OPINION

Operación Naranja: cómo estrujar a Rivera para que pacte con Sánchez

Rivera y Sánchez Moncloa bolo
Rivera y Sánchez Moncloa bolo
EFE

Pedro Sánchez, que detesta compulsivamente a Pablo Iglesias, sabe desde la misma noche electoral que si quiere gobernar los próximos cuatro años ha de tragarse ese sapo, con coleta y todo. No hay otra opción. Es, con las ligeras variantes carpetovetónicas, el modelo portugués, al que el presidente en funciones profesa una admiración temprana; no conviene olvidar que su primer viaje como secretario general renacido fue precisamente a Lisboa para ver con sus propios ojos cómo los socialistas pueden gobernar apoyados por la extrema izquierda pero sin que sus dirigentes pasen del felpudo. Lástima que Iglesias no sea portugués, sino vecino de Galapagar.

Pedro Sánchez sabe también que el resultado de las elecciones de mayo es concluyente y, como ya se comentó aquí, refrendó la mayoría de la moción de censura que le encumbró. Más aún, si hoy se volvieran a celebrar elecciones, esa mayoría frankenstein, a la que sólo le une su odio a la derecha, sería la única que sumaría más de 175 escaños. Es cierto que para gobernar con esa caterva de separatistas, populistas, nacionalistas y herederos de ETA hay que tener mucho estómago, pocos escrúpulos y ningún principio moral, pero esos son justamente los ingredientes del poder. De eso también es muy experto Sánchez. Los nueve meses largos que ha gobernado con todos ellos a base de decretos ley le han confirmado que administrar el poder es, sobre todo, gestionar el rencor y la inquina. En este caso, a los tres partidos a la derecha del PSOE, bautizados despectivamente como el “trifachito”. Lo ha dicho el rufián de ERC, oh prodigio intelectual, con su elegante retórica: lo damos todo con tal de que no gobiernen los fachas. En suma, la fuerza de Pedro Sánchez no le viene de sus escaños, insuficientes a todas luces para un gobierno estable, sino de ser el dique de contención contra la aplicación del 155. Todo lo demás son amenas especulaciones de tertulia.

Por eso resulta un tanto sorprendente la operación lanzada esta semana contra Albert Rivera, y personalmente contra él, por la negativa de Ciudadanos a facilitar la investidura de Sánchez. El ataque ha sido furibundo y sincronizado tanto desde los medios sensibles al Ibex como desde los insensibles de la izquierda. Sospechosa unanimidad en el acoso, sobre todo para hacerla en nombre del liberalismo. Se diría que con ese ataque coordinado, en el que han participado articulistas de relumbrón, editorialistas marmóreos y analistas abisales, se ha pretendido exprimir al partido naranja y estrujar a Rivera hasta dejarlo en pura cáscara vacía, de modo que los 57 escaños del partido queden a disposición sin que Pedro Sánchez se baje del Falcon. Como ha resumido Arrimadas, “pretenden que blanqueemos a quien pacta con separatistas y con amigos de terroristas”. Pues sí, eso parece, que la cosa va de blanqueo. O dicho de otro modo, quien ha creado a Frankenstein para su provecho y megalomanía no puede pretender ahora que sean los demás los que liquiden a la deforme criatura.

La campaña no ha hecho más que empezar, aunque es verdad que ha arrancado con mucha fuerza y, otra sospechosa coincidencia, con las dimisiones de algunos dirigentes naranjas, entre ellos los notables Toni Roldán y Javier Nart. A medida que transcurran los días y aumente la incertidumbre, la presión sobre Rivera subirá varias atmósferas. Tantas como sean necesarias para darle la gran coartada a Sánchez: “No me queda más remedio que abrazarme a populistas, separatistas y amigos de terroristas”. Y ya con este salvoconducto hábilmente falsificado por los medios afines (el 80% del total), Pedro Sánchez empezará una nueva legislatura gobernando con los mismos que le avalaron en la moción de censura, nadie se acordará de quién acuñó el “No es no” como moneda política y el dedo acusador de la opinión pública se desviará hacia Rivera. Hasta el deforme Frankenstein parecerá una simpática criatura. Lo demás es 'peccata minuta', como el berrinche de Pablo Iglesias por ser ministro cuando sabe con certeza que el destino de Unidas Podemos es servirle el café al PSOE cuando en Ferraz anden cortos de servicio.

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