OPINION

Rajoy, Puigdemont y la teoría del 'juego de la gallina'

Pocas cosas suceden por casualidad cuando hablamos de política. Ni siquiera, la aparente situación de confusión y de bloqueo que estamos presenciando esta semana entre Rajoy y Puigdemont tras la celebración del referéndum del 1 de octubre. Tal estado de incertidumbre invita a pensar que ambos responsables políticos están actuando a ciegas, cada uno de ellos consciente de que está ganando, pero sin saber cuál es el siguiente movimiento a realizar. De hecho, a día de hoy, aún no tenemos claro si lo que Puigdemont enunció en el parlamento de Cataluña el 10 de octubre fue una declaración formal de independencia. Pareciera que ni el mismo Puigdemont sabe lo que enunció aquel día, porque todavía no ha dado una respuesta clara tras la exigencia de Rajoy de explicarse a la ciudadanía

Por su parte, el Gobierno de Rajoy ya ha advertido a Puigdemont de que aplicará el artículo 155 para intervenir Cataluña, una advertencia que de momento sólo ha servido para acrecentar las amenazas del Govern catalán.

¿Se trata de torpeza política? Estéticamente, no cabe duda. La credibilidad institucional de España en el escenario internacional ha quedado absolutamente en entredicho. Sin embargo, insisto, pocas cosas suceden por casualidad en política. Tanto Rajoy como Puigdemont están siguiendo una estrategia deliberada que, a través de la denominada teoría de juegos, podríamos calificar como game of chicken, o juego de la gallina.

En microeconomía, la teoría de juegos trata de entender el comportamiento de los individuos ante las situaciones de riesgo. Bajo este contexto, el juego de la gallina analiza el comportamiento de dos individuos que entran en conflicto, sin que ninguno de ellos posea, a priori, una estrategia claramente dominante frente al otro. La manera más clásica con la que se viene representando el juego de la gallina es mediante dos conductores que se encuentran conduciendo frente a frente en una carretera de único sentido a gran velocidad. La lógica del juego explica que, conforme ambos conductores se aproximan a una colisión inminente, uno de ellos tendrá que ceder y apartarse de la carretera, siendo dicho conductor la gallina (por supuesto, en el sentido más oprobioso del término) del juego.

Pues bien, situando a Rajoy y a Puigdemont en este juego, las estrategias a desarrollar por cada uno de ellos son claras. En primer lugar, ambos pueden ceder a la vez, lo cual implicaría un cambio en la naturaleza del conflicto hacia un posible entendimiento entre las partes. Sin embargo, este escenario se torna especialmente difícil en el corto plazo, dado que en el marco actual de nuestra Constitución, el Gobierno de la nación no puede reconocer la legalidad del proceso de independencia catalán. Por tanto, a cambio de que Puigdemont renuncie a su programa independentista, lo máximo que Rajoy puede ofrecer es tiempo para negociar una reforma de la Constitución con el resto de fuerzas políticas.

Segundo, puede que uno de los dos finalmente ceda frente al otro, y que la gallina asuma, no solo un altísimo coste político, sino su responsabilidad ante la justicia, teniendo en cuenta que la ley del referéndum ha sido declarada ilegal por parte del Tribunal Constitucional.

Por último, la tercera estrategia se basa en que ni Rajoy ni Puigdemont cedan y colisionen. Por desgracia, el coste de esta colisión no lo sufrirían ellos, sino los ciudadanos, algo que ya estamos pagando.

El coste del procés no está dañando exclusivamente a Cataluña, con independencia de la fuga masiva de empresas que se está produciendo hacia otras regiones de España. Es preciso advertir otra serie de consecuencias que van a comprometer muy seriamente la recuperación de la economía española en su conjunto.

Desde el punto de vista financiero, tanto la inversión en cartera, y muy especialmente la inversión extranjera directa, se verán reducidas en el corto y en el medio plazo debido a la inestabilidad política. Sólo en un entorno donde exista un respeto claro a la propiedad y al ordenamiento jurídico pueden darse las condiciones idóneas para que las empresas inviertan en el largo plazo, generando riqueza y empleo.

Asimismo, en el ámbito de la deuda, las principales agencias de calificación ya han alertado a España de que el conflicto con Cataluña repercutirá negativamente en su rating sobre la deuda soberana, lo que podría devolvernos a una situación similar a la del año 2011, cuando los mercados financieros no estaban dispuestos a prestar dinero a nuestro sistema financiero.

En suma, es de lamentar que todo el esfuerzo conseguido por los españoles durante los últimos cinco años pueda verse amenazado por el pulso soberanista y la falta de responsabilidad de nuestros políticos. En manos de la sociedad civil está el deber de exigir el cumplimiento de la ley y la rendición de cuentas por parte de nuestros dirigentes políticos, donde sin duda cuesta delimitar quién es la gallina de este juego.

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