Capital sin Reservas

Las brigadas internacionales de Sánchez y la reingeniería del Ibex

El presidente del Gobierno no se fía del Ibex y ha visto en la irrupción bursátil de los fondos de inversión la oportunidad de entablar relaciones de poder con las grandes cotizadas a través de sus accionistas extranjeros.

Zapatero salió desengañado de sus relaciones de  poder con el Ibex y ha trasladado a Sánchez su desconfianza para que no caiga en el mismo error
Zapatero salió desengañado de sus relaciones de poder con el Ibex y ha trasladado a Sánchez su desconfianza para que no caiga en el mismo error.
EFE

El mundo es de los optimistas o, por lo menos, eso es lo que debe creer Pedro Sánchez y el séquito de edecanes que, encabezados por Iván Redondo, se encargan de pintar los contornos de España como si de un país de las maravillas se tratara, alejado de todos esos sinsabores que pueda deparar la triste y cruda realidad. Tras un año cargado de desastres naturales, sanitarios, económicos y políticos, el jefe del Ejecutivo se siente inmune a cualquier eventualidad que amenace sus ambiciones. Fortalecido en el castigo y convencido de que su mayor oposición reside dentro del propio Gobierno que preside, el líder socialista quiere secundar sus delirios de grandeza con la bendición de un nuevo poder empresarial que ha de emerger en cuanto que las grandes corporaciones se vean forzadas a reclamar la ayuda institucional, pública o privada, en la era posterior al coronavirus.

Los fondos europeos de recuperación económica, al margen del impulso que vayan a representar para la salida de la crisis, constituyen de entrada un cheque en blanco en manos de Pedro Sánchez, quien se ha preocupado muy mucho de asegurar el control de la gestión sobre los 140.000 millones de euros que se dice va a obtener España. Los empresarios que aspiren a recibir parte del botín ya saben a qué puerta tienen que llamar si quieren hacerse merecedores de tales dádivas, lo que va a provocar un singular clientelismo en socorro de las opciones políticas que defiende la actual izquierda progresista coaligada en el poder. Poderoso caballero es don Dinero y algunos han corrido raudos a poner su granito de arena persuadiendo incluso a la ultraderecha de Vox, ahí es nada, para que Sánchez pueda manejar a su antojo la tarjeta de crédito a cuenta de Bruselas.

El maná comunitario ha dejado de ser una razón de Estado para transformarse en una cuestión de Gobierno, dada la nula transparencia y la eliminación de los controles administrativos y parlamentarios con que se serán financiados los diferentes proyectos industriales. Despejado el camino para la arbitraria discrecionalidad, se impone un ejercicio de máxima fidelidad al supremo hacedor que no es otro que el inquilino de palacio. Sánchez tiene todas las prerrogativas para actuar como Mr. Marshall o hacer la cobra a los empresarios en plan Tío Gilito, dependiendo del fervor manifiesto con que cada uno de los interesados tenga a bien ganarse el favor gubernamental. Como dijo el filósofo, la lealtad es el camino más corto entre dos corazones, aunque también es verdad que el más recto es el que mejor se ajusta al viento que marca la veleta.

Los fondos de ayuda europeos van a ser una tarjeta de crédito en manos de Sánchez. Los empresarios ya saben a qué puerta llamar si quieren hacerse merecedores de tales dádivas

El mundo de los grandes negocios y negociantes, los que se dan cita bajo el elitista y venido a menos Ibex 35, ha respondido hasta ahora con cierta puntualidad y no menos apatía a los baños de multitudes empresariales organizados para agasajar al presidente del Gobierno. Desde la época inicial de Felipe González se puede decir que el magnetismo ejercido por los socialistas ante los grandes poderes fácticos se alimenta con una mezcla de sumisión y desconfianza que, en las circunstancias actuales, con los comunistas fisgoneando por todas las instituciones del Estado, adquiere un tono ciertamente turbio para el más susceptible Pedro Sánchez. El presidente se muestra cada vez más aprensivo y contrario al reparto indiscriminado de tarjetas de acceso a palacio con que sus asesores de cámara han venido atrayendo a los jerarcas del establishment empresarial desde que pisaron moqueta en La Moncloa.

