Capital sin Reservas

La Defensa de Sánchez ante la debacle andaluza y una Indra estatal a toda prisa

Las encuestas en Andalucía barruntan una derrota histórica socialista como preludio de un cambio de ciclo que obligará a Sánchez a incorporar los más grandes instrumentos de Defensa para blindar su futuro político.

Pedro Sánchez con el presidente de Indra, el socialista Marc Murtra
Pedro Sánchez con el presidente de Indra, el socialista Marc Murtra
Moncloa

En pocas horas la cuna del socialismo que ha conocido sus mejores días de gloria puede convertirse en la tumba de un sanchismo definitivamente arrumbado en la cuneta política. Las elecciones autonómicas que este domingo se celebran en Andalucía están a punto de consolidar una mayoría perfectamente estable de esa derecha autóctona que ha permanecido durante casi cuarenta años agazapada a la sombra de un PSOE que hasta no hace mucho parecía incombustible. Ya sea con Vox como compañero de fatigas o sobrado con una cifra de escaños suficiente para gobernar en solitario, la victoria del Partido Popular de Juanma Moreno es una eventualidad que ni el CIS de Tezanos se ha atrevido a cuestionar y constituye el preludio de un cambio político que Pedro Sánchez tratará de dilatar lo más que pueda en un ejercicio de poder tan altivo como desesperado.

Los desaforados coletazos con que se viene despachando el inquilino de La Moncloa y su cohorte ministerial frente al cúmulo de voces críticas que osan pronunciarse en contra de sus últimas decisiones evidencian el nerviosismo imperante en Ferraz. El cariz que han tomado las encuestas andaluzas ha producido un salpullido en la piel de por sí muy sensible de Sánchez, cuya inquietud está más que justificada teniendo en cuenta que el proyecto socialista encomendado a Juan Espadas es hijo predilecto suyo y cualquier derrota debilitará su margen de maniobra dentro del partido y su liderazgo al frente del alambicado Gobierno que preside. El jefe del Ejecutivo corre el riesgo inminente de convertirse en un ‘pato cojo’ durante el resto de su mandato, una contingencia nada tranquilizadora a tenor de la trascendencia de las grandes cuestiones que han de ventilarse de aquí al final de la legislatura.

Acorralado al filo de un precipicio político semejante al que padeció Zapatero a mediados de 2010, Pedro Sánchez está abocado a una huida hacia delante con el disparo de un último cartucho que los observadores más desconfiados equiparan como una bomba de relojería para la precaria economía del país. El maná comunitario es suficiente para alimentar la codicia mórbida de poder, pero representa un arma de doble filo para el supremo objetivo de reconstruir la credibilidad y reputación internacional del Reino de España. Los fondos europeos, con sus 70.000 millones en subvenciones y otros tantos en créditos a devolver, resultan demasiado golosos ante la tentación de una coyuntura electoral que obliga a domeñar muchas voluntades, lo que es tanto más preocupante si se tiene en cuenta la compleja estructura administrativa y la escasa transparencia con que se están siendo gestionadas las primeras partidas enviadas por Bruselas.

Las grandes empresas del Ibex desconfían de la capacidad del Gobierno para gestionar con eficacia los fondos comunitarios y empiezan a desmarcarse de Pedro Sánchez

Las grandes entidades tractoras de los aclamados planes de digitalización, sostenibilidad medioambiental y demás palancas de modernización industrial han empezado a desconfiar de la capacidad del Gobierno y sus funcionarios para ejecutar las ayudas que la Comisión Europea viene repartiendo a cuentagotas. Los burócratas comunitarios acaban de señalar con oprobio el historial de fraudes en la gestión de los fondos estructurales y agrícolas recibidos por España en los últimos cuatro años, lo que está incidiendo claramente en el perezoso calendario de movilización de estos nuevos recursos. A pesar del regocijo gubernamental, las aportaciones están llegando a cámara lenta y cuando finalmente lo hacen tampoco existen mecanismos contables de rastreo que satisfagan un mínimo escrutinio acerca de su destino final, lo que induce a pensar que el que parte y reparte tiene todo a favor para quedarse con la mejor parte.

