Me ha llegado esta foto de un niño atlético que, como toda buena imagen, vale más que mil palabras. Aunque no se sea muy aficionado al deporte, cualquiera puede comprender lo poco agradable que resulta contemplar el espectáculo del rival que levanta el trofeo más preciado. Y más, cuando te lo acaban de arrebatar a ti. Y más, cuando ha sucedido en el último segundo. Y por segunda vez.
Y pese a todo...
En la imagen no se aprecia el detalle, pero me cuenta el padre del chaval que dos minutos antes su hijo había estado llorando “como crío que es”. Debo corregir a mi amigo, aunque él lo sabe mejor que nadie. No lloraba como crío. Su hijo lloraba como atlético de pura cepa, expresando esas emociones que una inteligencia ajena a la historia y el sentimiento de este club sería incapaz de entender en un momento como ese.
Pero el asunto no se quedó en las lágrimas. “¡Qué cojones, que somos del Atleti!”, dijo el pequeño. Y le comentó a su padre que abandonar el campo antes de la entrega del trofeo es de perdedores y de gente poco deportiva. Y se puso en pie. Y entonces alzó su bufanda mientras Sergio Ramos hacía lo propio con la copa, entre el estruendo que la mitad de los asistentes al partido provocaba en San Siro y el silencio sepulcral del resto. Su padre captó el momento y retocó magistralmente una foto que merecería enmarcarse y exhibirse en alguna pared del museo del Club, con el mismo título de este artículo.
Pocos objetos explican tan bien la respuesta a ese misterio insondable: “Papá, ¿por qué somos del Atleti?”.
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