Marca de Agua

Iglesias se juega su carrera política contra Díaz Ayuso... porque ella lo vale

Iglesias
Iglesias se juega su carrera política contra Díaz Ayuso, porque ella lo vale.
Europa Press

Si Isabel Díaz Ayuso tenía alguna duda, por leve que fuera, de sacar mayoría absoluta el 4 de mayo, Pablo Iglesias acudió ayer en su ayuda retándola a un duelo. La presidenta madrileña no podía soñar mejor arranque de campaña que provocar una crisis en el Gobierno sanchista y cobrarse la renuncia de su vicepresidente, que además era el más detestado del Consejo de Ministros. Mucho debe valer ella para justificar sacrificio tan elevado. Lo que no consiguió el Ibex 35 ni medio PSOE en cuatro años, lo ha conseguido ella sola en cuatro días. Mientras que para la batalla de Cataluña fue preciso enviar a un ministro, para la de Madrid hay que mandar a un vicepresidente por lo menos. Porque ella lo vale. Y no como Isa Serra, la pobre portavoz podemita, humillada como una muchacha de servicio.

Es verdad que España “me debe una por sacar a Pablo Iglesias de Moncloa”, pero Ayuso le debe otra al líder morado porque era justo lo que necesitaba para catalizar masivamente el voto del centro y la derecha, bien para movilizar a los indecisos, bien para atraer a los simpatizantes de Vox frente a la amenaza de la ultraizquierda. Nada estimula tanto a los conservadores como las bravatas incendiarias de Iglesias. Cada vez que, como ayer, llama “delincuentes” o “criminales que reivindican la dictadura” a millones de madrileños, las expectativas electorales de Ayuso se disparan. Iglesias es una fábrica de “isabelinos”.

Lo cierto es que Pablo Iglesias tiene un grave problema de supervivencia política y de nada le servirán sus provocaciones ni patear en el fango para disimular sus carencias. El líder podemita quemó ayer todas sus naves porque a día de hoy Unidas Podemos no alcanza el 5% de papeletas necesario para entrar en la Asamblea madrileña. Tiene apenas 50 días para evitar la catástrofe, la de su partido y la suya propia. Sabe que su experimento neocomunista, impulsado por la crisis del 2008, camina hoy hacia la irrelevancia, hacia esa marginalidad que siempre le ha reservado la democracia española a la extrema izquierda desde los tiempos de Santiago Carrillo. Las últimas elecciones autonómicas (Galicia, País Vasco y hasta Cataluña, donde perdió casi la mitad de sus votos) confirman esa tendencia hacia la aniquilación, que en Andalucía alcanza ya aspecto terminal. Sería sarcástico que Madrid fuera su tumba.

Por eso se equivoca al retar en duelo singular a Díaz Ayuso, como si fuera su verdadera enemiga. No, el mortal enemigo de Iglesias es el propio Iglesias. Su elevado concepto de sí mismo, alimentado por una corte de mediocres que se comporta como una manada sumisa al macho alfa, le ciega y extravía. Es incapaz de ver lo que todo el mundo ve: la honda frustración que paraliza al electorado que le encumbró hace cuatro años.

Por eso, al ofrecerse como el Gran Unificador de la izquierda no sólo se equivoca. Peor aún, hace el ridículo. Íñigo Errejón le humilló hace dos años sacando casi 300.000 votos y 13 escaños más que él, en vista de lo cual ahora pretende encabezar un ejército de salvación, como el ser providencial que había de venir para redimir a Madrid del ogro fascista.

Los graves errores cometidos durante estos años por Iglesias, en especial desde que se unió en abrazo público a Pedro Sánchez, han devaluado su prestigio político, su credibilidad y, sobre todo, su capacidad de liderazgo. Su gestión como vicepresidente de Asuntos Sociales ha sido irrelevante, si no mezquina, empezando por la desatención de las residencias de ancianos, cuya competencia había reclamado con tanta trompetería mediática.

A su partido le sobrevuelan demasiados chanchullos financieros, precisamente el que venía a regenerar la vida política y el que más presumía de integridad y transparencia. Sus agresivos ataques a periodistas y jueces, en el más puro estilo trumpista, han destapado el feo rostro del aprendiz de dictador.

Pablo Iglesias ha decidido jugárselo todo a la carta madrileña antes de que los propios madrileños le arrojen a la marginalidad extraparlamentaria. Salir de la Asamblea, en su Vallecas iniciática, equivale a su extinción política. La ironía final es que comparte la misma suerte que Inés Arrimadas e Ignacio Aguado, enfrentados al abismo superar el 5% de los votantes. Trágico destino el que une a los dos partidos que nacieron para regenerar la vida bajo la divisa de la nueva política, pero que terminan imitando los vicios de la vieja política.

Mostrar comentarios