OPINION

La comedia llega a su final

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. EFE/Ballesteros
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. EFE/Ballesteros

“Pedro, tú nunca serás presidente sin mí”, le avisó con mucho retintín Iglesias a Sánchez nada más conocerse. De eso hace ya un lustro, y para demostrarlo lo llevó en volandas a la Moncloa con una moción de censura perfectamente armada. “Estos son mis poderes”, le espetó desafiante el 'podemita'. Desde entonces, desde ese 1 de junio de 2018 en el que Rajoy sucumbió a la traición del PNV y al rodillo del frente populista, no ha pasado un solo día sin que Iglesias haya lamentado el error garrafal de encumbrar a Sánchez. Los resultados electorales, tanto generales como municipales y autonómicos, certificaron su yerro: el PSOE, desnortado y dividido, resurgió brioso de su guerra civil a costa de Unidas Podemos, que acariciaba el sorpaso. Además, los socialistas les contagiaron el virus de la división, especialmente virulento en la Andalucía de Kichi y en el Madrid de Errejón. En suma, Iglesias hizo todo el gasto, pero quien se llevó el poder y la gloria fue Sánchez. Adiós al sueño de asaltar el cielo liderando toda la izquierda. Mal negocio, maldita moción.

Para mayor escarnio, cuando llegó la hora de repartir el botín, el presidente socialista le humilló como si fuera un apestado: "No eres digno de entrar en mi Gobierno". Ese fue el clic que puso en marcha el reloj electoral del 10 de noviembre. Todo lo que ha sucedido a continuación entre ellos ha sido postureo, teatrillo, coros y danzas para entretener a una izquierda atónita y para endosarle al otro la factura de la investidura fallida. Ya fuera de viva voz o por persona interpuesta, raro ha sido el día en que no se han cruzado agravios o intercambiado suspicacias. De haber querido ambos el pacto de gobierno, se habrían retirado al abrigo de la discreción en vez de pasear sus desprecios por los platós y ventilar sus reproches en las redes sociales.

Así llegamos a septiembre, con el árbitro recitando la cuenta atrás en el combate que libran Muhammad Ali Iglesias y Foreman Sánchez, según la analogía acuñada por el primero. La última finta del púgil socialista (un paquete de 370 medidas para negociar), ha sido recibida por su rival como lo que es: un golpe bajo en forma de programa electoral, cuyos destinatarios no son los dirigentes de Unidas Podemos, sino sus votantes. Por si no quedaran claras sus intenciones, Sánchez ha acompañado el recado con una oferta que de puro humillante ha movido al pitorreo en las filas 'podemitas': a cambio de su rendición incondicional durante cuatro años recibirán unas 'carguitos' institucionales bien remunerados, tipo CNMV, Defensor del Pueblo, etcétera. Sorprende que un político orgulloso y con tan alta autoestima como Pablo Iglesias no se haya revuelto con furia ante migajas tan ofensivas por desdeñosas. Muhammad Alí aguantó durante ocho asaltos las embestidas de Foreman, pero ni una sola de sus insolencias.

Pero Iglesias no es Muhammad Ali. No ha sabido aprovechar el oxígeno que le regaló su adversario antes del verano ni culminar con éxito el golpe crucial del 25 de julio, cuando le puso sobre la mesa una vicepresidencia y tres ministerios. Ni siquiera se ha percatado de que el combate ya terminó, que su presente carece de épica alguna y que su destino es recuperar la gloriosa función de mayordomo comunista al servicio de la socialdemocracia. Puede asumirla ahora y mantener, humillando la cerviz, sus 42 diputados como 42 guardianes de la revolución; o, en un arranque final de dignidad, acudir a las urnas el 10 de noviembre como quien se dirige al cadalso. Un chico que parecía tan listo y al final le ha burlado el más tosco de la clase.

Pablo Iglesias, en la sesión de investidura
Pablo Iglesias en la fallida sesión de investidura. / EFE

Porque ya va siendo hora de que Iglesias acepte la realidad: Pedro Sánchez nunca quiso pactar con él, sino bailarle sobre la lona del ring para solaz del respetable y a sabiendas de que las siguientes elecciones le arrojarán a la irrelevancia. En realidad, más que un combate todo ha sido una comedia sin talento ni gracia. Y cuando la polvareda de estos meses se disipe, será digno de estudio cómo el PSOE malversó nueve meses de gobernación, a las puertas de otra crisis económica, con el único propósito de que no se le notara su deseo de repetir los comicios. Con lo provechoso que podría haber sido para España un pacto serio y responsable con Ciudadanos. Pero esto tendrá que esperar al 11 de noviembre.

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