Marca de agua 

La dura penitencia del Papa Francisco al soberbio Sánchez

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, se reúne con el papa Francisco, en la Ciudad el Vaticano a 24 de octubre de 2020
La dura penitencia del Papa Francisco al soberbio Sánchez. 
EFE

Pensó Pedro Sánchez que si se adornaba con unas citas al azar de “Fratelli tutti” seduciría al Papa Francisco como ávido lector de encíclicas, de modo que su peregrinaje a Roma culminaría siendo coronado emperador de la justicia, la igualdad y el cambio climático, ante el éxtasis de una Carmen Calvo “resignificación” de la Santa Teresa de Bernini. Si además se traía en el zurrón el anuncio de un viaje papal a la progresista España, entraría bajo palio en Moncloa con un Consejo de Ministros aplaudiendo como norcoreanos. Tan alta era la expectativa que TVE tituló: “El papa (sic) se reúne con Sánchez en el Vaticano”. A ver quién lo mejora.

Pero lo que se urdió como un hosanna triunfal, terminó en penitencia, porque todo el que se enaltece será humillado, que así se enseña en Primero de Vaticano. De modo que el soberbio Sánchez volvió trasquilado y más corrido que una mona. No hubo anuncio del viaje papal y su intento de suplantar al Rey como Jefe de Estado chocó con el inflexible protocolo pontificio. De todas cuantas trapisondas ha maquinado el publicista Iván Redondo, ninguna ha sido tan osada e insolente como esta de ir de sobrado ante el Pontífice arrastrando una mochila de agravios a la Iglesia como ningún otro gobernante europeo. La torpeza de Moncloa fue juzgar a Francisco como argentino, antes que como jesuita, lo que revela la oceánica ignorancia del sanchismo en asuntos eclesiásticos, así les luce el pelo.

Para empezar, su “sanchidad” metió la pata al pedir audiencia a Francisco con una carta torpe y apresurada, plagada de alabanzas a los postulados papales que en realidad eran autoelogios pues, decía textualmente, están en línea con “la agenda de mi Gobierno”. Más aún, el peregrino se vino arriba y se presentó al Santo Padre como un fiel compañero de ruta con la frase “tened por seguro que contáis con el Gobierno de España”. Lo sorprendente es que, en vez del Libro de Horas del obispo Fonseca, no le hubiera regalado al Papa su tesis doctoral, que viene a ser como una encíclica porque el trabajo duro lo hacen otros.

Por lo demás, en ese “contáis” conmigo, no especificó si se refería a la supresión de la asignatura de Religión, si a la legalización de la eutanasia, si a la ampliación del aborto, si a la sectaria ley de Memoria Democrática, si al acoso a la enseñanza concertada, si al chantaje fiscal e inmobiliario, si…

Pensó Pedro Sánchez que Bergoglio picaría el anzuelo peronista, pero se encontró con un reproche en vivo y en directo. La sutil diplomacia vaticana, advertida de la alevosa personalidad del visitante, le recibió con dos largas cambiadas. La primera fue rebajar el rango de su interlocutor: no fue el número dos del Vaticano, Pietro Parolin, como es lo habitual, sino un diplomático de segunda fila. El otro capotazo fue grabar y publicar inmediatamente la alocución de Francisco a la delegación española.

El problema de Sánchez es que nadie se fía de él. Los españoles le conocemos desde hace un par de años, pero ahí fuera lo están empezando a descubrir ahora. Y antes que nadie, el Vaticano. El bochornoso precedente de Carmen Calvo, que manipuló burdamente la conversación con el cardenal Parolin a propósito del Valle de los Caídos, reveló el valor exacto de la palabra de un gobierno sanchista. La reacción vaticana fue la lógica, aunque muy inusual: difundir sin dilación las palabras de Francisco para atajar cualquier intento de manipulación. Luz y taquígrafos.

Hizo bien la diplomacia romana. La alocución papal fue relevante sobre la situación de España. Fue espontánea, cristalina y nada complaciente con el auditorio. Es muy raro que el Pontífice reciba a un primer ministro con un discurso. Con el español hizo una excepción, y no precisamente para regalar los oídos ni practicar el halago.

Fue un rapapolvo envuelto en acento porteño. Punto por punto, Francisco refutó los mantras sectarios de la izquierda. Frente a “Memoria democrática”, dijo: “no nos es permitido el borrón y cuenta nueva. Tampoco no es permitido refugiarnos en lo que fue hace 50 ó 100 años. No. El desafío es recibir las raíces para poder dar fruto”.

Frente al devaneo con los separatistas: “construir la patria con todos a veces supone dificultades de entendimiento con los localismos… Es muy triste cuando las ideologías se apoderan de la interpretación de una nación y desfiguran la patria. Ojalá nunca se nos muera la patria”.

Frente a la naturaleza amoral del sanchismo, en fin, la advertencia de que la política “no es cuestión de maniobras”, sino que el político tiene la difícil misión de “hacer progresar el país, consolidar la nación y hacer crecer la patria. Estamos de paso en la patria”. Y no valen coartadas, como las ideologías sectarias que imponen “lo que yo quiero, no lo que yo he recibido”.

Pensó Pedro Sánchez que ganaría el jubileo con sus ardides de trilero, pero topó con la Iglesia. Tal vez le pase lo que a Zapatero, que descubrió sus propios prejuicios cuando pisó la Capilla Sixtina.

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