OPINION

La Constitución, el 'alma mater' que cobija el progreso económico

La Constitución española cumple 40 años.
La Constitución española cumple 40 años.
EFE

Diciembre empezó con la misma protagonista que ahora termina: la Constitución. Las Cortes Generales, en los primeros días del último mes del año, celebraron el 40 aniversario de la Constitución Española con el boato que exige esta efeméride. No faltó ninguno de los grandes promotores de nuestra Carta Magna entre ellos el Rey Juan Carlos e incluso muchos de los que minusvaloran la importancia de la ley de leyes no se perdieron esta cita. Los españoles pudimos recordar con orgullo como la concordia presidió esos años de la Transición y el acuerdo entre diferentes permitió sentar las bases para conseguir el mayor grado de bienestar que nunca había gozado nuestro país en su historia.

Pero unas semanas después se apagó de golpe el eco de ese aniversario; la Constitución se convirtió repentinamente en un molesto recuerdo para los que necesitan imponer la imagen de una España que maltrata a la periferia. El 21-D en Barcelona metió en una jaula de Faraday la Constitución del 78 para que nada recordase que nuestra norma fundamental fue pactada por las derechas y las izquierdas amén de reconocer las aspiraciones de descentralización y autonomía de millones de españoles. El comunicado firmado por los presidente del Gobierno y de la Generalitat no solo habló de un “conflicto” sino que eliminó, apenas unos días después del 40 aniversario, la mención a la Constitución por un genérico “seguridad jurídica”. El mensaje del Rey Felipe VI en Nochebuena ha vuelto a poner en su lugar a la Constitución describiéndola como “la obra más valiosa de nuestra democracia y el mejor legado que podemos confiar a las generaciones más jóvenes”.

En estas fechas cuyo origen reside en un niño que nació hace dos mil años en la intemperie únicamente atendido por unos padres que no encontraban cobijo, me viene a la cabeza con este asunto de nuestra ley, una madre. Es casi imposible en Navidad no tener muy presente a la familia y en especial a las madres. En la educación superior sucede algo parecido y usamos el término “alma mater” para referirnos a la universidad en la que has estudiado, tradición que viene desde el siglo X cuando la universidad más antigua del mundo, la de Bolonia fue creada con el lema “alma mater studiorum”; hoy podemos interpretar esa expresión latina como si la universidad fuese una madre que alimenta (con sus conocimientos) a sus estudiantes. Y por introducir otro dato, incluso recuerdo que en mi niñez corrió el bulo de que el Presidente Felipe González había llamado a su hija María Constitución. Por todo ello me van a permitir, y presento mis disculpas por ello, que contagiado por el calendario y energizado tras escuchar la noche del 24 de diciembre al Rey, me refiera a nuestra constitución como una “alma mater progressus”. La norma del 78 ha sido como una madre que ha alimentado y permitido que el progreso llegase a nuestro país. Una ley que nutre el desarrollo económico y social patrio.

Una madre pretende dotar de estabilidad a sus hijos. La Constitución ha permitido el mayor periodo de libertad democrática de la historia de nuestro país que no puede desvincularse de la también inédita atracción de capital internacional. Estabilidad que buscan los inversores para confiar sus ahorros en territorios como el nuestro que además ha sabido devolverles la confianza con buenísimos resultados en los mercados de capitales o en los negocios implantados. Estabilidad que necesitan los emprendedores locales para germinar sus ideas y poder escalarlas desde nuestro país a todo el mundo como así lo han hecho estos años de democracia grandes empresas españolas con presencia global y cientos de miles de pymes que sostienen nuestra economía.

Una madre busca siempre el bien común y no discrimina a sus hijos. La idea del bien común tiene una larga historia vinculada a la filosofía, Platón y Aristóteles usaron el término. Tomás de Aquino lo circunscribe al gobierno de las instituciones que han de buscar que se “viva de manera buena”. El economista austriaco Christian Felber habla de una economía del bien común como aquella que beneficia simultáneamente a toda la comunidad y a cada uno de sus miembros. Si echamos un vistazo a la España de los años 70 y la comparamos con la de hoy veremos que el ideal clásico se ha cumplido y la Constitución ha hecho posible un país menos desigual, más longevo, más descentralizado y donde el progreso ha recorrido el país de norte a sur y de este a oeste. Más mujeres trabajando, más universitarios, más propietarios de casas, más ayudas sociales, más seguridad, más inclusión, más lucha contra la corrupción o más vocaciones empresariales son solo algunos ejemplos de ese bien común logrado

Una madre aspira a que sus hijos mejoren y superen a sus padres. La Constitución permite un procedimiento para ser mejorada e incluso sustituida. Ninguna madre quiere sobrevivir a sus hijos y la Constitución tampoco. No es un muro infranqueable simplemente nuestra norma exige que el nivel de consenso sea tan alto como el que la hizo posible. Reta a sus hijos a que sean mejores que ella y en ese momento es cuando tocará ceder el testigo.

Pero una madre también siempre perdona. Y por mucho que algunos defiendan su derogación e incluso la acusen de todos los males y hasta luchen contra ella, las madres (la Constitución), nunca abandonan a sus hijos y su casa (las prerrogativas constitucionales) está permanentemente abierta para que la disfruten sus vástagos sean pródigos o no.

No sin antes disculparme de nuevo por este arrebato paterno-filial navideño, quiero terminar suscribiendo la petición de mi admirada Cayetana Álvarez de Toledo para luchar contra la fascinación de lo negativo en nuestro país y poner luz a los logros de estos años de España constitucional. Cayetana, sin conocer el discurso del Rey de este año, buscaba un Hans Rosling español que ponga negro sobre blanco una serie de indicadores, de modo tan atractivo como el médico sueco lo ha hecho durante años con la web Gapminder y recientemente con su bestseller Factfulness. Cuando se promulgó nuestra ley de leyes la vía para lograr el anhelo de Cayetana (y de paso ayudar al tan necesario reconocimiento de la mater Constitución) era una cuestación popular anunciada en una página del periódico más leído, hoy en la era de internet le llamamos crowdfunding (financiación de muchos). Lo bueno es que con el crowdfunding pronto nació el crowdsourcing que no pide dinero sino colaboración a los internautas. Yo a esto último me uno, ¿ustedes?

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