Tribuna global

El 'criptomundo' entra en plena efervescencia

Tras más de 11 años de existencia, su verdadera utilidad parece centrarse ahora en su capacidad de actuar como reserva de valor, el nuevo oro digital.

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El Bitcoin cumple doce años en 2020.
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Mucho han cambiado las cosas en el 'criptomundo' en los últimos años. El Bitcoin se está configurando como un activo real digital gracias a su tecnología subyacente, es intangible, su valoración no depende de 'cash flows' futuros, es descentralizado (no existe una entidad central), puede ser transmitido de persona a persona (P2P), y la seguridad de la red sobre la que se soporta son algunos de los atributos que lo hacen único. Presenta una alternativa viable frente a un riesgo potencial de inflación y ha demostrado ser válido en aquellos países que han llevado a cabo controles de capitales. Tras más de 11 años de existencia, su verdadera utilidad parece centrarse ahora en su capacidad de actuar como reserva de valor, el nuevo oro digital.

De hecho, es interesante observar la analogía de comportamiento entre el oro y el bitcoin como explicaba recientemente el conocido gestor de fondos Paul Tudor Jones. Tras la aparición de los futuros sobre el oro, que había triplicado su precio hasta entonces, en los dos años siguientes éste llegó a corregir un 50%. Similar comportamiento se ha observado para el caso del bitcoin hasta la fecha.

Tras la irrupción de bitcoin y el Blockchain, el ecosistema ha evolucionado sensiblemente en este tiempo donde, entre otros, hemos visto la posibilidad de financiar protocolos descentralizados de manera global, alzas y caídas espectaculares de cotizaciones, éxito y fracaso de muchos proyectos realizados al amparo de la tecnología, incremento de la adopción en todas sus capas, aparición de monedas estables digitales, desarrollo de un mercado de derivados, soluciones de custodia para institucionales y, en esta última etapa, asistimos a la creación de toda la arquitectura que permite (y permitirá) el desarrollo de servicios financieros descentralizados, mucho más eficientes y de acceso universal (DeFi).

El mercado de derivados, esencial para el desarrollo de toda la infraestructura, está en pleno auge. Los volúmenes de contratación están en niveles récord, destacando un gran crecimiento de los productos OTC (se estima que representan el 65% del total volumen negociado en criptoactivos), con unos mercados de futuros regulados cuyas posiciones abiertas no dejan de crecer. Se ha ido consolidando y permitiendo el acceso de cada vez más inversores sofisticados e institucionales: desde ETNs (Exchange Traded Notes), que existen en Europa desde 2015, hasta el GBTC de Grayscale (registrada como una entidad que reporta a la SEC) que ofrece una forma sintética de acceder al movimiento del bitcoin para inversores acreditados, pasando por todo tipo de productos como son los Perpetual Swaps, forwards, opciones y futuros. Es tal el desarrollo de este segmento del mercado, que la posibilidad de contratar futuros sobre el Hash Rate (dificultad del minado) es ya una realidad.

Y, más allá del mercado de derivados, se están logrando avances similares en el lado del software construido sobre el Blockchain y sus aplicaciones. De la misma forma que, con un smartphone y una conexión de internet, cualquier persona en cualquier parte del mundo puede acceder a bitcoin, los usuarios de criptoactivos pueden introducirse en las llamadas finanzas descentralizadas. Se trata de una nueva arquitectura de servicios financieros no centralizada y abierta (cualquiera puede utilizar, mejorar o copiar ese protocolo) que, dotada de mayor eficiencia y la posibilidad de crear cualquier tipo de producto financiero, está revolucionando ya no solo a la banca sino también a las fintech.

Se utiliza la infraestructura de seguridad de la red donde se desarrollan, Ethereum principalmente (Bitcoin está en un modo inicial gracias a nuevos proyectos como Money On Chain), y se construye sobre ella. La existencia de este mundo DeFi es posible gracias a los “smart contracts”. Se trata de un contrato que se programa, consiste en una serie de instrucciones que se ejecutan automáticamente de acuerdo a aquellas, siendo particularmente efectivos en un entorno totalmente digital. Mediante este software se crean protocolos, en lo que supone un cambio de arquitectura con respecto a lo que conocemos actualmente, con distintas aplicaciones que pueden ir desde aquellos que permiten crear depósitos a plazo o tomar prestado, hasta los que posibilitan el intercambio de activos digitales sin intermediarios. Los participantes confían en el código que, en principio, no puede ser modificado ni censurado.

El acceso tanto del lado de programación como de uso (al smart contract), es totalmente libre y accesible por cualquier persona, facilitando que el mejor talento (muchos programadores se están pasando del mundo fintech al ecosistema cripto), la inversión o capital (según CoinDesk un total de 28.000 millones de USD se han invertido en proyectos cripto) y la tecnología se combinan para dar como resultado un proceso de constante innovación y capacidad para crear nuevas aplicaciones, no solo limitadas a las finanzas.

De hecho, el crecimiento en los dos últimos años, pese a la evolución negativa de las cotizaciones de los criptoactivos y el efecto pánico provocado por el Covid-19, ha sido constante y sostenida en ese tiempo, con ejemplos notables dentro del ecosistema DeFi como MakerDao, Compound, Uniswap o Synthetix. Además, este tipo de protocolos DeFi pueden ser considerados como un nuevo asset class (Crypto capital asset) pues son generadores de flujos de caja (observables en tiempo casi real), lo que facilita su posible valoración y generan una rentabilidad diferente a la ofrecida por bitcoin y otros criptoactivos. De esta forma, podrían aplicarse métricas como el PER a estos protocolos tokenizados y así obtener una referencia de valoración. Es tal la información disponible y accesible a todos que, llevar a cabo estos cálculos es relativamente sencillo.

Del lado de los riesgos que es necesario conocer antes de llevar a cabo cualquier operativa, destacaría los siguientes: en primer lugar, la necesidad de contar con un wallet o monedero digital supone tener que conocer y mantener a buen recaudo la clave privada. Así mismo, hay que verificar que la operativa con determinados tokens es compatible con ese monedero. En segundo término, existe un riesgo del software o de hackeo del contrato inteligente. Pese a que Ethereum es muy segura (nunca ha sido alterada hasta la fecha), las aplicaciones que se construyen sobre ella pueden no serlo y pueden presentar puntos débiles de entrada. Por último y pese al entorno digital global en el que se mueve el ecosistema y su carácter descentralizado, el riesgo regulatorio no debe ser obviado y presenta siempre un impacto incierto.

En definitiva y dejando claro que esta tribuna no presenta invitación alguna a la inversión o asignación de recursos, así como el “criptomercado” madura y crece, el ecosistema DeFi presenta un gran campo de aplicación y uso para esos activos. El entorno DeFi ofrece acceso a los servicios financieros básicos (y no tanto) sin pasar por intermediarios, permite que uno mismo se convierta en el custodio de sus activos, genera posibilidades para los que invierten en critoactivos, y logra eficiencia en la gestión de esos activos. Los protocolos descentralizados continuaran capturando valor pues, poco a poco, nuevas aplicaciones del mundo real aparecen en este entorno, dejando atrás los sistemas financieros clásicos. Aun sea por puro conocimiento y curiosidad, creo que no hay que perderse este fenómeno en pleno crecimiento. 

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