Marca de agua 

La tercera ola colma la paciencia de la gente y acelera el desgaste del Gobierno

Madrid coronavirus cierre terraza
La tercera ola colma la paciencia de la gente y acelera el desgaste del Gobierno. 
EFE

La gente está cansada. Y harta. Y bastante irritada. No ve la salida ni el final del túnel que vislumbraba el ministro Illa en diciembre, que Santa Lucía le conserve la vista. La incertidumbre lo anega todo: el trabajo, la vuelta al colegio, hacer la compra, visitar a la familia… hasta dar un paseo es un desasosiego. Son ya demasiados meses de inseguridad, demasiadas semanas viviendo al día, demasiados días bajo un asedio interminable. Se acabó el buen rollito y las contemplaciones. Al Gobierno se le está agotando el crédito y ya no goza del beneficio de la duda.

La tercera ola, que tampoco será la vencida, se dirige en línea recta contra el muro tras el cual se agazapa el Gobierno para que no le salpique el fango de la gestión sanitaria. Que se manchen los otros. La cogobernanza era eso: yo dicto las reglas y tú corres con el gasto de aplicarlas. Pero el truco no cuela. La gente ya no traga más y ha abierto los ojos después de asistir a 17 Navidades distintas, según donde te tocara.

A la Navidad multiforme le siguen ahora 17 vacunaciones a diferente velocidad, así sea en una u otra de las 17 autonomías que decretan 17 medidas anticovid distintas cuando no contradictorias. Es tal desatino al que se ha llegado en esta política de campanario que no se entiende cómo los nacionalistas vascos y catalanes no han exigido aún tener su propia cepa vírica, como los británicos. Sánchez se las concedería, seguro.

En eso de pilotar una España a dos velocidades, el sanchismo es un temerario fitipaldi que trata a cada autonomía según el color de su gobierno. Madrid es testigo, y lo que le queda. Pero también Castilla y León, y Galicia, así como Andalucía y Murcia. Conviene recordar que le impuso un Estado de Alarma a los madrileños cuando la comunidad presentaba unas cifras epidemiológicas que hoy harían palidecer de envidia a todas las comunidades gobernadas por el PSOE. Con las vacunas viene a suceder otro tanto. Madrid protestó por el reparto arbitrario del ministro y sin embargo candidato Illa (naturalmente Cataluña está satisfecha con el prorrateo) e insiste hoy en el reproche porque la segunda tanda se realiza con los mismos criterios opacos que la primera.

La conclusión es que gota a gota, pifia a pifia y mentira a mentira, el desgaste del Gobierno Sánchez-Iglesias empieza a asomar como tendencia imparable en los sondeos. Ni siquiera Tezanos lo ha podido ocultar del todo en el barómetro del 4 de enero. Confiaba el sanchismo en neutralizar la tercera ola con un chute de triunfalismo a cuenta de las elecciones catalanas del 14-f, pero ha topado con el hosco ventajismo de los separatistas, sus socios actuales y futuros.

Ni siquiera la vacuna es estímulo suficiente para aplacar el malestar de la gente con el comportamiento de un gobierno errático, más preocupado en escurrir el bulto que enfrentarse a la pandemia como hacen los gobernantes europeos. La gestión de Pedro Sánchez se limita a posar para los fotógrafos (UME, foros varios, colectivos heroicos, mascotas adorables), como si fuera la primera dama, con algún sermón de añadidura. Está tan ocupado en ser presidente que no le queda tiempo para gobernar.

Nada irrita tanto a un ciudadano a punto de ser confinado otra vez como el guirigay entre podemitas y sanchistas que hacen del Gobierno una pajarera ensordecedora, sin congruencia, sin ejemplaridad y sin el respeto debido a los 80.000 muertos por la pandemia. En vez de arremangarse y agarrar el virus por los cuernos, se dedican a acuchillase entre ellos, a reivindicar al golpista Puigdemont para que Bruselas no lo extradite, a marear la perdiz del indulto, a cazar supuestos fascistas incluso en el propio Consejo de Ministros…

Cuando en diciembre el ministro y sin embargo candidato utilizó el BOE para doblegar a Díaz Ayuso con el Estado de Alarma, lo justificó con dos frases de una hondura filosófica a su altura: “La paciencia tiene un límite” y “No hay más ciego que el que no quiere ver”. Justamente eso mismo es lo que hoy piensa la gran mayoría de los españoles, cuyo hastío va mutando en rabia a medida que la tercera ola golpea mortalmente ante la inhibición del Gobierno.

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