Capital sin Reservas

Ayuso, Almeida y el día que el Ibex pidió a Casado un plan de sucesión en el PP

Tras las elecciones de Cataluña en febrero, algunos líderes empresariales tendieron puentes con históricos del PP para que Casado promoviera un plan de sucesión a favor del alcalde de Madrid.

La candidata del Partido Popular a la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, el presidente del partido, Pablo Casado, y el alcalde de la capital, José Luis Martínez-Almeida, durante el seguimiento de los resultados electorales en la sede del PP en Madrid
Isabel Díaz Ayuso cuenta con todos los predicamentos para presidir el PP de Madrid, pero eso no significa que pueda convertirse en la nueva lideresa del partido.
EFE

Con su desparpajo castizo y una dosis de acerado atrevimiento Isabel Díaz Ayuso se ha convertido en algo más que la figura emergente de un Partido Popular que en los últimos años no había hecho otra cosa que perder elecciones. La todavía presidenta en funciones de la Comunidad de Madrid se las tuvo tiesas primero con la dirección de Génova para convocar las célebres elecciones del 4 de mayo y luego también para eliminar adherencias que le impidieran liderar lo que ella misma consideraba como ‘una campaña macarra’. Entendiendo por tal una forma de hacer política pegada al terreno de los intereses y preocupaciones ciudadanas, con mensajes de esos en los que se entiende todo y sin melifluos complejos importados de manuales de gestión que se dicen progresistas. El resultado a la vista está y el mes transcurrido desde la fecha de marras permite vislumbrar que el veredicto de las urnas no será inocuo en la reorientación estratégica que ha de llevar a cabo el primer partido de la oposición si quiere transformarse en una alternativa válida de gobierno.

El balón de oxígeno que ha obtenido Pablo Casado coincide con el fracaso monumental cosechado por el PSOE, que incluso ha sido superado por vez primera como máximo referente de la izquierda en un territorio ajeno al nacionalismo sedicente que impera en otras comunidades históricas del país. Pero los populares no deberían marearse con la embriagadora fragancia de este triunfo parcial porque la cúpula directiva del partido azul ha dado demasiados bandazos en el pasado reciente y no goza todavía de una valoración que garantice su liderazgo a nivel nacional. Aunque el éxito tenga muchos padres, la guarda y custodia legítima de la espectacular victoria en Madrid debe ser atribuida a Isabel Díaz Ayuso y su exclusivo ideario, basado en un discurso liberal y un estilo tan firme como cercano y empático.

Tras unos depresivos inicios en el sillón presidencial de la Puerta del Sol, la máxima responsable madrileña se ha crecido en el castigo a base de enfrentarse a toda la patulea de adversarios social-comunistas y a no pocos de los rivales internos de su propia coalición de gobierno. Sin olvidar otras cuitas con sus compañeros de fatigas dentro del Partido Popular, entre los que sobresale la figura del alcalde José Luis Martínez-Almeida. Antes de que las elecciones a la Comunidad tomasen carta de naturaleza, la presidenta llamó a su amigo ‘Pepito’ y, sin cortarse un pelo, le pidió su apoyo para encabezar una candidatura única con vistas al próximo Congreso del PP en Madrid anunciado teóricamente para finales de año. Almeida respondió con el típico ni sí ni no, sino todo lo contrario, pero apreció estupefacto y no sin algo de admiración que la lánguida Isabel se había venido arriba y ya no había quien la parase.

Los aplausos del 4-M no deben nublar las aspiraciones de Ayuso porque Casado no está dispuesto a repetir la experiencia sufrida por Rajoy con Esperanza Aguirre

La efervescencia de los últimos comicios ha disipado todas las dudas que pudieran existir sobre ese pulso soterrado que los dos líderes capitalinos vienen manteniendo para hacerse con el cetro y la corona del Partido Popular en la región. El alcalde se ha quedado rezagado ante el ímpetu de su contrincante, lo que no deja de generar una cierta preocupación a los timoneles de Génova, obligados a monitorizar ahora más que nunca la carrera de Díaz Ayuso no vaya a ser que algunos de sus asesores en la Comunidad descubran nuevos horizontes con los que satisfacer repentinas ambiciones. Pablo Casado y su fiel escudero, Teodoro García Egea, no están dispuestos a que la zona de confort que depara la reciente batalla electoral en Madrid se convierta en la habitación del pánico cuando, más pronto o más tarde, Pedro Sánchez tenga que llamar de nuevo a las urnas en un examen general que situará a cada cual en el lugar que realmente se merece.

