Marca de agua 

Una vacuna, un voto: la batalla de Madrid pincha en hueso

Pedro Sánchez
Una vacuna, un voto: la batalla de Madrid pincha en hueso. 
Agencia EFE

La reaparición televisiva de Pedro Sánchez para anunciar la buena nueva de la vacunación general en cinco meses tuvo un efecto fulminante sobre los telediarios: desplazó a segundo plano la trágica noticia de los 400.000 empleos destruidos en un año de pandemia y neutralizó el globo sonda de la Sputnik puesto en órbita por Díaz Ayuso para animar el cotarro electoral. La habilidad de Moncloa para modular el relato informativo quedó nuevamente acreditada, con mayor mérito aún si cabe, teniendo en cuenta que Sánchez ha prometido algo que no está en su mano cumplir, pues las vacunas las proporciona la UE y su administración es competencia de las comunidades autónomas.

A nadie se le escapa que la inesperada irrupción del presidente para anunciar por tercera vez en seis meses “el principio del fin” de la pandemia forma parte de la campaña electoral madrileña que ya todo lo engulle y a la que todo se sacrifica, empezando por el sentido común. Todo vale en la contienda, desde arrojarse los muertos a la cara pasando por la manipulación de las vacunas o por tensionar la gestión sanitaria para rebañar en ese 74% de madrileños que, según el CIS, votará el 4 de mayo atendiendo a cómo se ha gestionado la crisis. En este caladero no hay cebo más apetecible que prometer 85 millones de vacunas e inmunidad para todos a la vuelta de la esquina.

Contra todo pronóstico, los estrategas socialistas han picado el anzuelo de los populares y han convertido la batalla de Madrid en el ensayo general de unas generales, de modo que el adversario de Díaz Ayuso no es Gabilondo, sino el propio Sánchez, quien se ha lanzado a un combate cuerpo como si le fuera en ello la presidencia del Gobierno. Sorprende el fuerte despliegue de la artillería monclovita, que incluye la participación activa de algunos ministros y, por supuesto, el fuego graneado desde los medios de comunicación adictos y los juegos malabares del CIS de Tezanos, cuya virtud mayor no es averiguar lo que votarán los españoles, sino decirles lo que deben votar. Precisamente porque los sondeos les son esquivos al PSOE, se observa una disparatada sobreactuación contra Díaz Ayuso, a la que incluso se le criminaliza como propagadora de la peste y como “afrancesada”.

Resulta muy dudoso, sin embargo, el acierto de tan agresiva estrategia. Por el contrario, el duelo personal con Sánchez fortalece a la candidata popular, que es elevada así a rango nacional, mientras el bueno de Gabilondo pasa de soso a mudo, amén de prescindibles sus denodados esfuerzos por atraer el voto huérfano de Ciudadanos.

Es cierto que el bloque de la izquierda se enfrenta al grave hándicap de un electorado apático, tal vez frustrado o desencantado por estos dos años de gobierno socialista. No es casual que haya un 30% de indecisos entre los que votaron al PSOE en las últimas madrileñas. Movilizarlos con inyecciones de entusiasmo no parece al alcance del candidato Gabilondo. Pero está por ver que la receta de la crispación, de la amenaza fantasma del fascismo y de otros dislates electoreros sea la adecuada para convencer a los reticentes; lo único seguro es que alejará al voto centrista, sino lo ha entregado ya a Díaz Ayuso.

En este juego de estrategias, por desgracia, la España real y el Madrid real son obstinadamente ocultados, como testigos molestos, y expulsados del debate electoral. La realidad, sin embargo, no se puede ignorar. El retrato al natural de la España 2021 lo acaban de pintar a dos manos la OCDE y Cáritas. Con brochazo expresionista, sin “photoshop” ni maquillaje. El organismo internacional dibuja con matemática exacta las dimensiones del desastre: la economía española fue la que más cayó del mundo (11%), más aún que Argentina y el doble que la media europea. La recuperación española también será la más lenta.

La ONG católica, por su parte, traduce a pie de calle las consecuencias de los datos macroeconómicos: medio millón de personas se ha incorporado a las colas del hambre, que desde marzo del año pasado enrola a casi 2,5 millones. Esta es la cruda realidad, que ni la propaganda oficial ni los navajeos políticos ni las promesas gratuitas pueden ocultar. Pero nadie habla de ello en una campaña electoral que pincha en hueso.

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