La ineficiente gestión de los fondos comunitarios ha roto la forzada sintonía del Gobierno con el gran Ibex. La descomposición de la coalición social podemita, la crecida del Partido Popular y la consolidación de Vox como tercera fuerza política obligan a una recomposición urgente del mapa de afecciones empresariales que Sánchez, todo hay que decirlo, nunca ha trabajado con especial esmero desde su residencia palaciega. En esta tarea el actual jefe del Ejecutivo se ha movido de una manera más parecida a Mariano Rajoy que a sus anteriores predecesores socialistas y cuando ha requerido la colaboración de los grandes poderes fácticos del país lo ha hecho con objetivos y propuestas claramente utilitaristas urgido por razones de claro tacticismo político. Dicho a la pata la llana, las patronales empresariales y sus poderosos afiliados han sido manejados como un kleenex de usar y tirar sin ninguna motivación ni compromiso de lealtad.

El presidente del Gobierno ha trastocado las bambalinas corporativas con una estrategia de servidumbre hacia las instituciones apátridas de inversión colectiva que, a la postre, son las que acumulan las principales participaciones de referencia en las sociedades cotizadas. La labor que emprendió el finiquitado Iván Redondo y luego ha sido continuada por el llamado tándem de ‘los Migueles’, Barroso y Contreras, ha contribuido a la causa socialista con resultados probados en el seno del Grupo Prisa. Las terminales mediáticas del circuito cerrado que empieza en Ferraz y termina en Moncloa están a salvo con la inestimable ayuda de Joseph Oughourlian y su prolífico fondo Amber Capital. Pero a partir de ahora es necesario preparar el blindaje de una eventual estrategia de retirada, no vaya a ser que la épica capacidad de resistencia sea esta vez insuficiente para doblegar las tendencias electorales que anticipan las encuestas.

La entrada de Amber Capital en Indra sirve para justificar y reforzar ante los mercados la renacionalización a manos de la SEPI de una empresa que fue privatizada hace más de veinte años

Por supuesto que el gran jefe no va a quedarse para vestir santos con una colaboración académica o periodística como ha hecho Pablo Iglesias. Las canonjías que podrá disfrutar tras cesar en su actual cargo siempre habrá tiempo de cobrarlas una vez que abandone la escena pública con todas las consecuencias. La misión prioritaria ahora es buscar un acogedor cuartel de invierno desde el que lamerse las heridas si finalmente hay que dejar el generalato y para ello nada mejor que volver la vista a un negocio de nuevo en auge y especialmente intensivo en capital como es la industria de armamento. Sánchez está dispuesto a cambiar el paso y descubrir la pólvora con un sector tradicionalmente poco valorado en Presupuestos, por lo que ha dado nuevas instrucciones para armar una gruesa estructura empresarial en el sector de la Defensa bajo una sola unidad de mando estatal.

Los fondos europeos vienen al pelo para atar cabos en torno a un gran mercado global que ofrece relaciones del más alto nivel internacional y la empresa que ha de servir como montura para futuras hazañas bélicas es Indra, sociedad cotizada a cuya grupa acaba de subirse también Amber Capital. El vehículo financiero que maneja el presidente de Prisa convalidará como socio amigo de referencia el proyecto empresarial que trata de aquilatar la SEPI para renacionalizar una empresa que fue privatizada por el propio holding público en 1999. Entre ambos accionistas aspiran a sumar cerca de un 40% de la compañía, una participación que otorgará al Estado el control pleno y efectivo en la gestión. Todo sea por hacer un guiño a la OTAN y como catapulta para que Pedro Sánchez pueda ir labrándose una imagen con algo de futuro para cuando se le termine el alquiler de Moncloa.

Mostrar comentarios