Marca de agua

Otra semana negra para la reputación internacional de España

Pedro Sánchez y Nadia Calviño, en la Conferencia de Presidentes.
Otra semana negra para la reputación internacional de España
Bruno Pérez | EFE

La España sanchista no es de fiar, advirtieron hace meses intelectuales, medios de comunicación y think tanks europeos, especialmente de Alemania, Francia y países nórdicos. Hoy, sus malos augurios se han quedado cortos. Las evidencias se acumulan y el propio Pedro Sánchez se empeña en darles la razón con creces. Raro es el día que no salta a los telediarios internacionales una noticia negativa para nuestra reputación. Desde hace unas semanas, sin embargo, se están multiplicando y agravando de forma exponencial, para desespero de nuestros embajadores, que no dan abasto en apagar los fuegos.

Con cuatro millones de parados y otro millón en lista de espera, el sanchismo conduce al país hacia la leprosería de Europa por la misma senda socialista que lo condujo Rodríguez Zapatero. España tropieza dos veces en la misma piedra y vuelve al furgón de cola con la complicidad de unos sindicatos tragaldabas que disimulan como zombis ante las colas del hambre. No existe más política económica que la del pedigüeño subvencionado ni gestión que no sea trapacería de pícaro. El intento de ocultar el dictamen del Consejo de Estado sobre el decreto de los fondos europeos va más allá del bochorno en Bruselas: arruina la credibilidad del Gobierno, si es que alguna le quedaba, para administrar con eficacia y limpieza los 140.000 millones.

En apenas medio año, Pedro Sánchez se ha dejado a girones la confianza de las cancillerías europeas. Sencillamente recelan de su palabra. De sus obras, se espantan. Ahí tenemos la última, que ha disparado la alarma entre los cientos de miles de alemanes e ingleses que tienen casa en Baleares: la expropiación de viviendas privadas por el gobierno populista regional, con la muda anuencia de Moncloa.

Hay que tener muy perturbadas las facultades de gobernar para que la segunda potencia turística del mundo ahuyente a los clientes en plena crisis con medidas confiscatorias, en vez de ponerles la alfombra para que vuelvan y no elijan otros destinos. Entre Sánchez, Iglesias y Armengol están matando la gallina de los huevos de oro para adornar con sus plumas el traje populista. Al admitir políticas abiertamente chavistas y legalizar de hecho la “okupación”, el sanchismo da un salto cualitativo que deteriora la seguridad jurídica y lesiona derechos sin los cuales España derivará en una democracia fallida.

La escena chusca del “exprópiese” chavista, disuasoria por sí sola para los inversores, grandes y pequeños, que buscarán destinos menos hostiles, es aún más siniestra cuando la ilumina las barricadas incendiarias de Barcelona. Un país que asiste imperturbable a diez días de saqueos, estragos e intentos de asesinato de policías sin que sus gobernantes hagan respetar la ley, cuando no se han colocado al lado de los agresores, no tiene ningún porvenir en la comunidad democrática. Menos aún será capaz de crear empleo y crecer económicamente. Barcelona es hoy la capital europea de odio, el campo de batalla donde se ejercita el fascismo de izquierdas acunado por el separatismo xenófobo, y en su caída arrastra al resto de España.

Lo cierto es que, una tras otra, van cayendo a ojos de todo el mundo las más prestigiosas referencias de España, como su modélica transición política a la democracia, su amable imagen de tierra hospitalaria, su vocación europeísta, su optimismo emprendedor, su estabilidad institucional, su talante moderado y vital… Ha sido derribado, incluso, el más respetado de nuestros embajadores, el Rey Juan Carlos, cuyo nombre es inseparable del periodo más libre y próspero que hayan vivido los españoles en siglos. El sanchismo está demoliendo los cimientos que durante 40 años han sostenido con orgullo y autoestima la casa común. El fantasma de una España fallida, que desde hace meses recorre Europa, cobra cuerpo a medida que prosperan las quimeras de la extrema izquierda y el separatismo.

P.S. Un grupo de científicos, encabezado por el físico Àlex Arenas, acaba de publicar una investigación que demuestra lo que era sospecha general: si el Gobierno hubiera decretado el estado de alarma el 7 de marzo de 2020, en vez del 14 de marzo, se habrían salvado 23.000 vidas humanas. Este 8 de marzo de 2021, el feminismo asilvestrado que se sienta en el Consejo de Ministros, lejos de pedir perdón por la manifestación del año pasado, reincide en la temeridad.

Mostrar comentarios