Capital sin Reservas

El amoniaco de Montero, los trapos sucios de Iglesias y la colada de Escrivá

El hachazo de las futuras pensiones que promueve el ministro de Seguridad Social es la prueba de fuego de un Gobierno que dice sentirse cómodo en la manifiesta incompatibilidad de caracteres entre sus dos socios.

Pablo Iglesias ha puesto en evidencia las maniobras del ministro Escrivá para recortar las pensiones
La sombra de Pablo Iglesias  arroja serias dudas sobre la capacidad del ministro Escrivá para sacar adelante la reforma de las pensiones
Europa Press

Poco antes de que terminara el pasado y fatídico año, aprovechando el feliz alumbramiento de los flamantes Presupuestos Generales del Estado, la fina ministra de Hacienda, a la par que discreta y elegante Portavoz del Gabinete Sánchez, se despachó en uno de esos periódicos amigos de tirada nacional con una profunda y lapidaria entrevista en la que entre otras perlas cultivadas afirmaba aquello de que “estamos cómodos dentro de este Gobierno de coalición”. Aunque se supone que hablaba totalmente en serio, es cierto que lo dijo, para más señas, en una fecha tan señalada como es el 28 de Diciembre, por lo que María Jesús Montero tampoco habrá tenido mayores remordimientos de conciencia. Además, qué diantres, al célebre Jaimito, el de los chistes, también le gustaba el olor del amoníaco.

La autocomplacencia fundamentada en el engaño es el elemento esencial que nutre la gestión de lo público en los tiempos que corren, lo que desemboca en una ineficacia estructural del servicio al ciudadano que ampara, camufla y hasta pretende justificar prácticas irregulares de esas que luego han de sustanciarse en los tribunales de justicia. La aversión al reconocimiento de cualquier error condiciona muchas de las decisiones estratégicas que mueven la maquinaria del Estado en una huida permanente hacia delante que suele deparar consecuencias muy onerosas para el contribuyente. La defensa del ‘sostenella y no enmendalla’ ha dejado de ser una expresión destinada a identificar el honor de los viejos hidalgos castellanos para convertirse en el leitmotiv que inspira la supremacía de la falsa autoridad con que la clase dirigente trata de perpetuarse en sus más amplios dominios.

La simbiosis imperfecta con la que el PSOE y Podemos se soportan a regañadientes fue calificada en su origen como una derivada contra natura cuando realmente, y a tenor de la perversión que invade la vida política, debería interpretarse en modo justamente contrario. Ambas formaciones olvidaron de un día para otro sus múltiples desavenencias y contradicciones ideológicas para acurrucarse al hombro de su pareja en una pulsión lógica y consustancial a sus innegables ansias de poder. A partir de ese pacto entre pandillas la administración del Estado ha quedado pavimentada al modo de una yincana de obstáculos que surgen por doquier en cuanto aflora la más mínima sospecha de la desconfianza genética y mutua que inspira las relaciones entre uno y otro socio.

El Gobierno de coalición es lo más parecido a un juego de pillo a pillo que más tarde o más temprano dará lugar a un divorcio explícito con un amplio inventario de reproches 

En España no hay un Gobierno de coalición, ni siquiera dos gobiernos en uno como se temía Pedro Sánchez cuando pintaban bastos en las preliminares y fracasadas negociaciones con Pablo Iglesias. Lo que existe es un juego de pillo a pillo, si se apura un Gobierno de colisión, que más tarde o más temprano se decantará con un divorcio explícito, traumático y sonado. A medida que se vayan agotando a trompicones las sucesivas etapas de la legislatura y los aromas electorales impregnen las estrategias de seducción y conquista del voto, los dos consortes resabiados emprenderán el inventario de reproches como alegato de defensa ante las urnas. Socialistas y comunistas se esmerarán en sacar rédito a su rechazo con el mismo o incluso mayor frenesí que el empleado en su día para poner en valor su tormentosa cohabitación.

Las refriegas en el seno del Consejo de Ministros se suscitan en dos planos claramente diferenciados de actuación. Por un lado están las querellas que enfrentan sensibilidades contrarias sobre el modelo de Estado, como son el eternizado proceso de autodeterminación en Cataluña o el más emergente debate para socavar la institución de la Corona. La agenda política se ve impedida, o cuando menos distraída, por un tira y afloja de carácter doctrinal que incluso llega a producir la lógica crispación social, pero que jamás alterará las constantes vitales de la alianza gubernamental. Los verdaderos caballos de batalla que pueden llevarse por delante el pacto de la impostada coalición son los que enfrentan decisiones mucho más elementales que afectan al bolsillo del contribuyente y, por lo tanto, tienen una incidencia directa en el voto del elector.

La contrarreforma laboral, los alquileres de vivienda, el salario mínimo interprofesional, el ingreso mínimo vital, el impuesto al diésel entre otras iniciativas fiscales, o la inopinada subida de la electricidad de la pasada semana, han ido encendiendo la luz roja de una flagrante incompatibilidad de caracteres entre los dos socios preferentes que dieron carta de naturaleza a la legislatura. Con mayor o menor intensidad todos estos fuegos han dejado algún rescoldo que podrían deparar nuevos focos de incendio en los próximos meses. Aunque el mayor siniestro que amenaza con quemar como una pavesa la falaz componenda está fraguándose en las brasas de Bruselas y tiene que ver con esa propuesta unilateral que el ministro de Seguridad Social, José Luis Escrivá, viene enarbolando con singular osadía para confinar, ahora se dice así, las jubilaciones de los próximos años.

Hasta ahora los trapos sucios se han lavado dentro de casa, pero la reforma de las pensiones es una colada que ha de pasar el examen de Bruselas con un blanco reluciente y sin líneas rojas

La Comisión Europea ha empezado a leer la cartilla al Gobierno acerca de la parsimonia con que se desarrollan en nuestro país las grandes reformas estructurales a las que se han condicionado las ayudas de los fondos comunitarios. La más importante, sin duda alguna, es la reordenación del sistema público de pensiones, sobre todo después del empeño populista de actualizar la renta de los actuales jubilados con subidas anuales que superan con creces los baremos del IPC. Bruselas se ha tragado este sapo por aquello de la pandemia pero, en contrapartida o como castigo, ha exigido a Nadia Calviño que establezca un muro infranqueable para la incorporación de nuevos pensionistas, lo que propiciará una clara discriminación negativa para todos los llamados ‘baby boomers’ que, en su gran mayoría, llevan décadas cotizando puntualmente a la Seguridad Social.

La perseguida sostenibilidad de las pensiones no puede garantizarse sin cercenar los derechos inherentes a los que están más próximos a la edad de retiro. Con ese mismo objetivo el titular del ramo se ha superado a sí mismo y al Pacto de Toledo con la intentona de ampliar el cálculo de la pensión a los últimos 35 años de carrera en lugar de los 25 ahora vigentes. Una vuelta de tuerca, fallida de momento, para recortar un poco más las prestaciones, que es de lo que se trata. El ‘pensionazo’ de Escrivá es el espejo en el que se van a reflejar todas las contradicciones del presunto Gobierno de coalición. Hasta ahora los trapos sucios con Pablo Iglesias se han aireado a los cuatro vientos para ser luego enjabonados dentro de casa. La colada de las pensiones es distinta porque tiene que superar el examen de limpieza de  Bruselas. Y allí la diplomacia comunitaria de hoz y cuchillo exige un lavado blanco, reluciente y sin manchas rojas

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