Marca de agua

Bildu solo es el síntoma, la enfermedad real es el sanchismo

Moncloa desactivará los cortafuegos al despilfarro para gastar a placer en 2021
Bildu solo es el síntoma, la enfermedad real es el sanchismo
EFE

Todo partido político aspira a tener un Señor Lobo como el de 'Pulp Fiction', un Solucionador de Problemas sin remilgos, experto en retorcerle el cuello a la verdad con una sola mano, en ocultar cadáveres y en blanquear biografías patibularias. José Luis Ábalos es el Señor Lobo de Pedro Sánchez y, si bien resulta algo patoso porque lo deja todo perdido en la escena del crimen, no hay chapuza, mutilación o despiece que resistan a su entusiasmo. Lo mismo se atreve con traficantes, como en el caso Delcy, del que ofreció siete versiones distintas y ninguna verdadera, que blanquea a brochazos el siniestro zulo que ETA legó a Bildu haciéndolo pasar por una sociedad gastronómica.

En el trabajito de Bildu, el Señor Lobo sanchista se ha revelado como un profesional impecable que antepone el oficio a sensiblerías de familia, pues siendo nieto de guardia civil no le tembló la voz al calificar de "responsable" a un partido que no ha condenado los 860 asesinatos de ETA, entre ellos 230 guardias civiles y una veintena de niños.

Un Solucionador de Problemas competente no debe distraerse en minucias, sobre todo cuando el cliente está a punto de cerrar la operación del siglo: nada menos que aprobar sus primeros, y tal vez últimos, Presupuestos Generales del Estado, que incluyen 170.000 millones de euros procedentes de Bruselas, para atrincherarse tres años más en la Moncloa. Un negocio de tal calibre lo justifica todo, hasta hacer picadillo la decencia y la dignidad con la motosierra del BOE. No es nada personal, entiéndalo.

El blanqueamiento de Bildu, que el sanchismo activó en Navarra y ratificó en Madrid con la firma de un acuerdo para derogar íntegramente la reforma laboral de Rajoy, se ejecuta en paralelo a la demonización del centroderecha. Aquí unos progres, allí unos fachas. Aquí Iglesias, Rufián y Otegi; allí la foto de Colón con la hidra fascista. Aquí el abrazo fraternal, allí el cordón sanitario. En suma, nos estorban la Constitución y los partidos que aún la defienden. Ya lo advirtió el ministro de Justicia: vivimos una crisis constituyente. Pero eso tiene remedio, dice el Señor Lobo.

Para empezar, y puesto que una reforma es metafísicamente imposible sin el acuerdo del centroderecha, se descerraja la Constitución por la puerta de atrás, de modo que parezca un accidente natural. Así, con el voto de la mayoría Frankenstein, se cambian las leyes orgánicas necesarias para neutralizar los mecanismos de control y las instituciones independientes que aún quedan, especialmente el Poder Judicial y el Tribunal Constitucional, últimos baluartes frente al modelo de república plurinacional que el sanchismo ha abrazado con la extrema izquierda y los separatistas.

Pero mientras configura un Poder Judicial a medida y pasa a controlar la mayoría del Tribunal Constitucional, Frankenstein ejecuta una serie de reformas para beneficio del negocio, como la del Código Penal para aserrar las rejas a los golpistas, la ley Celaá para expropiar el derecho paterno a la educación de sus hijos, la excarcelación y homenaje a asesinos etarras disfrazada en acción de gracias por no seguir matando… y la "memoria democrática" que atiza el odio de las dos Españas. Toda una carnicería. Y lo peor está por llegar, pues en la letra pequeña se oculta el diablo de pactos inconfesables e hipotecas indignas.

De cuantas fechorías ha perpetrado el sanchismo en estos dos años, ninguna tan abrasiva para la convivencia como la ruptura del consenso constitucional, que divide España en dos bloques irreconciliables. Con soberbia y fatuidad, al estilo Trump, Pedro Sánchez se ha instalado a sus anchas en la guerra de bloques políticos, con desprecio a la moderación y la centralidad. De este modo, ha arrastrado al PSOE fuera del círculo central para jugar en el campo embarrado de los antisistema y anticonstitucionales. La socialdemocracia como impulsora de consensos transversales ha sido sacrificada y reducida a despojo. Felipe González y Alfonso Guerra, degradados a la condición de momias. Ni siquiera la mayor crisis sanitaria y económica que recuerdan los españoles ha sido motivo suficiente para persuadir a Pedro Sánchez. Él solo cree en los métodos del Señor Lobo. Y en su arrogante persona, claro.

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