Quizá por la propia inseguridad de su frágil y voluble mayoría parlamentaria o, a lo peor, por estar demasiado pagado de sí mismo, lo cierto es que el líder del PSOE está desengañado de los grandes gerifaltes que manejan las principales sociedades cotizadas del país. Un desencanto que se ha ido fraguando también a partir de las indicaciones recibidas en las recurrentes sesiones de confesionario con José Luis Rodríguez Zapatero. El expresidente sigue respirando por la herida de su ingenua relación con una sarta de desagradecidos que, salvo contadas excepciones, fueron renovados en sus puestos de mando empresarial y que luego le dieron la espalda sin inmutarse cuando llegaron los peores momentos de la crisis. Zapatero ha concienciado a Sánchez para que no caiga en el error y busque otros horizontes en el mundo financiero que le ayuden a proclamar su jerarquía ante los mercados de capitales.

La especial sintonía que mantienen los dos ínclitos dirigentes surgidos de la cantera de Ferraz ha superado cualquier consideración crítica que pudiera suscitar entre la vieja guardia del PSOE y a día de hoy se ha convertido en un lubricante básico para engrasar la tormentosa cohabitación con Podemos, evitando que el permanente choque de trenes dentro del Gobierno pueda descarrilar antes de tiempo. La animadversión hacia la clase empresarial constituye en este terreno una piedra de toque indispensable para sosegar las ínfulas de Pablo Iglesias, de manera que las exhortaciones del oráculo que ahora se contonea como fidedigno representante de la izquierda bolivariana adquiere a oídos de Sánchez un acento que podríamos calificar de shakesperiano: “Ningún consejo mejor podrías sugerirme que con más gusto estuviera dispuesto a recibir” es la respuesta natural, en versión moderna, con que el jefe del Ejecutivo rinde dispensa a su ilustre camarada de partido.

Zapatero ha aleccionado al presidente del Gobierno para que no se fíe de los actuales jefes del Ibex y busque nuevas y más leales relaciones de poder en el mundo del dinero

Reafirmado en su natural pompa, y alertado de la falsa moneda que gastan los prebostes corporativos a la hora de devolver favores políticos, el nuevo truchimán socialista está contemplando con cierto agrado el bombardeo que los brigadistas financieros internacionales empiezan a lanzar sobre el capital de las llamadas joyas empresariales de la corona. Tras un 2020 demoledor para la bolsa española, el peor año de largo en la última década, los buscadores de gangas se han lanzado con un apetito voraz e insaciable convencidos de que en la España actual el caviar se puede comprar a precio de boniato. El Gobierno, por extraño que resulte, no parece inmutarse ante la ofensiva, sino que más bien se muestra decidido a tender una alfombra roja a todos aquellos corredores de fortuna que lanzan sus apuestas sobre entidades que en cualquier otro país llevarían marcada a fuego la divisa de intransferible dado su carácter estratégico.

La venta de Telxius a American Tower por parte de Telefónica, el golpe de timón del hedge fund Amber para tomar el mando de Prisa de la mano de la francesa Vivendi o la oferta pública sobre Naturgy que dará a los fondos de inversión extranjeros el control mayoritario de la principal red de distribución nacional de gas constituyen los primeros ecos de un ‘efecto llamada’ destinado a poner en marcha una verdadera reingeniería del Ibex. Pedro Sánchez prefiere adorar a los santones de las grandes corporaciones españolas por la peana de sus accionistas financieros, gentes agnósticas sin creencias políticas, y siempre dispuestas a corresponder con algo más que pleitesía cualquier regulación favorable que otorgue a sus inversiones un rédito seguro e inmediato. El mismo que busca el Gobierno desplegando el cartel de ‘Se vende’ sobre los antiguos ‘blue chips’ achicharrados en bolsa. A eso le llamarán luego poner en valor la ‘marca España’. 

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