Marca de agua 

Últimas horas de un Gobierno calcinado, al que Sánchez quiere enterrar en el olvido

Pedro Sánchez
al que Sánchez quiere enterrar en el olvido. 
Europa Press

No tardando mucho, al mismo tiempo tal vez de hacer las maletas de las vacaciones que llegan con año y medio de retraso, el Gobierno hará también el equipaje de la despedida. El presidente perfila estos días un nuevo gabinete con el que pretende matar varios pájaros de un tiro: enterrar en el olvido la pésima gestión de la pandemia, pasar página endosando al equipo saliente el coste de la crisis marroquí y de los indultos, revisar el peso de Podemos y reemprender lo que resta de legislatura como si aquí no hubiera pasado nada. El peripatético Sánchez, que como Sócrates confía en las virtudes políticas del paseo, quiere acelerar el paso para distanciarse de un gobierno calcinado por tanto desastre y estrenar uno virginal al que bautizar sólo con buenas noticias: vacunación generalizada, espectacular rebote económico, lluvia de millones europeos y recuperación plena de la vida cotidiana.

El baile de despedida lo encabezará, por méritos propios, la ministra de Asuntos Exteriores. González Laya deja el listón de la incompetencia muy alto, casi inalcanzable para el sucesor. Su gestión en Iberoamérica (Venezuela, Cuba, etc.) causaría rubor si no fuera porque la tapan la chapuza marroquí y, la guinda del pastel, los 50 segundos de Sánchez como dama de compañía de Biden. Esos 50 segundos le perseguirán toda su vida con la misma pertinacia que a Zapatero le persigue su desaire a la bandera americana.

El desbarajuste de la agenda social, en la que Podemos empeñó su escaso crédito, también se cobrará sus víctimas. Pese a sus cualidades técnicas, que nadie discute, José Luis Escrivá carece de ese relativismo político, marca del sanchismo, que consiste en cambiar de principios a conveniencia. El ministro de Seguridad Social ha librado batallas contra sí mismo y no puede decirse que los resultados hayan satisfecho ni a amigos ni a enemigos. En la misma línea se coloca la vicepresidenta Teresa Ribera, que no parece muy sostenible tras naufragar en algo tan simbólico para la izquierda como el recibo de la luz. La ministra de Transición Ecológica deja una huella imborrable en nuestras vidas al organizar el día en horas valle, llana y punta. No se puede resumir en menos palabras la agenda progresista.

En realidad, de este Gobierno no debería quedar ni rastro para que ningún ministro le recordara a Sánchez que los hijos viven peor que sus padres. Ha debido ser muy doloroso para él comprobar que el equipo no ha estado a su altura. No obstante, habrá de ser magnánimo y perdonar a los menos torpes. Por ejemplo, a José Luis Ábalos, que es el ñapas del grupo, un poco tosco, pero sin escrúpulos y con el estómago hecho a todo. También Calviño merece benevolencia, no sea que se atasque la cañería del dinero europeo. Y luego está Margarita Robles, que si bien es demasiado lista para su gusto, es mejor tenerla dentro que no fuera de la tienda. Por supuesto, a Iceta ni tocarlo, que ahora es cuando empieza de verdad el baile en Cataluña.

Tampoco le conviene prescindir de la Ministra Florero, que empuña vigorosamente la antorcha de la liberación Lgtbivpzxy contra el heteropatriarcado, pues causaría pésimo efecto que la despidiera porque ya no está Pablo Iglesias, con lo que vale la chica. Su cumpleaños, además, no sería igual sin Belarra ni Yolanda Díaz de compis. Vale, que siga.

También tiene muchas posibilidades de seguir Manuel Castell, ministro de Universidades, pero a condición de que siga desaparecido de modo que Sánchez no repare en su existencia. La misma estrategia le sirve a Pedro Duque, con la ventaja de que el astronauta mide el tiempo en años luz. Alberto Garzón, sin embargo, lo tiene más difícil tras haber agotado la caja de cocacolas. Triste sino el de este espartaco de los consumidores que observa con pasividad bovina la subida disparatada de la luz, el gas, la gasolina, la cesta de la compra, los alquileres, etc.

En cuanto a los demás ministros, se hacen apuestas, porque las decisiones de Sánchez son como la lotería: caprichosas e inesperadas. Es el caso de Grande Marlaska, que lleva tanto tiempo haciéndose perdonar sus coqueteos con el PP, que hasta al jefe le resulta algo patético; con los jueces rebotados nunca se sabe. Isabel Celaá, otra que tal, como Reyes Maroto, la una desaguando viejas frustraciones de colegio de monja y la otra que ha sido marcada por el estigma del 4-M y la navajita plateada. Ambas están amortizadas.

Las dos grandes incógnitas son Carmen Calvo y María Jesús Montero. Sustituir a la ministra Portavoz no es nada fácil, porque es la perfecta para el sanchismo: no se le entiende nada y las mete dobladas. Churchill no la cambiaría. En cuanto a Calvo, todo pasa y todo queda, pero lo suyo es pasar. Será un trago, pero ella es fuerte y él no tiene memoria, sólo cuentas pendientes.

Como avanzó Yolanda Díaz cuando ascendió a vicepresidenta, lo que toca ahora es “empezar de verdad la legislatura” y cuando los periódicos recuerden que el año 2020 hubo en España medio millón de muertos, tantos como tras la Guerra Civil, pueda cargarse la cuenta a otro gobierno.

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