OPINION

Vuelve el Sindicato del Crimen... pero ahora como farsa

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, presenta el programa de la coalición
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, presenta el programa de la coalición
Eduardo Parra - Europa Press - Archivo

Apenas si llevan 50 días de Gobierno y ya han detectado el virus letal que les amenaza: los periodistas. Los infectos mensajeros de lengua bífida. No todos los periodistas, claro, sólo aquellos que portan malas noticias y no ahorran críticas al poder. En realidad, una aldea gala rodeada de televisiones, radios, periódicos y diarios digitales entregados al evangelio progresista. O sea, que vuelve el Sindicato del Crimen, como bautizó el régimen socialista a aquel reducido pelotón de fusileros que a mediados de los 90 hizo frente desde la Prensa a un felipismo en descomposición. A Felipe González, sin embargo, le llevó diez años generar aquellos anticuerpos de libertad; a Sánchez e Iglesias no les ha llevado ni diez semanas.

No es casual tanta premura. Sánchez e Iglesias comparten una excitada hipersensibilidad hacia los medios de comunicación, a los que atribuyen poderes cuasi mágicos para derribar gobiernos. No conviene olvidar que Podemos nació en los platós de televisión ni que el líder socialista atribuyó a los periodistas su defenestración en 2016 y que, tras su resurrección, su primera decisión nada más llegar a la Moncloa con la moción de censura, fue purgar a más de cien periodistas de RTVE poniendo al frente de la corporación a una de los suyos. Tanta bulimia mediática jamás se había dado en un presidente o vicepresidente del Gobierno, ni siquiera en Adolfo Suárez, que había sido director general de RTVE.

Queda claro, por tanto, que el ataque sincronizado del dúo gobernante a los periodistas no es un arrebato de ira momentáneo. Al contrario, forma parte del ADN de un Gobierno en cuyo programa figura (apartado 5.9) el proyecto de impulsar “una estrategia nacional para la lucha contra la desinformación”. Loable propósito, vive Dios, pero hasta el más tierno becario de este oficio sabe que la censura está empedrada con las buenas intenciones del Poder. Y este Gobierno, pese a su corta vida, ya ha dado muestras de ser un afanoso picapedrero, con un secretario de Estado de Comunicación que a los periodistas los tacha de “activistas” y de albergar una “tendencia enfermiza a preguntar”. Pero quien destaca por méritos propios es el vicepresidente Iglesias, un caso único en 40 años de democracia por la acumulación de condenas de los organismos periodísticos. La más contundente fue la de la APM, en marzo de 2017, en la que los profesionales denunciaron que “la estrategia de acoso de Podemos vulnera de una manera muy grave los derechos constitucionales a la libertad de expresión y a la libertad de información y coarta el libre ejercicio del periodismo, que es imprescindible para preservar la salud de una sociedad democrática como la española”. Dos años después, el dirigente podemita arremetía contra la APM por premiar a un periodista de 'ABC' con esta frase: “Así funcionan los brazos mediáticos del poder y las cloacas”.

Ah!, las cloacas. Las hemorroides del poder. A Pablo Iglesias se le llena la boca de palabras malolientes cuando se dirige a los periodistas, a los que asocia con la pestilencia. En realidad siempre los ha despreciado. Desde que montó su propio plató con ayuda iraní hasta su interminable carrusel por las televisiones, Iglesias se ha desempeñado como un magnífico telepredicador, cualidad que él confunde con el periodismo, de ahí que en cierta ocasión confesara que su deseo secreto era dirigir RTVE. De algún modo lo ha conseguido. Y ahora como vicepresidente ya se permite dar lecciones de deontología periodística, decretar cárcel para los hediondos (que sea en Lledoners, si se puede elegir) y repartir carnets de prensa. O sea, que ya tenemos aquí de vuelta al Sindicato del Crimen. Pero esta vez, la historia se repite no como tragedia, sino como farsa.

El paso siguiente será motejar a los periodistas díscolos de “antipatriotas” (la impronta de Zapatero sigue viva), reordenar el mapa mediático mediante concesiones a dedo y acosar económicamente a los medios críticos. Que Pedro Sánchez acuse a la Prensa conservadora de “crispar” es algo más que una censura: es una amenaza.

Ante lo cual no estará de más recordar que, según el CIS, los políticos y gobernantes son desde hace tiempo la segunda gran preocupación de los españoles, sólo superados por el paro. La Prensa, los periodistas, no aparecen en el largo listado de preocupaciones del ciudadano. El auténtico Sindicato del Crimen está en otra parte.

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