OPINION

Casado back to basics, el oráculo de Rajoy y la máxima de Víctor Hugo

Mariano Rajoy y Pablo Casado
Mariano Rajoy y Pablo Casado
EFE

La economía va a recuperar el foco en la próxima campaña electoral del 10-N. Al menos esa es la intención proclamada por el Partido Popular, que tratará de capitalizar su capacidad como buen administrador del erario público con el fin de desplegar un programa atractivo y amortizar las tres grandes hipotecas de su pasada labor al frente del Gobierno. El estigma de la corrupción, la gestión del procés en Cataluña y la propia resaca de la gran recesión pesan todavía en el balance político del primer partido de la oposición que quiere volver a su ideario básico y moderado, si no para ganar las elecciones, cuando menos para reconciliarse definitivamente con su votante tradicional.

Por mucho que sus principales dirigentes se esmeren en poner buena cara a los malos tiempos, la nueva y forzada llamada electoral no es una buena noticia para el PP, todavía a medio camino de su rehabilitación y con pocas esperanzas reales de formar Gobierno a menos que se produzca un vuelco sorprendente sobre las actuales expectativas de voto. Pablo Casado tiene que volver a examinarse cuando parecía que tenía superada la difícil prueba del 28 de abril, gracias claro está a la carambola de pactos que ha devuelto la sonrisa al líder del partido en algunas de las principales regiones y ayuntamientos del país.

Las elecciones autonómicas y locales otorgaron un bálsamo indispensable para apaciguar el malestar generalizado que supuso el bautismo de fuego del nuevo Partido Popular en su primera y más trascendental comparecencia en las urnas. Ahora otra vez vuelta a las andadas, con el riesgo evidente de perder el pájaro en mano a cambio de ese ciento volando de voto indeciso, pero demasiado alejado aún del punto de mira que calibran las propias encuestas del partido. Malo será que los populares no mejoren su métrica parlamentaria pero cualquier cuota mejorada de poder estará supeditada al empujón que finalmente pueda conseguir Pedro Sánchez para firmar el usufructo de La Moncloa a cuatro años vista.

Casado necesita cambiar el libreto de lo que, en la próxima legislatura, debe ser una oposición a pecho descubierto contra el pacto de legislatura que están llamados a interpretar el PSOE y Ciudadanos, toda vez que Albert Rivera recupere, por acción, omisión o imposición, esa vocación de bisagra que le es dada a su grupo político por razones genéticas y alguna que otra aportación financiera. Bajo estas circunstancias, más que verosímiles, Casado se ha ido a ver a Mariano Rajoy en un almuerzo pintoresco, no tanto por el contenido de la conversación, sino por la constancia con que ha sido difundido a los cuatros vientos en una intención expresa de matizar la imagen y ensanchar la agenda del flamante presidente del PP.

Rajoy y Casado hablaron principalmente de economía, el gran activo sobre el que ha girado la labor gubernamental del partido desde los primeros gobiernos de José María Aznar. El político gallego se mostró esta vez especialmente locuaz ante el jefe de filas popular para trasladarle un mensaje a tono con su carácter de hombre tranquilo y ajeno al foco crispado de los tiempos modernos. Rajoy considera que la moderación es un contrapeso indispensable en la política actual y el PP tiene que anteponer por encima de cualquier otra ambición de poder su compromiso fundacional como garante de los principios y valores que han configurado el modelo de convivencia dentro de la compleja estructura administrativa y territorial del Estado.

La España actual, después de los avatares que han conducido a cuatro elecciones legislativas en cuatro años, necesita recuperar la estabilidad más que el comer. Un concepto idealista y prosaico al mismo tiempo, pero indispensable para consolidar el equilibrio económico y restaurar el debido respeto a unas instituciones que han sido devastadas como consecuencia de la deslealtad desvergonzada de algunos y el egotismo obsceno de otros. Todo ello ha generado la desafección ciudadana hacia unos modales políticos tan extravagantes como ineficaces que sólo ofrecen al elector el derecho de voto como si fuera un regalo para adolescentes a los que nadie reconoce su mayoría de edad.

Ni triunfalismos ni alarmismos

El expresidente del PP, nobleza obliga y experiencia enseña, ha exhortado a su sucesor para que ajuste su programa del 10-N sin caer en promesas triunfalistas que el tiempo pervierte en placebos desengaños y renuncie al despotismo ramplón que caracteriza a los machos alfa de la clase política emergente. También ha aleccionado a Casado para que no cometa el error de dibujar un escenario alarmista que termine por desesperar al ciudadano más crédulo, aquel que a la postre contribuye de verdad al progreso del país con su trabajo y su esfuerzo cotidiano.

La receta es amplia y probablemente incluya muchos de los ingredientes que el líder de los populares ya venía condimentando desde que comprobó el sabor amargo, casi putrefacto, que ha dejado la última y breve legislatura. Casado ha reafirmado con el oráculo de Rajoy las líneas maestras de un renovado cuaderno de bitácora en lo que algunos observadores definen como un viaje al centro del escenario político, entendiendo por tal un destino mucho más estratégico que el puramente geográfico. Lo que se cuece ahora es un plato especialmente nutritivo y capaz de acabar con la hambruna de un fatídico y enésimo bloqueo político que podría resultar letal para el país.

La dirección del PP ha recogido el guante de los empresarios y trabaja con la vista puesta en reactivar la idea de esa gran coalición patriótica tantas veces invocada sobre el papel como garantía de un gobierno estable por el que todos dicen suspirar. El debate interno en la sede de Génova consiste en hacer al PSOE una oferta que esta vez, si no cambia mucho el panorama electoral, será muy difícil de rechazar. Previsiblemente Sánchez tendrá la última palabra, pero el actual jefe del Gobierno en funciones deberá considerar hasta qué punto puede negar la máxima de Víctor Hugo cuando dijo aquello de que ‘no hay nada más poderoso que una idea a la que le llegó su momento’.

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