OPINION

Segundo asalto de Rivera contra Casado: todos los detalles del combate

Sänchez y Casado este lunes en La Moncloa
Sänchez y Casado este lunes en La Moncloa
Moncloa

Días de confusión para el votante de derechas, que no padecía tanta perplejidad y desánimo desde el 14-M de 2004. Una algarabía de voces le aturde. Asiste atónito al cruce de reproches entre políticos que hasta hace muy poco hacían piña. Apenas si quedan veinte días para volver a las urnas, pero a gusto cambiaría esta cita por la del dentista. Al amargor de la debacle del PP se suma el desencanto de quien confió su voto visceral a Vox y comprueba ahora que la pasión ha arruinado la razón, que la realidad ha desmentido la ensoñación. Días de extravío, en fin, que la izquierda celebra sin disimulo. Nada más ilustrativa que la sonrisa de suficiencia con que Sánchez recibió a Casado en Moncloa.

Pero no solo la izquierda sonríe gatunamente. Sobrevolando la zozobra alguien observa con mirada de cazador. Cuando tu adversario merodea el precipicio, no lo entretengas. Albert Rivera observa y calla. A su derecha se abre un campo de Agramante en el que aguarda un espléndido botín y donde vagan unas huestes sin estrategia clara ni liderazgo fuerte. Es territorio de conquista. Ciudad a ciudad, región a región, hasta llegar a Bruselas. Y el viento sopla a su favor. Así que el 26 de mayo, Rivera confía en asestarle a Pablo Casado el golpe de gracia que le consagre como líder incuestionable del centro derecha, el único capaz de disputarle el poder a Pedro Sánchez cuando lleguen el día y la hora.

Sin embargo, cometería un grave error si diera por liquidado al PP y amortizado a su presidente. Treinta años de historia y de gestión casi siempre eficiente no se evaporan de la noche a la mañana ni son presa fácil del primer cazador que asome su oportunismo. Al contrario, el partido de Aznar y Rajoy es el más enraizado en la geografía local y autonómica, se asienta con mando en plaza en miles de aldeas, villas y grandes ciudades, gobierna con solvencia en comunidades autónomas y goza en Europa del respeto general. No, el PP no es ese corral de pollos sin cabeza que se empeña en propalar el frente mediático de la izquierda. Es un partido serio y sólido que está pagando a muy alto precio los pecados propios y las miserias ajenas. Está herido, pero no abatido.

Conviene tener presente, además, que los comicios locales e incluso los regionales pivotan sobre la personalidad del candidato antes que sobre las siglas del partido. Hubo y hay candidatos socialistas a los que las siglas PSOE les restaban apoyos y huían de ellas como de la peste. Lo mismo sucede ahora en el PP, algunos de cuyos candidatos anteponen su predicamento a unas siglas erosionadas. El “yo no voto al PP, yo voto a Albiol” es hoy algo más que una táctica local.

Albert Rivera, al que la ambición no ciega su inteligencia, sabe que es imposible plantear batalla en todos los frentes, pues ni tiene candidatos suficientes (no llegan a 2.500 en total) ni su liderazgo alcanza a tanto desafío. Su guerra no es ocupar el territorio sino controlar los núcleos decisorios. El objetivo de Ciudadanos ahora es afianzarse en las grandes ciudades y comunidades autónomas donde pueden gobernar o decidir qué partido gobierna. El liderazgo se robustece con símbolos y ninguno más poderoso que el cetro de Madrid. De los ocho mil y pico municipios que tiene España, solo una docena cuenta para Rivera, que sueña con consumar en ellos el ‘sorpasso’ sobre el PP que el 28 de abril le negó. Si la capital del reino o el gobierno de Castilla y León, por poner dos ejemplos especialmente sensibles, pasaran a manos del partido naranja, el escenario que se le abriría a Pablo Casado sería abismal. Por la misma razón, si el PP reconquista Cibeles y mantiene las comunidades donde gobierna, empezando por la madrileña (lo que no es descabellado), habría que augurarle tiempos de esperanza para los populares y para su recién estrenado presidente. Si nos atenemos a los resultados de las elecciones generales, las espadas están en alto: Ciudadanos obtuvo doscientos mil votos más que el PP en la comunidad de Madrid, pero en la capital fue el Partido Popular el que aventajó en veinte mil al partido naranja.

Es verdad que Ciudadanos parte con dos notables ventaja sobre el PP. Por una parte, su maniobrabilidad y su capacidad para llegar a acuerdos a derecha e izquierda. Gobiernos regionales del PSOE, como los de Extremadura, Castilla La Mancha o Aragón, se muestran exquisitamente corteses con Rivera porque de su apoyo depende que sigan gobernando. Del mismo modo, los presidentes populares de Murcia, Castilla y León o La Rioja se enfrentan al peaje de la servidumbre naranja, que se puede complicar aún más con la irrupción de Vox. El modelo andaluz bien podría tener su prolongación en algunas de estas autonomías. En todo caso, Ciudadanos es la reina de la fiesta con la que en todos quieren bailar.

La segunda ventaja de Ciudadanos sobre el PP tiene que ver con el estado de ánimo de sus respectivos graneros electorales. En el bando naranja domina cierta euforia, ese optimismo de quien deja atrás la adolescencia para embarcarse embriagado en un futuro pleno de promesas. El votante naranja se siente triunfador y no perderá la ocasión de exhibirse el 26 de mayo. Bien distinto es, como queda dicho, el ánimo de los populares. La amenaza de la abstención no es desdeñable. En combatirla deberían centrarse Casado y todo su equipo. A su favor, sin embargo, puede actuar el desengaño que para muchos de sus electores tradicionales supuso votar a Vox. La vuelta al redil, aunque solo sea por razón de utilidad, puede insuflar un oxígeno a un partido asediado, pero no derrotado. Albert Rivera aspira a noquear a Casado en la velada del último domingo de mayo, confiado en su pegada demoledora, pero no debería olvidar el consejo de Corneille: “Huye del enemigo que conozca tu debilidad”.

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