan, imprimieran 2.400 millones de euros y los gastaran estarían en parte robando a los ciudadanos? Probablemente sí. Cuando el grupo de protagonistas se dedicase a gastar el dinero, una nueva e inesperada demanda alcanzaría a varios productos y servicios, los ciudadanos que habitualmente compraran esos productos verían disminuido su poder adquisitivo, así que según en que lo gasten los atracadores estarían realmente robando a sus propios vecinos. Las ideas tratadas en este artículo merecen una reflexión especial. En distintos episodios recientes cómo en el caso de Venezuela hemos visto que cuando el banco central se salta todas sus reglas e imprime dinero sin ningún límite ni criterio, se carga de un plumazo su credibilidad y se produce una huida por parte de los usuarios de esa moneda. Actualmente el estado, a través de distintas agencias y leyes es el gestor del valor adquisitivo de nuestro dinero. Si usted considera injusto que un grupo organizado entre en la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre, imprima su propio dinero y lo gaste a su voluntad y beneficio, socavando el poder adquisitivo del resto de ciudadanos. ¿Porque permite que los políticos le hagan los mismo?

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