Marca de agua

La conjura de los paletos: pongamos que hablan de Madrid

sanchez y ayuso
La conjura de los paletos: pongamos que hablan de Madrid.
EFE

Pongamos que todo el mundo habla de Madrid, naturalmente mal. La estupidez, más contagiosa que el virus, señala a los madrileños como apestados que para salir de casa deben anunciarse con una campanilla. El manchego García-Page habla de una "bomba radiactiva vírica" y la cotorra Torra, que ha pasado del "Madrid nos roba" al "Madrid nos mata", exige pureza de sangre para cruzar el Ebro, al tiempo que desaconseja a los catalanes viajar a la capital, lo cual no estaría mal del todo si Rufián lo cumple. Como dice el asturiano Barbón, inexplicable presidente del Principado, "por si queda alguna duda, allá vamos: Asturias no es Madrid". Y dicho esto, descansó.

Al linchamiento se suma también el valenciano Ximo Puig, que como periodista de formación se pierde por un buen titular. Madrid, acaba de afirmar, "es una gran aspiradora que absorbe recursos, población, funcionarios y redes de influencia que van en detrimento de la igualdad de los territorios". El maléfico artilugio, el gran chupóptero, obedece a un designio oculto que un Puig echado al monte define como "un procés invisible". Ahora solo falta que identifique al Puigdemont de Lavapiés que lo maneja.

Bien mirado, es una lástima que Madrid no tenga independentistas ni exista un nacionalismo madrileñista con boina chulapa y todo. ¡Lo que habrían gozado con la visita oficial de Pedro Sánchez a Isabel Díaz Ayuso en plan cumbre bilateral, a la que sólo le faltó el pase de revista a la guardia de honor! ¡Qué despliegue de banderas! ¡Qué hito para el mármol en la gloriosa historia de la Puerta del Sol! ¡Qué estrofas no arrancaría a los plumillas orgánicos!

Pero como Madrid siempre será Madrid, una olla hirviente de todo cuanto se cuece en las Españas, y no tiene ni un mísero diputado separatista con el que chantajear al Gobierno de turno, pues se queda sin épica con la que llenar en Telemadrid una programación en bucle sobre las ansias 'indepes' que inflaman los corazones madrileños. Aquí no cabe más 'procés' que madrugar todos los días para que la locomotora madrileña siga tirando de la maltrecha economía española y aporte a la caja común que paga la sanidad y la educación nada menos que 4.400 millones de euros al año, el 69% del total. De los cuales, por cierto, Valencia recibe más de 300 millones. Que nadie eche a barato que Madrid encabeza la contribución fiscal con 16.000 millones de euros anuales, el doble que Cataluña.

Un esfuerzo de solidaridad tan generoso como el de los madrileños bien merecería el reconocimiento de los beneficiarios, pero la ruindad de estos tiempos, en los que el chantaje y la amenaza son monedas de curso legal, no permite albergar grandes esperanzas. Al contrario, la izquierda protesta airadamente y tacha de injusticia que el Gobierno autonómico baje los impuestos a las familias y favorezca fiscalmente al emprendedor.

Y en cuanto a los que estos días abominan de la proximidad madrileña parecen ignorar que un simple resfriado en la Gran Vía provoca una gripe en el resto de España, que si se paraliza la capital la sangre deja de bombear. Madrid no es una nación, pero no hay nación sin Madrid.

Por eso resultó un poco ridículo que Pedro Sánchez teatralizara como "cumbre bilateral" una reunión de trabajo con Díaz Ayuso. El único interés que pudo tener tanta parafernalia de jefe de Estado en la Puerta del Sol es que devalúa, como simple bisutería, la bilateralidad con Cataluña y País Vasco. Si con la presidenta madrileña le escoltaron 24 banderas, ¿cuántas senyeras o ikurriñas tendrán que desplegar Torra o Urkullu para desempatar? Más que en una final de la Champions.

Más útil para todos habría sido que Sánchez, ya puesto a subirse al pedestal de jefe de Estado, reivindicara la Comunidad madrileña frente a la conjura de los paletos con una frase tan sencilla como esta: España nunca saldrá más fuerte sin un Madrid más fuerte. No es verdad que solo sea una batalla epidemiológica, es sobre todo una batalla por reconocer en Madrid la lucha común y de defenderle frente a quienes ahuyentan a sus vecinos como a leprosos.

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