OPINION

El discurso del Rey, a la papelera

Rey Felipe VI y Pedro Sánchez - Cumbre del Clima
Rey Felipe VI y Pedro Sánchez - Cumbre del Clima
EFE

El Rey, reducido a figura decorativa, sin más función que adornar el engorroso trámite institucional. Desde que Pedro Sánchez bracea como un náufrago en medio de investiduras fallidas, elecciones repetidas y decretos-ley populistas, en Zarzuela cunde la frustración, y aun el enojo, por lo que consideran una actitud displicente hacia Felipe VI. No se trata solo de la errática conducta del líder socialista, que hoy niega lo que afirmó ayer y desdecirá mañana; es tan poco fiable con el Jefe del Estado como lo es con sus promesas. La cuestión es más de fondo y tiene que ver con el papel que la Constitución asigna al monarca, empezando por el de moderador entre las diferentes fuerzas políticas.

Pero Pedro Sánchez entiende esa función moderadora de manera muy peculiar, que consiste en apartar al Rey del escenario lo más lejos posible. Así lo hizo al enviarlo de visita a la dictadura castrista mientras en España las urnas electorales todavía estaban calientes. Y lo sometió al bochorno de enterarse por la prensa del 'Abrazo del galápago', como si no quisiera testigos que le incomodaran con la pregunta de por qué antes no se puso al teléfono cuando le llamó el líder del segundo partido más votado, rompiendo una tradición de elemental cortesía desde hace cuarenta años.

Sánchez quiso repetir la jugada semanas después, con motivo de la toma de posesión del nuevo presidente argentino, el peronista Alberto Fernández, tal vez con la higiénica intención de ocultar a Felipe VI sus enjuagues con los golpistas catalanes. La maniobra no prosperó, en buena parte por la oposición de la propia Zarzuela. Pero para entonces el daño ya estaba hecho. Hoy, a nadie se le escapa ya que la apuesta del dirigente socialista por un gobierno con la extrema izquierda y asistido por los separatistas catalanes supone un torpedo en la línea de flotación de la institución monárquica, posiblemente el peor ataque que haya sufrido desde su restauración.

Al negociar y pactar con ERC, cuyo líder está encarcelado por sedicioso, y de bailarle el agua al prófugo Puigdemont, Pedro Sánchez no se limita, como pretenden justificar sus palmeros mediáticos, a gestionar una inocua operación de investidura. Por el contrario, pone en entredicho las reglas del juego constitucional al dignificar como legítimos a unos políticos que persiguen objetivos ilegítimos por los cuales han sido condenados a prisión; y que, además, amenazan con “tornarem a fer”.

Lo de menos, aunque a más de uno se le haya quedado cara de tonto, ha sido la maratoniana ronda de consultas que ha tenido que cumplimentar el Rey, a pesar de la ausencia del partido más relevante, el que facilitará la investidura. Utilizar al monarca para meter presión a los republicanos es un sarcasmo de telecomedia.

Lo grave es que al legitimar a los separatistas como interlocutores necesarios para gobernar España, habiendo como hay otras alternativas constitucionales, el presidente socialista enmienda la totalidad del trascendental discurso de Felipe VI del 3 de octubre de 2017, dos días después de la intentona golpista.

Basta una rápida relectura para apreciar la magnitud del desastre que se avecina. “Desde hace ya tiempo (dijo el Rey), determinadas autoridades de Cataluña, de una manera reiterada, consciente y deliberada, han venido incumpliendo la Constitución y su Estatuto de Autonomía… Han quebrantado los principios democráticos de todo Estado de Derecho y han socavado la armonía y la convivencia en la propia sociedad catalana, llegando ─desgraciadamente─ a dividirla. Hoy la sociedad catalana está fracturada y enfrentada”. Las “determinadas autoridades” son las mismas con las que ahora negocia Pedro Sánchez. Pero hay más.

“Esas autoridades han menospreciado los afectos y los sentimientos de solidaridad que han unido y unirán al conjunto de los españoles; y con su conducta irresponsable incluso pueden poner en riesgo la estabilidad económica y social de Cataluña y de toda España… Esas autoridades, de una manera clara y rotunda, se han situado totalmente al margen del derecho y de la democracia. Han pretendido quebrar la unidad de España y la soberanía nacional, que es el derecho de todos los españoles a decidir democráticamente su vida en común”.

A quienes han pretendido y pretenden todavía “quebrar la unidad de España” el presidente en funciones del Gobierno de España les sienta hoy a la mesa y les ofrece una negociación de igual a igual, además de aceptarles que la cuestión en Cataluña es “un conflicto político” en vez de un quebrantamiento de “los principios democráticos” que ha socavado “la armonía y la convivencia en la propia sociedad catalana”.

Terminaba el Rey su discurso diciendo “sé muy bien que en Cataluña también hay mucha preocupación y gran inquietud con la conducta de las autoridades autonómicas”. Hasta ahora, ya que al PSOE no parece que le cause mayor preocupación pactar con esas autoridades de conducta delictiva. Las últimas palabras de Felipe VI eran para la gran mayoría de los catalanes, que no son separatistas: “Les digo que no están solos, ni lo estarán…”. Me temo que ya han sido abandonados por quienes tenía el deber de ser los primeros en defenderlos.

Dos años después, el extraordinario discurso con que el Rey hizo frente a los golpistas, con la misma determinación y lucidez que su padre 36 años antes, parece papel mojado, un estorbo arrojado a la papelera de la historia por quienes anteponen el ansia de poder personal por encima de todo. Si eso hacen hoy con sus palabras, ¿qué no harán mañana con su figura?

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