OPINION

Iglesias suspende a Sánchez para septiembre

Pablo Iglesias durante la segunda sesión de investidura
Pablo Iglesias durante la segunda sesión de investidura
EFE

De los escombros humeantes de la investidura no se sabe qué será más dañino para la salud democrática de España, si que Pedro Sánchez haya esterilizado cualquier pacto con Ciudadanos e incluso el PP, o que su torpe soberbia haya devuelto a la vida a Pablo Iglesias.

Hace tan solo un mes, Pablo Iglesias se arrastraba por los platós como una sombra fantasmal predicando la virtud de la derrota. A su paso se levantaban murmullos de censura y el PSOE lo evitaba como si hubiera contraído la lepra. Ahí va el responsable, cuchicheaba la izquierda, del hundimiento electoral de Podemos, el culpable de que la derecha haya recuperado plazas tan simbólicas como las de Madrid. Así termina, sentenciaban, quien prometió tomar el cielo por asalto pero se ha instalado cómodamente en Galapagar.

Pedro Sánchez fue el primero en dar por muerto a Pablo Iglesias. A su juicio, el macho alfa de la izquierda radical ya solo era un cadáver político expuesto a los depredadores y carroñeros, alguno tan aventajado como Íñigo Errejón. De ahí vinieron los desplantes y las pedorretas hacia el podemita mientras duró el simulacro de negociación de investidura. Es cierto que el desprecio mutuo viene de lejos, pero no han dejado de sobrealimentarlo con ese desdén académico que tan bien cultivan los doctores de medio pelo.

El caso es que el presidente del Gobierno en funciones lo minusvaloró, ninguneó y aún humilló con su típica soberbia. Y ese ha sido su gran error, la causa principal de su segundo fracaso ante una investidura. Porque Iglesias no estaba muerto y al echarle sal sobre sus heridas ha renacido con un vigor y una fiereza que han asombrado a propios y extraños. Ha sido Iglesias quien ha marcado la agenda y los tiempos de la negociación. La torpeza de Sánchez, que siempre ha ido al rebufo de Iglesias, ha excitado la astucia del podemita, cuyo dominio de los medios y del mensaje ha sido abrumador.

Tan grave ha sido el fiasco de Sánchez que Iglesias se ha revelado como el líder de referencia de todo el arco político a la izquierda del PSOE, se ha erigido en el aglutinador de republicanos, separatistas, nacionalistas y antisistemas con voz y voto en el Congreso. Que los Rufianes y posterroristas, incluso los peneuvistas, imploraran a Sánchez hasta el último segundo en favor del líder de Podemos demuestra quién ha sido el verdadero vencedor de la sesión de investidura. En su ceguera, el dirigente socialista no vio más allá de los 42 escaños podemitas, sin percatarse de que el poder de Iglesias venía de otro lado, precisamente de la parte Frankenstein que le había servido en bandeja la moción de censura.

La soberbia, en efecto, con que ha actuado Sánchez le ha cerrado todas las puertas de la investidura y ha sembrado la desconfianza a su alrededor. Nadie se fía de él. Ni a derecha ni a izquierda. De modo irresponsable se ha cerrado aún más las puertas a pactos con Ciudadanos e incluso con el PP. Y para colmo, ha causado el renacimiento de su más encarnizado enemigo. Resulta sarcástico que sea Pablo Iglesias quien haya suspendido al doctor Sánchez y lo emplace a un nuevo examen en septiembre.

¿Aprenderá la lección y caerá en la cuenta de que las necesidades de España pasan por un pacto con los constitucionalistas o incurrirá en el mismo error y convocará elecciones? Tiene todo el mes de agosto para reflexionar en las verdes marismas de Doñana.

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