OPINION

El Gobierno del Ibex no sobrevive al debate

Fotografía de los candidatos en el debate de Atresmedia.
Fotografía de los candidatos en el debate de Atresmedia.
EFE.

Si dos debates en 48 horas no han servido gran cosa para que los millones de votantes indecisos salgan de dudas habrá que preguntarse de quién es la culpa, si del propio formato televisivo orientado al espectáculo o de unos candidatos más atentos al brillo de sus egos que a las incertidumbres de los ciudadanos. O tal vez se deba a la suma de ambos factores.

Lo único cierto es que no se han cumplido las altas expectativas que se habían depositado en el experimento inédito de encadenar dos debates consecutivos. Al espectador le ha quedado el sinsabor de la ocasión malograda, de otro 'partido del año' sin goles o de 'la corrida del siglo' sin puerta grande.

No obstante, más allá de la decepción, no puede decirse que los debates hayan sido inútiles o totalmente baldíos. Es verdad que no han ofrecido pistas sobre lo que sucederá este domingo electoral, pero sí sobre lo que no sucederá a partir del 28 de abril. Al escrutar sus vísceras, nada dicen al oráculo de si aflorará tanto voto oculto de Vox como pronostican los que están en el secreto, de si la caída de Podemos le devolverá a la irrelevancia, de si la división del voto del centro derecha frustrará una mayoría de Gobierno o de si Pedro Sánchez será tan guapo como asegura el espejito mágico del CIS.

Nada de esto se puede deducir de los debates, pero sí han revelado la muerte antes de nacer de una coalición que alimentaba tantas sospechas como esperanzas: la de Rivera y Sánchez. Era la combinación preferida por el Ibex, la que apoyaban bajo cuerda Bruselas y sin disimulo ese capitalismo socialdemócrata que hace negocios con la derecha y amigos con la izquierda.

Al debate, es cierto, esa opción ya llegaba herida del ala por la insistencia del líder de Ciudadanos en no pactar con el socialista, pero hasta el último minuto se mantuvo el suspense. En el primer asalto, Pablo Iglesias, reconvertido en predicador del mensaje constitucional, le preguntó al modo evangélico, o sea hasta tres veces: “Pedro, me vas a traicionar con Albert”. Recibió la callada por respuesta. Tal vez porque no sabía que responder.

Evaluados los daños del primer debate, al equipo de campaña de Ferraz no debió gustarle nada el mutismo de su líder, pues pone en peligro el trasvase de votos de Podemos al PSOE. ¿A qué votar a Sánchez si va a pactar con Rivera? Así que en la primera ocasión que tuvo, el candidato socialista resolvió la angustiada duda del hermano Iglesias: no habrá coalición con Ciudadanos.

Dicho lo cual, el panorama postelectoral se ha simplificado en un bipartidismo imperfecto: o gobiernan PP y Cs con la estricta observancia de Vox o lo hacen PSOE con Podemos y el resto de la cofradía que le abrió las puertas de la Moncloa. O no gobierna nadie y hay que repetir elecciones.

Al final, volvemos donde salíamos, a la disyuntiva de elegir entre izquierda y derecha. Tanto proclamar el fin del bipartidismo como el albor de una nueva democracia para que en los dos primeros debates a cuatro haya renacido con la lógica de una realidad inexorable.

A partir de aquí, se agudiza el juego de tronos en cada territorio. Pedro Sánchez amarró en el debate el liderazgo de la izquierda, con un Pablo Iglesias postulandose como fiel escudero. Otra promesa de alborada democrática echada a perder en tres horas y media.

En cuanto al liderazgo del centroderecha, la conclusión más relevante es que Pablo Casado se ha ganado un puesto al sol, tanto dentro de un partido que se halla en plena reconstrucción, como entre los votantes del PP de toda la vida, tentados a diestra y siniestra. La ausencia de Abascal y los errores de cálculo de Rivera le han perfilado como un candidato fiable y con derecho de primer espada a disputarle el poder al candidato de la izquierda.

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