Marca de agua

El órdago de Irene Montero y el desliz de Garzón colman la paciencia de Sánchez

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, saluda a la ministra de Igualdad, Irene Montero, a su llegada al acto institucional con motivo del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, organizado por el Ministerio de Igualdad, en Madrid, (España), a 8 de marzo de 2021. Durante el acto se proyectarán vídeos de mujeres que han estado en primera línea durante la pandemia y habrá lecturas de textos feministas. 08 MARZO 2021;IGUALDAD;8M Eduardo Parra / Europa Press 8/3/2021
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, saluda a la ministra de Igualdad, Irene Montero.
Europa Press

El día que Irene Montero lanzó el órdago y amenazó con dimitir si el Consejo de Ministros no aprobada sus leyes Trans y Sí-Sí en los términos que ella quería, Pedro Sánchez tomó tres decisiones: ceder al capricho de la ministra de Igualdad, depurar sí o sí a la insolente del Consejo de Ministros y renegociar con Yolanda Díaz el peso de Podemos en el nuevo Gobierno, que está al caer. A Carmen Calvo le comunicó su cuarta decisión: cepillar ambas leyes en el trámite parlamentario.

El equipo del presidente está muy decepcionado con la gestión de los ministros 'podemitas', exceptuando a la ministra de Trabajo, a los que acusa de lastrar la imagen del Gobierno y de generar irritación entre el votante socialista. La antipatía del círculo 'sanchista' hacia la cuota comunista, ya perceptible desde los primeros compases, evolucionó hacia una inquina sin apenas disimulo a raíz de las elecciones madrileñas, que llevaron a Iglesias a la tumba política y revelaron que Podemos no era más que un cadáver sin enterrar, un zombi tóxico.

La polémica del chuletón, abierta por Alberto Garzón con la frivolidad insustancial que le caracteriza, refleja fielmente el hartazgo de los ministros socialistas con sus compañeros de Consejo. Luis Planas, titular de Agricultura, lo sintetizó con una frase fulminante: "Los políticos no estamos para crear problemas, sino para dar soluciones". Y García-Page, que no desaprovecha ocasión para marcar distancias, remató: Garzón "se está inventando su cargo todos los días". Qué se podía esperar de quienes debutaron como los inventores de la nueva política.

Con ese exceso de inventiva marca de la casa morada quiere terminar ya Pedro Sánchez. Será con motivo de la crisis de Gobierno, cuyos flecos aún debe negociar con Yolanda Díaz. Bajo el pretexto de redimensionar el gabinete, planea reducir a tres los ministerios en manos de Podemos: la propia Díaz, Belarra y un tercero sin desvelar, pero de peso específico. En contrapartida, la ministra de Trabajo ascendería a vicepresidenta segunda. Es también deseo del jefe trasladar a Pablo Iglesias la receta del pastel, por aquello de que fue cocinero antes que fraile ermitaño.

En realidad, ni Garzón, ni Montero, ni Castells han aportado nada electoralmente rentable, no ya al Gobierno de Sánchez, si no a la propia ultraizquierda que había depositado en ellos algo más que unos cientos de nóminas, jugosas eso sí. La contribución de los tres (Belarra lleva aún poco tiempo para ser evaluada piadosamente) es irrelevante, cuando no irrisoria y motivo de chanza. Todo su valor reside en los 35 diputados 'podemitas', rebaño obediente que permite gobernar a Sánchez.

Sea cual fuere el resultado final, la experiencia de estos dos años en coalición supone además de un fiasco 'sanchista', un rotundo fracaso de la extrema izquierda, reconocido de manera explícita por el propio Pablo Iglesias. La espantada del líder fue mucho más que un sacrificio para impedir la muerte del partido en Madrid. Fue, sobre todo, la fuga desesperada de quien descubre el enorme error de haberse abrazado al poder ajeno. Asfixiado y sin margen de maniobra, Iglesias decidió adelantar para sí mismo el final político que les aguarda a sus camaradas menos aventajados.

Consciente de que sus leyes sexuales son el canto del cisne de una ensoñación feminista, Irene Montero da las últimas instrucciones para la mudanza con la certeza de que a ella también la engañaron. Los 'sanchistas', pero sobre todo los suyos. Le sobró impaciencia y le faltó astucia, es decir, currículum político como el de Carmen Calvo, que en silencio y aparentemente ofendida rumia sin prisas el momento de la revancha: no hay que observar la displicencia de su gesto para adivinar el placer de la venganza.

Con Iglesias y Montero fuera de juego, la coalición 'Sáncheztein' pone rumbo de ataque. Tiene dos años para salir del pozo y hacer olvidar a los votantes la amarga etapa de los últimos 24 meses. Si llega a la tanda de penaltis puede darse por satisfecha.

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