Capital sin Reservas

Aviso al navegante Casado en la tierra del Cid Campeador

Leídas en clave nacional, las elecciones de Castilla y León abocan al líder del PP a una encrucijada de caminos. O acepta la mano tendida de Vox o invoca una gran coalición con el PSOE de Sánchez pero sin Sánchez.

Pablo Casado y Alfonso Fernández Mañueco no tienen todas consigo en su propósito de alcanzar una mayoría suficiente en Castilla y León
Pablo Casado y Alfonso Fernández Mañueco no tienen todas consigo en su propósito de alcanzar una mayoría suficiente en Castilla y León
EFE

No dejes que la verdad te estropee una encuesta bien condimentada. Los designios del profesor Tezanos, convenientemente escrutados en esta ocasión por Pablo Iglesias, han alcanzado su punto de no retorno con motivo de las elecciones que este domingo tendrán lugar en Castilla y León. La victoria del PSOE declarada en los primeros sondeos divulgados por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) se antojaba hace dos semanas como producto del consabido delirio que tiende a confundir la realidad con los deseos. Sin embargo, el desarrollo de la campaña electoral y la incertidumbre que rodea los movimientos dentro del Partido Popular han conformado la ilusión socialista de lo que podría interpretarse como una profecía autocumplida. A pocas horas del día D las espadas están en todo lo alto y nadie se atreve a echar las campanas al vuelo.

La mayor comunidad autónoma del país por densidad de población ha sido escenario de todo tipo de señuelos demoscópicos con el propósito de camelar el instinto ganador que subyace detrás del voto indeciso. Nadie puede negar la significación en clave nacional de esta convocatoria y la trascendencia que sus resultados pueden deparar en la evolución del llamado bibloquismo que divide y exaspera el actual mapa político en España. El cambio de ciclo que algunos preludian detrás de un eventual triunfo del Partido Popular tiene derivadas nerviosas que dependen de la capacidad de resistencia que pueda ofrecer el PSOE. De ahí el esmero del CIS en dibujar con trazo grueso un equilibrio de fuerzas que facilite la convergencia entre las dos grandes formaciones del arco parlamentario y promueva incluso la adopción a futuro de un espacio compartido de poder entre ambas.

Derruida la endeble torre de Babel construida sobre el siniestro pool de la investidura y que Pedro Sánchez acondicionó rápidamente como su particular torre de marfil, llega el momento ahora de expurgar las esencias de una nueva geometría variable que garantice realmente la gobernabilidad del país. El esperpento parlamentario de la contrarreforma laboral, con sus pompas y sus obras, se ha llevado por delante de un plumazo el frágil tenderete montado hace dos años mediante la superposición de intereses periféricos y encontrados bajo el único denominador común de una flagrante deslealtad al Estado central. El sudoku inmanente a una organización territorial multifuncional pero claramente asimétrica en materia fiscal sólo es capaz de edificar castillos de naipes condenados a saltar por los aires a medida que se van agotando los sucesivos calendarios legislativos.

Tras las elecciones de Castilla y León se han de ajustar las posiciones internas de mando en el PP nacional, sin descartar alguna sorpresa en la estructura territorial de Madrid

La forzada y débil coalición que ampara al Gobierno ha alcanzado el ápice de sus contradicciones al mismo tiempo que la recargada agenda electoral que se avecina para los dos próximos años asciende a su primera y escarpada curva en Castilla y León. La siguiente e inmediata meta volante está situada en Andalucía y una vez superado el paso de Despeñaperros podrá apreciarse con mayor nitidez la composición de la cabeza de carrera. Las quinielas colocan al PP con una vitola provisional de favorito, pero los triunfos parciales no garantizan que Pablo Casado vaya a disponer de una iniciativa soberana a la hora de definir, elaborar y negociar los futuros consensos que exige la conquista de La Moncloa. El episodio del 4-M en Madrid demuestra lo traicionera que puede llegar a ser la política hasta en los momentos más dulces de la victoria.

El líder de los populares no parece que pueda sacudirse la presión social del efecto Ayuso porque ni Alfonso Fernández Mañueco ni tampoco Juan Manuel Moreno cuentan en sus respectivos territorios con opciones suficientes para eclipsar el liderazgo alcanzado por la que muchos consideraban la dama velada madrileña. La ronda electoral que ahora comienza debe servir para despejar la niebla que rodea al Partido Popular desde hace unos meses y quizá desencadene alguna que otra sorpresa en la definición de determinadas posiciones políticas sostenidas únicamente como ejercicio de disciplina y fidelidad para no distorsionar las expectativas en las urnas. Es de sobra conocido en este capítulo el deseo del alcalde José Luis Martínez-Almeida de centrar sus esfuerzos en el Ayuntamiento de Madrid apartando de sus responsabilidades el pesado cáliz que supone doblarse y doblegarse como portavoz nacional del partido.

Pablo Casado tiene ahora la oportunidad de darse un baño de realidad que le haga comprender lo complicado que resulta gobernar con un sistema parlamentario tan melifluo y vulnerable que ni siquiera dispone de mecanismos para corregir sus propios errores, da lo mismo sin son informático o son humanos. Una vez apretado el botón nuclear de las elecciones en Castilla y León, el presidente del Partido Popular se adentra en el final de la escapada que conduce a una encrucijada de caminos ante dos únicas alternativas, ninguna de las cuales ofrece billete de ida y vuelta. A partir de ahora el dilema exige una determinación política inequívoca entre la mano tendida que Santiago Abascal ha empezado a ofrecer a cambio de una alianza excluyente con Vox o el intento forzoso de esa gran coalición con el actual PSOE de Pedro Sánchez pero sin Pedro Sánchez.

En el entorno de Casado creen que Sánchez no volverá a la oposición si pierde las elecciones generales y se decantará por volar alto hacia algún destino de prestigio internacional

La desaforada y egotista ambición del líder socialista constituye un factor esencial para interpretar las aspiraciones del jefe de los populares. Casado está convencido, o al menos así lo manifiestan sus asesores de cabecera, que Sánchez no se desgastará en el banquillo de la oposición si se ve incapaz de formar gobierno en una próxima legislatura. Para ese viaje es muy factible que el actual jefe del Ejecutivo prefiera volar más alto hacia uno de los múltiples destinos visitados con el Falcon que pueda servir de colofón a un insigne plan de carrera internacional. Algo parecido a lo que ha hecho Zapatero, pero con mayor celebridad y reconocimiento institucional. Con la confianza depositada en el futuro puente de plata no parece que Casado renuncie a poner al bies la bola de cristal hasta convertir en realidad sus deseos al más puro estilo Tezanos.

El Partido Popular es experto en esperar que el poder caiga a sus pies como fruta madura, incluso en el supuesto, nada descartable, de que una vez más la fruta termine estando podrida. Todo vale con tal de sortear la confluencia con Vox, que empezará a demostrarse inevitable si los resultados del feudo castellanoleonés consolidan el ascenso imparable de lo que se ha motejado como la extrema derecha en España. Sobre este fundamento, las perspectivas para un eventual vuelco del arco parlamentario parecen más factibles pero el principal timonel encargado del viraje no ha terminado de izar las velas y ya se sabe que no hay vientos favorables para quien no sabe a qué puerto dirigirse. El resultado de mañana en la tierra del Cid debería servir como un serio aviso al navegante Casado.

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