Marca de agua 

El culebrón de Pablo, Dina y Marta hunde a Podemos y salpica al Gobierno

Iglesias, Dina y Villarejo
El culebrón de Pablo, Dina y Marta hunde a Podemos y salpica al Gobierno. 
L.I.

Nada más romántico que un hombre pierda la cabeza por una mujer, o a la inversa, si es que el romanticismo aún está vigente y las flechas de Cupido no han sido proscritas como armas del machismo heteropatriarcal. Con lo variable que anda la geometría amorosa, que está pidiendo una guía de usuario para evitar embarazosos malentendidos, la declaración de amor requiere ya más trámites que la declaración de la renta.

Por eso suscita una tierna simpatía descubrir, en medio del tráfago profesional, brotes de amor donde en apariencia solo impera el ceño adusto de la Justicia, que además de ciega no tiene corazón. Que germine la pasión entre las togas es como hallar una rosa de Alejandría en medio del desierto.

Justo lo que ha sucedido en la Audiencia Nacional entre la abogada de Podemos, Marta Flor, y uno de los fiscales de fina estampa que investiga la causa interpuesta por Pablo Iglesias y Dina Bousselham, otra pareja que también cultivó la rosa de la amistad en la áspera Bruselas. Nada habría que reprochar al florilegio si no fuera porque ha invadido el prosaico terreno de la política, es decir, de la lucha por el poder en donde todo vale, empezando por la mentira y terminando por la utilización de la fiscalía para fines de partido. Como diría la fiscal general, Dolores Delgado, en apretada síntesis: "Información vaginal, éxito asegurado".

El culebrón, del que Netflix estará tomando apuntes, viene a ser la típica historia de la chica decepcionada que para desquitarse difunde entre círculos comunes algunas imágenes y comentarios nada edificantes del líder del grupo. Las indiscreciones se propagan como la peste por las redes sociales, hasta el punto de llegar a la mesa de redacción de un diario digital. Aunque meses antes había denunciado el robo de su teléfono móvil, ella misma reconoce que la publicación de los desahogos machistas de Iglesias no tiene nada que ver con el hurto.

¿Por qué “La marroquí”, como llaman a Dina algunos podemitas suspicaces, busca manchar la imagen feminista del macho alfa, tal vez porque por su proximidad política a Errejón o porque Iglesias ya no la valora como antes? Lo cierto es que a partir de ahí, se desatan todos los demonios de la sospecha, Iglesias retiene durante meses la tarjeta supuestamente robada porque no se fía de Bousselham y cuando se la devuelve, la SIM es ilegible.

En este punto, el culebrón se convierte en un bidón de gasolina en medio del fuego cruzado entre errejonistas y pablistas. Con notable eficacia estalinista, el aparato aplica una purga interna sin concesiones y las víctimas empiezan a caer como moscas, hasta el punto de guillotinar al equipo jurídico dirigido por José María Calvente, cuya cabeza cae a los pies de Marta Flor.

¿Cómo explicar a una militancia atónita el lamentable espectáculo que se ventila a vista de todos? Ahí sale a relucir en todo su esplendor el teórico del leninismo: Iglesias busca un enemigo exterior y lo encuentra en una supuesta “policía patriótica” dirigida por el ubicuo Villarejo, al que atribuye una conspiración para destruir a Podemos y desprestigiarle personalmente. De ahí que se persone como "víctima" en la querella judicial abierta. El truco funciona y la militancia, aliquebrada por las guerras intestinas, cierra filas en torno al líder.

El fuego parecía controlado hasta que el juez García Castellón desmonta la tramoya teatral que ocultaban las llamas: ni era víctima ni existía conspiración alguna contra Podemos. Es decir, Iglesias mintió a la militancia con un montaje de embustes para justificar las purgas de los desafectos y presentarse como mártir de la causa. Con el añadido de que pesa sobre él la sospecha razonable de haber destruido una prueba judicial tan relevante como la tarjeta SIM de Bousselham, cuyo contenido le aterra hasta el punto de comprar su silencio con el regalo un diario digital.

Lo más grave, sin embargo, porque afecta a la credibilidad de la institución judicial, es el papel jugado por el fiscal Stampa, quien según todos los indicios habría antepuesto sus afectos personales a sus obligaciones profesionales, de modo que colocó a la Fiscalía al servicio de los objetivos partidistas de Pablo Iglesias aun en plena campaña electoral. Donde éste denunciaba una “policía patriótica” ha aparecido una “fiscalía patriótica” que coquetea con el delito, si no lo ha abrazado ya. Ni que decir tiene que ahora le corresponde a Dolores Delgado tomar las decisiones necesarias para restituir el crédito del ministerio fiscal, lo que incluye desvelar las imposturas del vicepresidente segundo del Gobierno que le ha nombrado Fiscal General.

Precisamente esa alta responsabilidad de Iglesias pone en apuros a Pedro Sánchez, no sólo por tener a su vera a un sospechoso de destruir pruebas judiciales, sino porque un personaje de esta catadura no puede estar en la sala de control del CNI. ¿Qué servicio de inteligencia aliado se fiará de España con semejantes credenciales? Iglesias es muy dueño de hundir las expectativas electorales de Podemos, como se demostrará en Galicia y País Vasco, pero no puede devaluar aún más la credibilidad del Gobierno de España ocupando un cargo incompatible con conductas presuntamente delictivas.

Mostrar comentarios