OPINION

El farol de Sánchez y la ecuación económica del poder

Pedro Sánchez corriendo en La Moncloa
Pedro Sánchez corriendo en La Moncloa
Presidencia

Tras un mes y medio de tira y afloja la Comisión Europea no ha tenido más remedio que poner en solfa los planes económicos de Pedro Sánchez. La alumna aventajada de Bruselas, Nadia Calviño, no ha podido evitar la recriminación de Pierre Moscovici, su antiguo jefe y hasta ahora principal valedor en la capital comunitaria. La tregua concedida a nuestro país estaba basada en las exquisitas relaciones profesionales de la ministra con el mandatario francés, pero el responsable de los asuntos económicos del Gobierno europeo no ha podido sustraerse a las contradicciones de esos Presupuestos del Estado elaborados con el corazón populista pero sin ningún cerebro académico que los justifique.

Moscovici ha echado por tierra las cuentas públicas presentadas por España y con ello ha dado un golpe bajo a las expectativas socialistas de agotar la actual legislatura. De manera indirecta, la negativa del comisario europeo a tragarse el sapo ha degradado las opciones de Calviño en sus aspiraciones de entrar a formar parte del Ejecutivo europeo que surja a raíz de las próximas elecciones de mayo. De todos es sabido que la ministra ha venido de paso a Madrid y sus planes de carrera están orientados con el horizonte de Bruselas, pero ahora la vicepresidenta Carmen Calvo le ha salido respondona y trata de aprovechar la situación para colocar de comisario a su buen amigo Luis Planas, ministro de Agricultura y experto también en las lides comunitarias.

A partir de ahora la cuestión económica va a ser esencial para contrastar las motivaciones de Sánchez en su idilio con La Moncloa. El presidente no quiere abandonar la vida de Palacio, “aquí se está muy bien” reconoce en privado cada vez que recibe a algún allegado en su nueva casa, pero la inercia legislativa de los primeros meses al frente del Gobierno va a cambiar diametralmente con el nuevo y complicado año electoral que se avecina. Entre otras razones porque en la nueva situación de precariedad presupuestaria necesita cerrar filas con la clase empresarial y trasladar a la sociedad un mensaje que erradique la percepción de incertidumbre e inestabilidad que tiene de los nervios al pequeño gran mundo de los negocios en nuestro país.

Quizá de ahí que los estrategas de Moncloa, con el gurú Iván Redondo siempre a la cabeza, incluyan a partir de ahora dentro de la política de gestos del presidente una participación más activa y mejor publicitada de sus relaciones con los poderes fácticos. El cambio de tendencia empezará este próximo 12 de diciembre con motivo de la celebración del 30 aniversario de la CNMV, un acto supuestamente interno que contará con la asistencia de todos los antiguos presidentes y presidentas del organismo regulador y al que Pedro Sánchez se ha sumado voluntaria y graciosamente para mayor gloria de Sebastián Albella.

Una vez definidas con trazos bien gruesos las principales medidas de una intensiva agenda social la prioridad consiste ahora en encender una segunda vela al ‘diablo’ de la economía, aprovechando la inercia de unas variables ciertamente dignas en comparación con el resto de los países europeos. El jefe de Gobierno prefiere observar la botella medio llena, sobre todo teniendo en cuenta que la inversión extranjera mantiene el pulso y algunos factores internacionales de riesgo se han apaciguado en las últimas semanas, principalmente en lo que se refiere a la caída de los precios del petróleo que siempre amenazan a la isla energética de España.

Sánchez trata pues de hacer nuevos amigos entre lo más granado del Ibex a sabiendas de que la mayor parte de los gestores que pilotan las principales compañías del país viven en sectores regulados donde la Administración del Estado tiene siempre la última palabra. El jefe de Gobierno ha empezado a sumar adeptos dentro de la alta aristocracia financiera, algunos con cierto magnetismo en los círculos empresariales como es el caso de Isidro Fainé, uno de los pocos que se han atrevido a defender públicamente los postulados más controvertidos de la actual política económica.

El presidente de la Fundación Bancaria de La Caixa se ha convertido en un verso suelto dentro del coro empresarial de lamentaciones pero los motivos que impulsan a Fainé no son otros que aplacar los ánimos haciendo votos por un marco de estabilidad económica que evite al PSOE caer en la tentación populista de los tiempos modernos. Una misión esencial para cualquier hombre de negocios que se precie y a la que no tardarán en sumarse otros ilustres dirigentes de sociedades cotizadas a poco que Sánchez les traslade en los próximos meses un guiño de confianza.

La entente cordiale o, cuando menos, el pacto de mutua no agresión entre el Gobierno y los empresarios va a marcar el paso de la legislatura porque el adelanto de las elecciones, aunque no deja de resultar una alternativa básica de la estrategia socialista, constituye en este momento un farol en toda regla. El deseo de exprimir el poder está en los genes de todo político pero en el caso de Pedro Sánchez es harto elocuente. El presidente no se ha cortado un pelo en rentabilizar a su mayor y particular interés los 84 escaños que tiene en el Congreso, colocando a más de 500 altos cargos en la poltrona de otros tantos centros, empresas y organismos públicos de mando.

Las presuntas elecciones, aún en el mejor de los augurios que inducen las encuestas, no impedirán que un PSOE triunfante en las urnas tenga después que compartir las mieles de una pírrica victoria en alianza con otras fuerzas parlamentarias. Al cambio esto obliga a dejarse los pelos en la gatera, ceder prerrogativas de gobierno y varios ministerios al eventual socio de ocasión. Un ejercicio de renuncia en suma al que tampoco conviene apresurarse porque si bien el Gobierno sobrevive sin el aval de las urnas lo cierto es que Sánchez puede sentirse ufano de haber sido el primero en ganar una moción de censura. Para perder siempre hay tiempo.

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