OPINION

Monólogo de un joven sobradamente machacado y endeudado de por vida

Jóvenes maletas coronavirus
Jóvenes maletas coronavirus
EFE

Vale, de acuerdo, vamos de sobrados por la calle, rechazamos con descaro la mascarilla y nos saltamos las reglas del confinamiento a la menor oportunidad, botellón incluido. Somos jóvenes. Somos asintomáticos, casi todos. Y sí, digámoslo sin tapujos, el virus nos resbala en el amplio sentido de la palabra. No me consta que ningún colega o conocido haya fallecido estas semanas. Pero algunos de ellos están de luto porque se les ha muerto el abuelo, el tío, su vecina e incluso su madre, víctimas de la epidemia.

Vale, no es políticamente correcto confesar todo esto cuando hay tanta gente que sufre, pero tampoco se nos puede culpar de sentirnos invulnerables. ¿Acaso debemos pedir perdón por ser resistentes al bicho? Al contrario, es a nosotros a los que se debe explicar el mazazo vital que vuelve a golpearnos con furia, el segundo en apenas diez años. Veníamos de un pasado de asco y se nos presenta un futuro de náusea. La nuestra es la primera generación doblemente aplastada por el lado oscuro de la globalización.

Atrapados ahora entre las fases 0 y 1 de la desescalada, esa esquizofrenia binaria que el Gobierno impone a modo de premio o castigo, los jóvenes asistimos atónitos a la bronca política que enfrenta la salud a la economía, como si ambas no fueran las dos caras de la misma moneda con la que pagamos el peaje de vivir. Nos huele a truco demagógico para encubrir con un falso dilema las escandalosas cifras del fracaso sanitario. ¿Salud o trabajo? Los que tenemos entre 25 y 40 años podemos describir con exactitud notarial de cuántas formas se puede enfermar cada día sin pasar por la UCI.

Para empezar, somos el principal grupo de riesgo del virus del desempleo, que se ha cebado con saña entre la peña. Casi la mitad de los siete millones de parados tiene menos de 40 años. Ya veníamos renqueantes desde el desastre de Zapatero, con sueldos de subsistencia, trabajando a salto de mata y devaluados como apestados laborales. De tan pringados, hasta los sindicatos nos ciñeron una especie de cordón sanitario, no fuera que infectáramos a los bien pagados y colocados. La única opción fue esperar en casa de nuestros padres a que el ascensor social se detuviera en nuestra planta. Así pasamos toda una década.

Seguimos clavados en el descansillo, pero el ascensor está aún más cascado en un edificio chapado por el estado de alarma. Tampoco este Gobierno inspira mayor confianza que ZP. Su gestión sanitaria ha convertido España en el país más apestado de la Tierra. Es de temer que su gestión económica lo convierta también en el más empobrecido de Europa. Sobre nuestras espaldas se abate hoy el peso del paro, pero mañana caerá el fardo de una deuda astronómica superior al 125% del PIB. Tenemos toda una vida de desempleo por delante para ir pagando sólo los intereses. Nos freirán a impuestos. Por lo demás, bienaventurados nuestros hijos, que heredarán la deuda.

A los que viene detrás, los chavales bachilleres o universitarios, tampoco les pinta bien el futuro. Para empezar, les están estafando esos ministros irresponsables que prometen aprobados generales. El devaluado sistema universitario español da así otro paso hacia la irrelevancia. Salvo algunos muy contados, sus grados y títulos son papel mojado dentro y fuera de España. ¿Cómo se puede dar crédito académico a un país cuyos ministros proponen legalizar el suspenso? El ascensor social suele parar en la planta de la formación, pero la política educativa de Celaá y Castells la está derruyendo a mazazos de mediocridad y populismo.

En suma, nos condenan a un futuro de 'okupas', a vagar por los márgenes del sistema en busca de soluciones mágicas y rápidas. Es decir, populistas. Quien ha trotado mucho estos suburbios es Pablo Iglesias, cuya gran aportación a la lucha contra el virus ha sido modificar la legislación para que los ayuntamientos censen obligatoriamente a los 'okupas' y los domicilien allí donde ilegalmente acampan. Es lo mismo que legalizar el suspenso, pero con el premio añadido de la cartilla de racionamiento que en breve se dispensará bajo el nombre de ingreso mínimo vital. Ese es nuestro futuro. Así que perdonen si no me pongo mascarilla.

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