OPINION

La desescalada por edades habría evitado el hundimiento económico

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, se reúne por videoconferencia con los presidentes autonómicos, en Madrid
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, se reúne por videoconferencia con los presidentes autonómicos, en Madrid
Europa Press

El caos de la desescalada decretada por el Gobierno, amparado en la ley excepcional del estado de alarma, ha minado la confianza en las instituciones, es incapaz de disipar la incertidumbre sanitaria que atenaza a los ciudadanos y, de paso, está destruyendo el tejido económico con un aumento pavoroso del paro y de las colas del hambre.

La gestión de la crisis sitúa a Pedro Sánchez al mismo nivel que Trump, Bolsonaro o Johnson: torpe, prepotente y anárquico. Practica una política gallinácea de triquiñuelas y discursos engolados, mercadea con los pases de una fase a otra a cambio de apoyo político, altera cada semana la contabilidad de los muertos, miente a los organismos internacionales y, cuando se le agotan las mentiras, culpa a la oposición de sus pactos de infamia. El gobernante que se creía Churchill aún no ha reunido el valor necesario para salir de las faldas de los "expertos", bajo las cuales toda tropelía ha encontrado asiento.

A día de hoy, tras casi 80 días de confinamiento y de estado de alarma, aún no sabemos por qué España está a la cabeza de los indicadores más negativos de la pandemia, en mortandad, en dureza de confinamiento y en destrozo económico. Ha habido países, como Holanda o Suecia, que optaron por salvar la economía a riesgo de un mayor contagio; la salvaron y sus datos sanitarios, sin embargo, aún son mejores que los de España. Otros países, como Grecia o Croacia, optaron por lo contrario: cerraron la economía y mantuvieron a raya al virus con una incidencia mínima. Un tercer grupo de países, como Alemania, Austria, Japón o Dinamarca, han logrado ambos objetivos: reducir los daños económicos y frenar la pandemia. España es la única excepción. ¿Será que los españoles somos unos suicidas? ¿O es que nos conduce un kamikaze?

Tampoco ha explicado nadie aún por qué la desescalada se ha llevado a cabo por territorios y no por edades, que parece lo más razonable para proteger a los grupos de riesgo y, al mismo tiempo, no paralizar la economía. ¿Por qué ha de someterse al mismo confinamiento monacal a una persona de 70 años que a un joven de 35? ¿En virtud de qué criterio médico se aplica la misma norma de seguridad sanitaria al joven y al anciano? Un análisis somero de la mortandad causada por el coronavirus pone de relieve que lo importante es la edad y no donde se contagia. El 95% de los fallecidos tenía más de 60 años, mientras que la mortandad entre los 20 y los 50 años ha sido del 1,5%. Es decir, la incidencia ha sido abrumadora entre los jubilados, y prácticamente irrelevante en el grueso de la población activa. Todos estos datos eran de sobra conocidos a primeros de abril.

Podrá argumentarse que sin el confinamiento drástico y general, la cifra de muertos en la población activa se habría disparado exponencialmente, hasta 300.000 como aventuró Pedro Sánchez con el mismo rigor que aplica a todos sus datos. Puesto que tal hipótesis no es verificable, sí podemos establecer un paralelismo con otro virus altamente letal que convive con nosotros como si fuera de la familia: la gripe común.

La gripe estacional causó el año pasado 6.300 muertes, 38.000 hospitalizaciones y se registraron 490.000 contagios. El 83% de los fallecidos tenía más de 64 años y el 13% tenía entre 45 y 64 años. El impacto en el segmento de los 15 a los 44 años, núcleo de población activa, fue del 4%. Es decir, 2,5 puntos más que el producido por el coronavirus. ¿Acaso Sánchez decretó por ello el confinamiento total e hibernó la economía? Por supuesto que no, como es comprensible.

También podrá argumentarse que no se puede actuar de igual modo ante el covid19 que ante un virus gripal para el que ya existe vacuna. Sin embargo, que exista una vacuna no significa que los ciudadanos se vacunen. Según datos del Instituto Carlos III, pese a las campañas anuales de sensibilización, el porcentaje de efectividad vacunal no llega al 50% entre los mayores de 64 años y es casi inexistente en los demás grupos de edad. En suma, la gran mayoría de la población activa actúa como si no existiera una vacuna antigripal y el país no se paraliza.

La pregunta final es por qué Sánchez e Iglesias han primado el criterio autonómico por encima de lo que aconsejaban todos estos datos oficiales. ¿Acaso porque los nacionalistas han antepuesto sus prerrogativas territoriales y el Gobierno ha traficado con sus votos para prorrogar el estado de alarma hasta la extenuación? Que responda Marlaska, que cada día miente mejor. 

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