La plana mayor de los populares trata de evitar el episodio sufrido por Mariano Rajoy con Esperanza Aguirre, cuando la antigua y genuina lideresa increpó al jefe de filas con su célebre discurso del ' no me resigno' tras las elecciones que el PP perdió a manos de Zapatero en 2008. De aquellos polvos vinieron muchos de los lodos que terminaron por enfangar las relaciones de poder dentro del partido conservador, proyectando de manera inmisericorde esa imagen vacua y diletante que ha perseguido al registrador gallego desde que obtuvo la mayoría absoluta en 2011. La moción de censura de 2018 es el corolario de un vacío de poder que pesa todavía como una losa sobre los cimientos de Génova. Sus actuales inquilinos no solo andan buscando una nueva sede sino también un marco de autoridad que blinde la hegemonía de la estructura corporativa nacional a salvo de esas veleidades febriles que contagian la vida política en algunas circunscripciones filiales.

Los exégetas de Pablo Casado aseguran que si el presidente dejó de afeitarse a la vuelta del pasado verano no fue precisamente para permitir que nadie con ascendiente propio o inducido dentro del PP pudiera subírsele a las barbas. Para confirmarlo basta con preguntar a Cayetana Álvarez de Toledo o recordar otras deserciones poco justificadas que se produjeron a raíz de las primarias del XIX Congreso de julio de 2018, aparte de los cambios que se acaban de producir en la estructura interna del partido estos últimos días. El mismo Almeida podría dar fe de ello cuando se convirtió para desgracia suya en el paladín de algunos avezados prebostes del Ibex que, tras el batacazo de las elecciones catalanas en febrero, lanzaron puentes a Casado para convencerle de llevar a cabo con carácter urgente un plan de sucesión por si venían mal dadas en el futuro. Era lo último que le faltaba al alcalde después del regalo envenenado de su designación como portavoz del partido.

Almeida empieza a estar cansado del estrecho marcaje al que Génova le tiene sometido a través de la figura del controvertido Ángel Carromero

Almeida reclamó la presidencia del PP en Madrid en una petición justificada con el fin de compatibilizar el cargo de regidor en el Ayuntamiento de Madrid y poner en valor su nuevo desempeño como máximo interlocutor de toda la formación a nivel nacional. El alcalde se encontraba entonces en la cresta de la ola, pero lo único que obtuvo a cambio de su osadía fue la desafección de la plana mayor del partido que desde entonces ha fijado sobre el alcalde un marcaje estrecho encabezado a través de la figura de Ángel Carromero. Un personaje de polémico historial al que muchos en el consistorio capitalino consideran un comisario político que trabaja pegado materialmente a Almeida pero reportando siempre a la planta noble de Génova.

Isabel Díaz Ayuso debe atenerse a los precedentes, más si cabe ahora que tiene todos los predicamentos a su favor para colocarse al frente del PP en Madrid. Otra cosa diferente es que la incontestable primera dama de la capital del Reino pretenda erigirse con ello en una nueva lideresa, emulando experiencias de infausto recuerdo, con la intención de ir facturando al cobro por sí sola todas las plusvalías del 4-M. Cierto es que algunos trenes solo pasan una vez en la vida, pero hay otros que están destinados a descarrilar a poco que superen el límite establecido de velocidad. En el entorno de Pablo Casado saben que las prisas no son buenas consejeras porque como dice un axioma tabernario en el Partido Popular “quien mucho corre, pronto para”.

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