OPINION

Basuraleza y otros neologismos necesarios

Los neologismos son palabras nuevas o de reciente creación que se incorporan a un idioma. Aunque también se consideran neologismos aquellas palabras ya existentes pero que adquieren nuevos significados, así como las palabras procedentes de otras lenguas, los llamados préstamos léxicos. Hoy quiero escribir de los primeros.

Un ejemplo de neologismo es la voz aporofobia que fue cuñada por la filósofa española Adela Cortina en varios artículos de prensa en los que llamó la atención sobre el hecho de que solemos llamar xenofobia o racismo al rechazo a inmigrantes o refugiados, cuando en realidad esa aversión no se produce por  su condición de extranjeros, sino porque son pobres.

Este término se incorporó el año pasado al diccionario de la lengua española y también la Fundación del Español Urgente, Fundéu, la consideró, hace unos meses,  la palabra del año 2017 porque «pone nombre a una realidad, a un sentimiento que, a diferencia de otros, como la homofobia, y aun estando muy presente en nuestra sociedad, nadie había bautizado». La aporofobia, efectivamente, protagonizó la actualidad informativa de 2017, con el drama de los migrantes y la irrupción, a causa de la crisis, del empobrecimiento en extensas capas de la sociedad.

No todos los neologismos  son admitidos por la Real Academia de la Lengua (RAE), de hecho históricamente solo aquellos “necesarios”, es decir los que se referían a nuevos conceptos o realidades que antes no existían, se incorporaban al diccionario enriqueciendo así nuestra  lengua. Pero en lo últimos tiempos algunas palabras procedentes de otros idiomas que en teoría son innecesarias, porque ya existe una palabra para designar esa realidad, han pasado a formar parte de la oficialidad. La RAE ha optado por un criterio social y está aceptando los nuevos términos  si se ha extendido su uso en la sociedad. Un ejemplo es hacker por pirata informático.

Basuraleza espera su turno para ser reconocida por la RAE, como vaticinó hace unos días el escritor y académico Antonio Muñoz Molina en la presentación de su último libro en Bilbao. Para el novelista la nueva palabra es “extraordinaria” y hacía falta para sustituir el anglicismo littering con el que designa a los desechos abandonados. Basuraleza es, por tanto,  la invasión de basura abandonada por el ser humano en la naturaleza. Surge de la contracción de dos términos que por desgracia se han juntado, no sólo en la nueva palabra, sino en nuestra realidad: basura y naturaleza. Acuñada por dos entidades medioambientales y ecologistas como son Ecoembes y SEO/Birdlife fruto de un arduo trabajo con expertos en biodiversidad, la idea original era sencilla "generar concienciación. Y para ello había que idear un término entendible que sustituyera a la voz inglesa littering, que designaba hasta ahora el problema y que, según el grupo de trabajo encargado de la búsqueda del nuevo término, complicaba las labores divulgativas.

Porque detrás del neologismo basuraleza hay una realidad lacerante. Como recordaba esta semana el consejero delegado de Ecoembes, Oscar Martín, en el año 2050 la población mundial rondará los 9.100 millones y en ese momento harán falta 3 planetas para tener los recursos naturales necesarios para mantener el modo de vida actual. Hace ya dos años la Cumbre de París reivindicó que el crecimiento será sostenible o simplemente no será. Solo en Europa, por ejemplo, cada año generamos 25 millones de toneladas de residuos plásticos y apenas reciclamos un 30%, el resto (17,5 millones de toneladas) va a vertedero o incineradora lo que quiere decir que estamos enterrando y quemando materias primas. Si hablamos ahora del total de residuos europeos, se generan cada año 2502 millones de toneladas y tan solo se recicla 900 millones de toneladas.

Pero si pensamos en los residuos abandonados al aire libre, en la basuraleza, diversos estudios estiman en más de 1.400 especies marinas y acuáticas afectadas por este fenómeno. La incidencia es especialmente grave en la fauna y flora amenazada.  Es el caso, por ejemplo, de la tortuga boba o del oso marino ártico, ambas catalogadas en situación vulnerable. Las aves marinas, como la pardela cenicienta o la pardela balear, tampoco se escapan a la catástrofe ambiental que supone la basuraleza. Un reciente estudio calcula que el 90% de las aves marinas han ingerido plástico y que, de seguir así, el número llegará al 99% en 2050. Ya existen análisis que sugieren que el impacto de la basuraleza terrestre podría ser mayor que la de los océanos. No en vano, la mayor parte de los residuos que acaban en el océano provienen de  tierra firme.

Si pensamos que esto es un drama pero poco podemos hacer, no está de más recordar que la literatura científica apunta el negativo impacto de otros restos como las toallitas desechables o las colillas. De los casi 6 billones que se producen al año, 4,5 billones acaban formando parte de la basuraleza. Cada papel de aluminio o envase que abandonamos en la naturaleza es una fuente de contaminación potencial tan grave como las escombreras ilegales que vemos por televisión en otros continentes.

Volviendo a los neologismos, los lingüistas sitúan su interés por la capacidad de estos nuevos términos para designar realidades palpables, pero a menudo invisibles. A las cosas hay que ponerles nombre para hacerlas visibles. Si no lo tienen, esas realidades no existen o quedan difuminadas. No se pueden defender ni denunciar. Recoger una lata del campo para llevarla a una papelera puede tener un efecto mínimo ante la catástrofe medioambiental que se nos viene encima. Escribir un artículo como este para defender el uso del neologismo basuraleza tampoco cambiará nada. Pero si todos lo hacemos, incluida la RAE, estaremos más cerca de la solución.

Para terminar, les animo a que piensen en situaciones de estos días que les indignan y cuál sería la nueva palabra que mejor las resumiría. A los problemas, como decíamos, hay que ponerles nombre y apellidos para arreglarlos.

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