OPINION

Esto va para largo: la hoja de ruta de Pedro Sánchez hasta 2022

Pedro Sánchez
Pedro Sánchez
EFE

Tomen asiento y abran bien los ojos ante el espectáculo pirotécnico que está a punto de empezar. Los 23 ministros reunidos en asamblea prometen aprobar un programa de fuegos artificiales que harán de España la plurinacionalidad más feliz del mundo, la más progresista, la más feminista, la más igualitaria y la más ecológica: todos radiantes y descarbonizados. Sus primeros decretos y propuestas legislativas harán brotar ríos de leche y miel, en los que chapoteará con deleite el periodismo orgánico. ¡Guau!

Pedro Sánchez, el jefe del camarote de 'los hermanos de Marx', empieza esta semana tres meses frenéticos de negociaciones a varias bandas y de cesiones a los separatistas, empezando por colocar a Dolores Delgado al frente de la Fiscalía General, con un único propósito: lograr que ERC apoye sus primeros Presupuestos Generales del Estado, de modo que le sirvan de cómodo colchón para seguir durmiendo sin desvelos en La Moncloa, al menos hasta 2022. Unos Presupuestos propios, no los de Montoro, que pueda prorrogar a su antojo le garantizan incluso gobernar en solitario a golpe de decreto ley hasta el final de la legislatura. Ni siquiera necesitaría mantener la coalición con Pablo Iglesias; mucho menos la servidumbre humillante a Junqueras.

La explicación es un simple cálculo matemático. Los 13 diputados de ERC han sido decisivos para la investidura y serán imprescindibles para aprobar los nuevos Presupuestos, pero ahí termina su utilidad para el PSOE. Pedro Sánchez puede gobernar solo con sus 120 diputados, sin mendigar apoyo parlamentario alguno e, incluso, en contra de los partidos que le auparon al poder, empezando por Unidas Podemos. Ahora mismo no hay mayoría real ni metafísica que pueda descabalgar a Sánchez con una moción de censura. Todas las sumas posibles son inferiores a 176, salvo una: la que uniría a UP con PP y Vox -o sea, ninguna-.

Con esa tranquilidad de futuro que le ofrece la aritmética, Pedro Sánchez se dispone a rematar la faena de aquí a la primavera con la aprobación en el Congreso de unas nuevas cuentas que Nadia Calviño llevará a Bruselas para su bendición. A partir de ahí, una vez pasado el Rubicón, nada preocupará a Sánchez: ni las bufonadas de Puigdemont, ni las amenazas de Junqueras, ni el estiércol que esparza Rufián. Su única inquietud será Pablo Iglesias. Y se cuidará mucho de darle la espalda.

Que el vicepresidente segundo es la mayor amenaza para Pedro Sánchez es tan evidente que hasta Adriana Lastra se ha dado cuenta, de ahí que exigiera firmar a los podemitas un pacto de no agresión. Sólo los más íntimos enemigos (y la historia así lo enseña) sellan por escrito y con grandes abrazos públicos lo que jamás desean cumplir. Todos saben, empezando por los socialistas, que Iglesias es más brillante y astuto, es superior intelectualmente y tiene más carisma, comunica mejor y piensa más rápido. En efecto, Mohamed Alí ganó a Foreman. Y de nada servirá el intento de sepultarle entre una veintena de ministros para sofocar su voz en el Consejo de Ministros

Es tanta la certeza de que Iglesias le comerá a Sánchez el primer plano que al presidente del Gobierno le van a faltar televisiones adictas (y son casi todas) para tener su minuto de gloria en los telediarios. Dicho de otro modo, el líder de Podemos sabe que esta semana empieza la cuenta atrás de la próxima campaña electoral y no desaprovechará ocasión alguna para recuperar el terreno pedido en la izquierda. Investido con la púrpura del Poder, Iglesias ya no parece una amenaza ultra sino un gobernante progresista y responsable que inspira confianza al izquierdista bienpensante, no como Pedro Sánchez, que cambia de principios más que de colchón.

La espadas, pues, están ya en el aire y el combate fratricida, unas veces en sordina, otras a voz en grito, se prolongará hasta el invierno de 2022, seis meses antes de las elecciones municipales y autonómicas. Será por esas fechas cuando PSOE y UP deshagan el Gobierno de coalición y rompan abiertamente las hostilidades para disputarse la vasta clientela de la izquierda.

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