Marca de agua 

El plan es tensionar el debate sobre la Corona y acorralar a Felipe VI

Pedro Sánchez con el Rey Felipe VI
El plan es tensionar el debate sobre la Corona y acorralar a Felipe VI. 
Moncloa

Pedro Sánchez ha pedido perdón a Pablo Iglesias por no haberle consultado la salida al extranjero del Rey padre. La justicia poética exige en desagravio una frase lapidaria, algo así como “Lo siento, me he equivocado, no volverá a ocurrir”. El lance, desvelado por el vicepresidente, presagia un mal otoño para la Corona. Muy malo.

Ante el hundimiento económico y social que se está produciendo, hay que desviar la atención de la gente asustada. Hay que agitar espantajos. Inventar otros problemas. Por ejemplo, colocar a la monarquía en el debate político y cuestionar su legitimidad utilizando a Juan Carlos como arma arrojadiza contra su hijo, el Rey Felipe VI. Ese es plan para los próximos meses de la extrema izquierda, los separatistas y los sanchistas, unidos no sólo por un programa de investidura, sino también por el propósito a medio plazo de derogar la Constitución vigente y sustituir la monarquía parlamentaria por una república confederal. De entrada, el ínclito Tezanos ya ha recibido la orden de dedicar el barómetro de este mes de septiembre a la reforma de la Constitución y la Monarquía. ¡Más madera, es la guerra!

Es verdad que no les será fácil culminar sus planes mientras enfrente se sitúen el centroderecha y una parte marginal y marginada del PSOE, es decir, más de la mitad de los españoles. Pero que no puedan no significa que desistan de su empeño en erosionar la institución y en acorralar a un Rey cuyas únicas armas de defensa son su inteligencia, ejemplaridad y responsabilidad profesional. No son pocas, pero no serán suficientes mientras la socialdemocracia no refrende con hechos el apoyo que hace 40 años le prestó Felipe González.

Sin embargo, no tiene pinta Pedro Sánchez, que sueña con ser rey él mismo, de comprometerse en la defensa del trono más allá de las frases retóricas. Al contrario, le viene muy bien a su estrategia que Podemos saque a pasear la guillotina y que los golpistas quemen retratos del Borbón en sus aquelarres independentistas. Para la maquinaria sanchista, creada y alimentada desde y por el poder a toda costa, es primordial tensionar el debate político y radicalizar la sociedad en dos polos enfrentados. En la misma medida que demonice al centroderecha, Sánchez se fortalece ante la extrema izquierda y los nacionalistas como única alternativa posible. Tras la traición del PNV a Mariano Rajoy, la fragmentación política y territorial redunda en beneficio del sanchismo, cuya verdadera vocación es convertirse en régimen.

Algunos socios mediáticos le han aconsejado a Sánchez que postergue sus proyectos y refrene el impulso republicano de sus aliados en tanto España no salga del pozo negro en el que ha caído por la pésima gestión de la pandemia. Sería “un tanto irresponsable alimentar la crisis institucional” en plena debacle sanitaria y económica, le han sermoneado con la misma eficacia que fray Gerundio de Campazas.

Parecen ignorar los susurradores que la calamidad es precisamente lo que impulsa a sanchistas y podemitas a agitar la Corona como espantajo para justificar la conveniencia de someter la monarquía a referéndum. El cambio radical al que aspiran fermenta en época de crisis, no de bonanza. El disparo de salida ya está dado con el linchamiento de Juan Carlos. Pero el fuego graneado lo reservan para el momento más crítico, cuando los millones de parados y los ciudadanos agobiados busquen al culpable y señalen al Gobierno. Nada más eficaz que buscar un chivo expiatorio para que la gente descargue sobre él su ira y sus frustraciones mientras crecen las colas del hambre.

Naturalmente no van a cometer el error de atacar de frente a Felipe VI, cuya popularidad está muy por encima de cualquier político. Que Pablo Iglesias o Puigdemont u Otegi embistan contra el Rey no tendría más consecuencias que enriquecer la crónica taurina. Incluso si Pedro Sánchez se sumara a la capea en un ataque de cuernos tampoco dañaría el prestigio personal del monarca, por una simple cuestión comparativa de talla moral.

No, la acometida la harán por persona interpuesta: utilizando a Don Juan Carlos y exprimiendo los pormenores judiciales de Corinna Larsen y del ex comisario Villarejo, dos personajes que aúnan todas las cualidades requeridas por esas tertulias de mesa camilla que lideran las audiencias televisivas. Lujo, sexo, cloacas del poder, dinero, traición, despecho… Odio y venganza, en suma. He aquí la materia prima para construir un relato donde el culpable ya está señalado y condenado de antemano. Al deslegitimar a su padre y predecesor, están acorralando en su legitimidad al propio Rey Felipe, que queda desguarnecido del referéndum de la historia en el que se apoya el edificio monárquico.

Mientras tanto, nadie hablará de la Caja B de Podemos, ni de las cloacas de Iglesias, ni del desastre de Sanidad, ni del camarote de los hermanos Marx que nos gobierna. Soplan vientos preconstituyentes sobre una sociedad atenazada por la pandemia y la ruina económica, terreno propicio para que medren los oportunistas sin escrúpulos y se hielen los mejores frutos de 45 años de democracia. España parece condenada a repetir su tragedia, extraviada en su desmemoria histórica. 

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